domingo, 4 de febrero de 2024

Ataque de obsolescencia

Nos cuesta perder o desprendernos de aquello que amamos, y sentimos rabia cuando nos lo arrebatan. Eso de que exista un límite para que las cosas se estropeen me parece sumamente injusto, no sólo para quien se queda sin ello, sino también para el planeta. 


Yo que estaba tan contenta con ellas... pero mi alegría se esfumó, como se pierden las ilusiones cargadas de inocencia.

Tenían un par de años y quizá podía haberlo evitado de alguna manera, pero no se me ocurre cómo.

Regreso apresurada a casa, en parte porque llueve racheado, pero sobre todo, porque quiero averiguar qué pasa.

Me descalzo tras entrar chapoteando. Siento los pies húmedos, y me acomodo en una silla, abatida, para cerciorarme de lo que ya se, que tengo los calcetines empapados.

Mi siguiente paseo lo haré cuando deje de llover, hacia el contenedor de los plásticos, para lanzar en él, mis queridas botas de agua que inexplicablemente, tienen unas grietas en los laterales del empeine. Supongo que a las botas de agua también les ataca la obsolescencia programada. Qué rabia da perder las cosas de las que nos enamoramos.

jueves, 4 de enero de 2024

Silencio

Asocio diciembre y enero como unos meses cargados de bulla, como el sonido que produce la lluvia cuando cae con fuerza, o la tele cuando no sintoniza ningún canal; y me ha dado por pensar en justo lo contrario, en esos silencios que pululan a ratos, en la intimidad del hogar.  

En esta ocasión el texto va dedicado a mi compañero Ángel, por ser como es, aventurero, solidario, amante, crítico, lector, amigo, trabajador, empático, cariñoso... y la lista seguiría.

Gracias a todos y todas por leerme. Alegres Reyes y salud para este 2024. Deseo repartir al mundo la felicidad, pero se me queda un poco grande. Y además creo, que cada uno debe trabajar sus propios méritos para alcanzarla, sin ponerse la meta muy alta.


No es una contradicción

pensar en el sonido del silencio,

pues en ocasiones se siente y se oye.

Se ama y se odia.


Unas veces palpita en soledad,

como cuando sales

y la casa siente tu ausencia,

y parece que resuenan tus pasos por la escalera

pero no eres tú, sólo tu sombra.


Otras, el silencio es sonrisa,

y lo sientes como risas

en mitad de la estación de pasajeros.

Como un eterno desfile de hormigas

que corretean por las manos que se entrelazan.


También es un grito de alegría,

cuando el beso adelanta al silencio

y rozas con los dedos los labios mudos,

llenos de felicidad.


A veces oigo tu voz que me llama,

y pregunto en vano al vacío

que me responde callando.

Casi no estás.


Cada día siento el silencio, lo escucho,

me enamora y me arropa

la sensación de tu presencia

y tu abrazo siempre fuerte.


Y es que me gusta el titilar silencioso

que a veces nos rodea,

que nos acompaña y enlaza,

porque es hermoso.

A ti, que siempre estás.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Navidad 2023_24

 

Llevo años adquiriendo o realizando, con los objetos más dispares, pequeños adornos navideños como recuerdo de los lugares que visito. En ocasiones no han sido diseñados para este fin, pero yo les pego una cinta y así los transformo para poder colgarlos del árbol de Navidad. Al llenar el árbol de vivencias, lo miro con otros ojos. Y es que cada pequeño detalle tiene su propia historia.

Parece que todo sigue igual pero todo cambia.

¿No te da la sensación de que cada Navidad es igual? Celebramos lo mismo año tras año. Visitamos y vemos a los mismos amigos, vecinos, familia o conocidos, salvo en contadas excepciones en que añadimos un miembro nuevo a nuestro entorno. Usamos los mismos adornos e incluso algunas personas los colocan en el mismo lugar que lo hicieron las pasadas fiestas...


Pero también esta celebración es distinta al mismo tiempo, y me ratifico, porque también todo cambia en la monotonía del festejo, así notamos la ausencia de caras conocidas y amadas de quienes están ausentes. Y nos damos cuenta de lo grande que están los nietos o los sobrinos y somos conscientes de que los hijos han dejado atrás la inocencia. Y al mirarnos al espejo de la memoria, pese a todo nuestro esfuerzo, no podemos vernos como la Noche Buena pasada, porque tras un año de vivencias, y aunque intentemos negarlo, ya no somos los mismos de ayer.

Sin embargo, y por otro lado, los pueblos siguen con sus guerras, se mata sin compasión, se pelea por asuntos ridículos, algunos codician lo ajeno y lo quieren tener a la fuerza, sienten envidia, mienten y ponen la zancadilla... pero; y hay que decirlo con mayúsculas... PERO el ser humano también tiene un lado antagónico. Es así, somos así... y somos muchos más los que amamos sin condicionantes, muchos más los que perdonan para seguir adelante, muchos más los que quieren el progreso, muchos más los que ofrecen ayuda sin esperar nada a cambio, los que respetan y sienten empatía por el prójimo.

No debemos permitir que nos hagan pensar lo contrario, pero tampoco debemos olvidar los errores o el daño causado, pues así podremos evitar que se repitan las injusticias. Y es que recordar es bueno, aunque no siempre sea agradable, porque nos hace más fuertes y nos pone los pies rozando el suelo. 


Si existe un lugar en el tiempo en el que prácticamente todas las razas, credos y países se reúnen para celebrar comidas con sus congéneres o para despedir el año, es el de estas fiestas. También es el momento de proclamar infinidad de deseos, y yo no voy a ser menos, de manera, que cuando veamos sobretodo la ilusión en la cara de los niños o de los que no son tan pequeños pero viven con sorpresa cada minuto... ojalá que nuestra alma pueda ponerse de puntillas para casi flotar, quedando suspendida en el aire, aleteando como los pajarillos que están aprendiendo a volar, y lleguemos a alcanzar ese cosquilleo maravilloso que produce la fascinación. Y ojalá que también nos ilumine la paz, como hacen las estrellas, que como chispitas de colores llenan la cúpula estelar.

Y es que cada momento vivido ni es, ni será nunca igual y en nuestra mano está el poder mirarlo con una sonrisa, con amor e ilusión y con empatía, que debería de ser la Reina Maga de estas navidades.

Felices fiestas a todo el mundo mundial.





sábado, 4 de noviembre de 2023

Ratas y conejos

Dicen que los ciclos se repiten y que tras una temporada sin conflictos destacables, estos regresan para darnos un par de cachetes por haber bajado la guardia, por barrer las injusticias y meterlas bajo el felpudo, por mentir sin sonrojarnos o por no respetar lo ajeno. El ser humano en general es noble, pero siempre, porque así se lo permitimos, existirán dirigentes insaciables y egoístas, manipuladores, sin empatía y en definitiva ruines.

La gente se había quejado en el ayuntamiento por la existencia de ratas y además, porque unos “okupas” se habían adueñado a ratos, de los restos de lo que fue un cuarto de aperos. Aunque por lo que yo pude ver alguna vez, sólo eran adolescentes que esporádicamente tonteaban con el tabaco.


 

De manera que las máquinas llegaron una mañana temprano en plena ola de calor y se pusieron a arrancarlo todo con avidez, sin parar. Levantando una polvareda irrespirable y tiñendo el paisaje del color de los botijos. A media mañana ya habían terminado. Incluso lo allanaron. Sólo respetaron dos naranjos, la higuera y unos cuantos almendros que hay allá lejos, junto a la linde con el otro terreno, al final del sendero.

Han vallado la mitad y se han ido con el mismo ronroneo con el que llegaron.

 

Ahora de la tierra rojiza y reseca sobresalen esporádicamente como estandartes ajados, rotos y sucios, varas muertas de lo que fueron zarzas, retama e hinojo silvestre. Sólo eso queda en pie, eso y marcas de grandes ruedas de tractor y de camión.

Ahora la visión de la zona nada tiene que ver con la de ayer. Eso si, el terreno luce inmenso y despejado. Desaparecieron las ratas que habitaban en el zarzal, pero también los conejos y una infinidad de seres minúsculos. Tampoco hay margaritas, amapolas, ni ninguna otra flor silvestre de las que tapizaban el suelo.

 

La imagen es dantesca, como si una bomba lo hubiera arrasado todo. Bueno, lo supongo, porque por fortuna nunca he vivido nada parecido, y sólo he visto imágenes similares por la tele.

Ha pasado más de un mes y hasta de dos. Y no han vuelto, ni creo que lo hagan.

Sigue sin llover y el calor es insufrible, y sin embargo, y no entiendo cómo, las zarzas están surgiendo de nuevo del suelo, y en algunas varas de retama e hinojos, van apareciendo pequeños brotes verdes, que contrastan con el de la tierra que las envuelve como si las hubieran espolvoreado con canela. También he descubierto pequeños agujeritos de los que hacen los conejos. Señal de que han regresado y supongo que por desgracia, también lo harán las ratas. Esas eternas compañeras que proliferan porque vamos dejando nuestros residuos donde no debemos.

 

Y de momento, la vida continua pese a nuestros intentos por arruinarla. Ahora sólo necesitamos la lluvia, un pequeño empujoncito, que va llegando, pues ha empezado a llover con timidez, para que el otoño siga su curso.




miércoles, 4 de octubre de 2023

Lar (en la mitología romana, divinidad de la casa o del hogar).

Esta tarde, cuando regresaba caminando de un magnífico almuerzo con la familia, llamó mi atención una pequeña casa ruinosa del siglo pasado o incluso del anterior, de las que aún abundan en la periferia del casco antiguo de La Laguna, y que están a la espera de que una pala las libere de sus muros para albergar una nueva construcción, donde respetarán sólo la fachada; y de pronto, mi cabeza se planteó ¿Pueden las casas tener conciencia de su circunstancia, o quizá le viene dada por quienes la moran o habitaron alguna vez?


Miré por las rendijas que quedan entre las tablas que tapian las ventanas. Por las aberturas se cuela la luz, una tímida claridad que alguna vez llenó la estancia de risas, de abuelos que utilizan sus piernas como montura de caballitos imaginarios para los nietos, de madres que enseñan a la luz de una vela las primeras puntadas sobre una tela, de hermanos que tan pronto se abrazan, como se pelean por una pelota de trapo que rueda de un lado para otro.

Un sonido de lluvia débil cae sobre la mesa y las lentejas se dispersan. Con manos hábiles, pequeños y grandes van eliminando las piedrecitas que se han colado entre los granos y según se van limpiando, se van devolviendo a puñaditos, en una pequeña saca.

La abuela, que era de buena familia pero pobre y pudo estudiar algo, enseña las primeras letras a los más pequeños sobre el papel donde le habían envuelto los granos. El abuelo se queja de que el frío se le mete en los huesos y no puede evitar tirar de la pierna mientras camina, y la hija que anda entre los fuegos de la cocina, le prepara una cataplasma con aceite y hierbas para que le alivie.

 

Pero también hay otras realidades y no todo es calidez, también están los rincones sombríos, el olor a humedad, a pobreza, a miseria de cuerpo y alma, y juntos deambulan por la casa cuando él regresa del trabajo sucio y agotado. Por el pasillo oscuro se asienta la rudeza que provoca el cansancio, la maldad de mente estrecha que embrutecida, cimbrea el cinturón sobre las flaquezas de los más débiles e ingenuos. Porque las normas entran así, a palos. Es lo que se ha hecho siempre. Y se ordena, se empuja y se insulta, para que lo respeten a uno que es quien manda entre esas cuatro paredes infectas. Fuera, las tornas son otras, pero allí él es el rey, y no hay quien le chiste, y así será hasta que se muera.

Y a estas alturas de mis cabilaciones, decido cargármelo, que se muera de una mala gripe, con fiebre y retortijones de barriga. Y luego que se abran las ventanas y se airee la casa, para que el viento del otoño lo ventile todo y la vida siga su curso.

Sigo mi camino con algo de remordimiento de conciencia, pero es que no puedo con las injusticias, y en esa casa, hay un no sé qué, que no me gusta.









lunes, 4 de septiembre de 2023

Salem el gato

 Los sueños a veces llevan algo de verdad.

 

Acepté hacerme cargo del felino sin pensármelo dos veces, pues supuse que no tendría mayor problema. Y llegado el momento, me explicaron lo elemental para atenderlo durante un rato todos los días. Nunca he convivido con gatos, con perros sí, esos seres fieles y cariñosos me han acompañado durante casi toda mi vida.

Me gustan los seres independientes y los gatos lo son, y este por otro lado me dijeron que era muy sociable.

Aquel gato negro, de ojos amarillos, brujos como su nombre, me miró fijamente durante un instante y luego se me acercó lentamente formando con su cuerpo, esas ondulaciones felinas que los caracteriza. Me recordó a las ondas marinas cuando en alta mar el terciopelo oscuro de las profundidades se suaviza con el reflejo de la luna. Me pareció mágico, como si lo viera todo en cámara lenta. Rondó alrededor de mis piernas y tras un leve ronroneo, maulló suavemente.

Revisé el arenero y lo limpié. Le puse de comer y luego nos dedicamos a observarnos de reojo. Sentado como una efigie parecía estudiarme. Supuse que el animalito esperaba que jugara con él, así que como me habían indicado, me puse a darle algo de diversión con una especie de caña de pescar que terminaba en un pececito de colores.

¡Qué calor! Suspiré y apoyé la cabeza en el sillón. Al rato el gato saltó y se instaló sobre mis muslos, hasta que una extraña luz parpadeante hizo que su instinto encendiera sus alarmas y se bajó. Se encaminó con el cuerpo en postura de caza, la cabeza recta, las orejas levantadas, caminando muy, muy despacio, como si flotara sobre el suelo.

En la esquina, donde se juntan los zócalos había, pero era imposible... parecía una luciérnaga o un hada, me estoy volviendo tarumbana. Estaba viendo a un ser que me hacía señas con los brazos en alto. Me acerqué para comprobar que no era una alucinación. Y enseguida el “bicho”, vamos a llamarlo así, se metió por un agujerito entre las losetas por donde apenas cabían un par de hormigas y desapareció. Había un charco en el suelo y no era pis.

El gato se revolvía inquieto. Entonces abrí los ojos de sopetón. Con el calor y la modorra me había quedado traspuesto. Me acerqué medio mosca a la esquina por donde soñé que había agua y efectivamente. Debía haber una fuga, de manera que corrí a cerrar la llave de paso. Puse toallas en el suelo, y me quedé pensando en lo que había pasado... Deben ser cosas del calor, o que este gato lleva a un brujo dentro.

En fin, llamé al fontanero que me citó para el día siguiente, acaricié al gato, salí y en cuanto se cerró la puerta del ascensor, dejé atrás aquella extraña aventura.









viernes, 4 de agosto de 2023

Las escaleras

Este mes es el de vacaciones obligadas para parte de la población, pues muchos negocios, establecimientos e instituciones echan el cierre o se mantienen bajo servicios mínimos, y es que nuestro país agotado y sudoroso tras el tórrido julio, necesita un respiro para soportar el mes de agosto. Y aunque no todos tienen la suerte de poder irse de vacaciones, la mayoría al menos, adapta sus circunstancias a la mejor manera de trampear el calor y gozar del tiempo libre.


Subió por la escalera a oscuras, tanteando los escalones para no tropezar. Hacía calor, aunque afuera retumbaban los truenos y llovía con fuerza. El bochorno allí dentro hizo que la camiseta se le pegara al cuerpo. Tenía la boca seca. Olía a cerrado.

Casi al final de los peldaños una luz muy tenue se colaba por los tablones que tapiaban la ventana del descansillo. Formaba pequeños haces de luz donde motas de polvo flotaban ingrávidas. Si no fuera por el olor a humedad podía resultar hasta hermoso. 

 

Continuó despacio, aunque sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra, y conteniendo apenas la respiración siguió con precaución. Todo daba la sensación de pegajoso y sucio. Los últimos escalones crujían aunque los pisaba con sumo cuidado.

Llegó al rellano sudando. Asió con fuerza la pistola antes de empujar despacio la puerta de la derecha. Miró con avidez apuntando en todas las direcciones, con los brazos extendidos.  No había nadie. Se giró y repitió la misma operación, sabiendo que ahora no iba a tener tanta suerte. No había terminado de abrir la puerta, cuando se abalanzó sobre él una especie de zombi. Reaccionó como lo había hecho otras veces y con el susto en el cuerpo, le disparó cuatro tiros. Ambos cayeron al suelo, uno encima del otro. Nunca se acostumbraría a esto.

 

De pronto, todo se iluminó y se oyó por megafonía una voz . -Toma buena, perfecto todooo- Y la muerta viviente se levantó del suelo sonriendo, le dio la mano murmurando algo y bajó las escaleras pidiendo un cigarro y un café. Él, tras un instante de perplejidad, se sacudió el polvo de la ropa y mientras bajaba las escaleras ya sin miramientos, pidió una botella de agua fría al primero que se le acercó.

martes, 4 de julio de 2023

Buceando

Nadar es un placer que disfrutamos desde que nos engendran, y flotamos en el vientre de nuestra madre aunque no somos conscientes de ello. Bajo esa circunstancia, supongo que es lo que se acerca más a sentirnos como un pez, a falta de disponer de branquias, que ya sería la “re-pera”. También sumergir la cabeza bajo el agua es una delicia y algo parecido sentimos cuando la metemos bajo la ducha, quizá porque nos recuerda esos inicios “flotosos” en el líquido amniótico, y es que hay muchas formas de bucear.


Llevaba varios días buceando a bastante profundidad en uno de sus correos electrónicos, que le agobiaba con un aviso de “estoy lleno”, “estoy lleno”.

Siempre andaba corriendo, y ahora encima esto que lo sacaba de quicio, pero no podía hacer nada al respecto, era aceptar lo inevitable o pagar para obtener más gigas y sólo por amor propio, no estaba dispuesto a hacerlo.

Empezó la tarea maldiciendo su suerte y renegando, pues no le apetecía nada tener que revisar aquella lista interminable de e-mails, pero no podía borrarlos y ya está. Para su sorpresa, descubrió, que muchos de los mensajes que leía no le aportaban nada, pues no mantenían ningún hilo de contacto con su realidad, y pensó que la vida era eso, días, meses y años que van pasando en un pase continuo de fotogramas.

Otros mail sin embargo, uf, valían la pena el tiempo que les estaba dedicando. De manera que lo que comenzó de manera tediosa, pasó a ser un rato de relax diario que debía de reconocer, le estaba gustando.

Así que se remontó sin pretenderlo, años atrás en un viaje en el tiempo a lugares olvidados, a cartas de seres queridos, muy queridos y también de otros que nunca llegaron a serlo. También a mensajes de los primeros trabajos, y a fotos y vídeos de los que ya no guardaba memoria alguna.

Este ejercicio de dedicación diaria le estaba cambiando hasta el carácter. Sonreía más y empezó a tomarse su tiempo para según qué cosas. A fin de cuentas, todo tiene la importancia que queramos darle y lo que para unos es imprescindible para otros no lo es tanto.

Se descubrió recordando cómo siendo muy jovencito, hacía cálculos sobre los años que le quedaban por delante para llegar a COU, luego para terminar la carrera de cinco años, si sacaba todas las asignaturas sin repetir ninguna... toda una vida programada. Cuando empezó a trabajar, también hacía cuentas de los años que necesitaría para subir de escalafón, y luego cumplidas las metas, los que le faltaban para jubilarse. Había tenido suerte, ahora todo era más difícil para los que venían detrás.

Él era así, -pensó- todo control, y le complacía. Eso no iba a cambiar, pero había descubierto algo positivo, podía ver los problemas desde otro ángulo y disfrutar de los buenos ratos como ahora, algo que antes no se hubiera planteado en su afán de aprovechar hasta el último segundo. Era verano y este año le tocaba trabajar sin vacaciones estivales. Eso podía amargar a cualquiera, pero eso ya no iba a pasar. Ahora estaba en el descanso, y lo aprovecharía, así que siguió tumbado bajo el árbol en el parque, con la tablet al lado, buceando entre sus pensamientos mientras miraba al cielo, y veía  pasar una nube despistada que como él, se dejaba llevar.





 

 

 


 


domingo, 4 de junio de 2023

Cosquillas de primavera o de verano

En junio todo va tomando otros matices que nos guían como roces cálidos, como los rayos de luz que se cuelan entre las ramas de los árboles, y nos muestran la senda dentro del bosque aún húmedo. Esa cálida sensación, genera este poema como un guiño hacia el verano.

Despertar.

Amanece el día de cielo violeta,

y la frescura se posa sobre la hierba

como besos inseguros.

Tierra.

Sentado frente a la soledad del campo

pasa la mano sobre el muslo

en un intento por asir la mano de ella.

Vacío.

El sol pasea silencioso por el cielo,

el canto de los canarios compite con la calma

y corre la brisa entre las hojas.

Alerta.

Se quejan las ramas monte abajo,

y en pie otea entre los árboles

que se mueven serenos y susurran.

Hambre.

El anhelo aletea entre el estómago y el alma,

la sombra de un perro se acerca

y tras él llega ella con la merienda.

Plenitud.

Comen y ríen acogidos por el bosque,

y olvidadas las ansias

sacian sus apetitos que no son pocos.

 

jueves, 4 de mayo de 2023

Soledad y la carrera contra reloj

Parece que en Los Países Bajos, han implantado un proyecto que se fundamenta en lo que han llamado “cajas lentas”, debido a la cantidad de gente que vive sola y no tiene con quién charlar, de forma que han puesto cajeras que les den conversación. Supongo que esto se deberá al carácter nórdico, porque debo decir, que en los supermercados que visito, y no vivo en Los Países Bajos, la mayoría de las cajeras-os son amabilísimas-os, y te sonríen, y charlan mientras hacen su trabajo.

Este proyecto es noticia, porque vivimos en un mundo que siempre tiene prisa, (aunque no la tenga) y la gente apenas tiene tiempo para darte los buenos días. A veces incluso les molesta. Y cuando hacemos por ejemplo la compra, nos contraría que el cliente que nos precede, se entretenga guardando el monedero o metiendo los artículos con detenimiento en su bolsa.

Dejando a un lado que a veces tenemos prisa de verdad, en la mayoría de las ocasiones no es así. Entonces ¿por qué esa carrera contra reloj?

 

Soledad se viste y arregla como si hubiera quedado con alguien... Y antes de salir le echa una última mirada al espejo... mmm, a ver, vestido, pendientes, anillo y colgante.  Ya está lista.

Conduce hasta el garaje del súper y saluda a la voz que le habla en el control de la barrera.

Ya en el supermercado se pasea haciendo un poco de tiempo, observando a la gente, por si alguien se presta a hablar sobre qué se yo, los tomates por ejemplo, dando pie con esa frase que todos conocemos, -Si es que no saben a nada. O lo cara que está la carne o el pescado fresco. Por cierto, -piensa- la pescadera es un encanto. Siempre parece feliz.

Le gusta ese súper porque son amables y la cajera la mira a los ojos y charla mientras pasa los cuatro artículos que ha comprado. No como en el otro, donde la dependienta, aunque ella la escrutaba con atención, no levantaba la cabeza. La chica siempre mascaba chicle, y cuando por fin miraba aburrida y le contestaba a algo, lo hacía a base de monosílabos. En este nuevo supermercado todo es distinto. Incluso a veces finge buscar en el bolso el resguardo del garaje, para retrasarse un poco más, pero nunca le dan prisas, de manera que va todos los días y por supuesto, siempre se lleva algo.

Así y todo, a veces no hay suerte y nadie necesita conversar, de manera que aunque se demore todo lo posible, al final, no le queda más remedio que regresar a su casa vacía, al parloteo constante del televisor, a ver a la gente pasar bajo el balcón, a comer sola y a darle los buenos días al espejo para al menos, oír su propia voz.

Por fin es viernes. Esta semana se le ha hecho eterna. Sale de casa con una bolsa llena de artículos de la compra para Johan, un chico joven y desgreñado, que duerme los viernes entre cartones en la esquina de su calle, haga frío o calor. Siempre hablan durante un rato, a veces incluso filosofan. Le gusta ese encuentro y si fuera más valiente haría algo más que llevarle comida. Hoy él la está esperando con una sonrisa de oreja a oreja y un cachorrito entre los brazos, que nada más verla pone sobre los suyos. Amaneció junto a mí, dentro de una caja de zapatos -le cuenta-. Ella mira al animal, que le devuelve una mirada limpia e indefensa mientras le lame un dedo, y automáticamente y con los ojos llorosos, se enamora. Lo llamará Fortuna. Ahora -piensa- tendré que rápidamente, pedir cita en el veterinario y pasar por el súper en una visita relámpago para comprar todo lo necesario, tiene que cuidar como es debido al cachorro. Y tiene que hacer todo, antes de que cierren.