Parece que en Los
Países Bajos, han implantado un proyecto que se fundamenta en lo que
han llamado “cajas lentas”, debido a la cantidad de gente que
vive sola y no tiene con quién charlar, de forma que han puesto cajeras que les
den conversación. Supongo que esto se deberá al carácter nórdico, porque debo decir, que en los supermercados que visito,
y no vivo en Los Países Bajos, la mayoría de las cajeras-os son amabilísimas-os, y te sonríen, y charlan mientras
hacen su trabajo.
Este proyecto es
noticia, porque vivimos en un mundo que siempre tiene prisa, (aunque
no la tenga) y la gente apenas tiene tiempo para darte los buenos
días. A veces incluso les molesta. Y cuando hacemos por ejemplo la
compra, nos contraría que el cliente que nos precede, se entretenga
guardando el monedero o metiendo los artículos con detenimiento en
su bolsa.
Dejando a un lado
que a veces tenemos prisa de verdad, en la mayoría de las ocasiones
no es así. Entonces ¿por qué esa carrera contra reloj?
Soledad se viste y arregla como si hubiera quedado con alguien... Y antes de salir le echa una última mirada al espejo... mmm, a ver, vestido,
pendientes, anillo y colgante. Ya
está lista.
Conduce
hasta el garaje del súper y saluda a la voz que le habla en el
control de la barrera.
Ya
en el supermercado se pasea haciendo un poco de tiempo, observando a
la gente, por si alguien se presta a hablar sobre qué se yo, los
tomates por ejemplo, dando pie con esa frase que todos conocemos, -Si
es que no saben a nada. O lo cara que está la carne o el pescado
fresco. Por cierto, -piensa- la pescadera es un encanto. Siempre
parece feliz.
Le
gusta ese súper porque son amables y la cajera la mira a los
ojos y charla mientras pasa los cuatro artículos que ha comprado. No
como en el otro, donde la dependienta, aunque ella la escrutaba con
atención, no levantaba la cabeza. La chica siempre mascaba chicle, y
cuando por fin miraba aburrida y le contestaba a algo, lo hacía a
base de monosílabos. En este nuevo supermercado todo es distinto.
Incluso a veces finge buscar en el bolso el resguardo del garaje,
para retrasarse un poco más, pero nunca le dan prisas, de manera que
va todos los días y por supuesto, siempre se lleva algo.
Así
y todo, a veces no hay suerte y nadie necesita conversar, de manera
que aunque se demore todo lo posible, al final, no le queda más
remedio que regresar a su casa vacía, al parloteo constante del
televisor, a ver a la gente pasar bajo el balcón, a comer sola y a
darle los buenos días al espejo para al menos, oír su propia voz.
Por
fin es viernes. Esta semana se le ha hecho eterna. Sale de casa con
una bolsa llena de artículos de la compra para Johan, un chico joven
y desgreñado, que duerme los viernes entre cartones en la esquina
de su calle, haga frío o calor. Siempre hablan durante un rato, a
veces incluso filosofan. Le gusta ese encuentro y si fuera más
valiente haría algo más que llevarle comida. Hoy él la está
esperando con una sonrisa de oreja a oreja y un cachorrito entre los
brazos, que nada más verla pone sobre los suyos. Amaneció junto a
mí, dentro de una caja de zapatos -le cuenta-. Ella mira
al animal, que le devuelve una mirada limpia e indefensa mientras le
lame un dedo, y automáticamente y con los ojos llorosos, se enamora.
Lo llamará Fortuna. Ahora -piensa- tendré que rápidamente, pedir
cita en el veterinario y pasar por el súper en una visita relámpago
para comprar todo lo necesario, tiene que cuidar como es debido al
cachorro. Y tiene que hacer todo, antes de que cierren.