viernes, 4 de noviembre de 2022

Caballito

Sabemos que la atracción que sentimos por los objetos, depende en gran medida de nuestras etapas de aprendizaje, pero así y todo, cuando hablamos de esos pequeñajos de unos cuatro años en adelante, resulta que a algunas de esas personitas les atraen los objetos grandes, ya sea para amontonarlos, tirarlos, abrazarlos, hacer que rueden, etc. Y a otras por el contrario, les enamoran las cosas más pequeñas, y acogerlas entren sus manitas, les regala esa agradable sensación de amparo y dicha, que les perdurará en el tiempo. Supongo que ambas posturas irán acorde con la personalidad que se va forjando en cada cual.

Esta es la historia de un caballito de plástico, que un niño encontró enterrado, como un tesoro escondido, en el jardín del patio del cole. Era un caballito diminuto, de unos dos centímetros, blanco, con la silla de montar roja, y la cola y las crines negras, perfecto para atesorar en el interior de su puño.

 

 

Desde que lo tocó, supo, con la convicción de la inocencia que poseemos durante la infancia, de su poder de protección y de su magia blanca. Lo vio en su mirada, en el interior de esos dos minúsculos puntos negros y profundos, de manera que desde ese instante en que sus ojos se encontraron, sintió que nunca debía separarse de él y así se lo propuso. Y si alguna vez, por el motivo que fuera se le olvidaba llevarlo consigo, se auto convencía de que en su mundo, (de casa al cole y del cole a casa) todo le saldría mal, ya fueran los exámenes, los ejercicios, la tarea o los juegos durante el recreo. Todo, absolutamente todo, porque el caballito mágico se había quedado en casa. Y es que era incapaz de concentrarse, se lo imaginaba con lágrimas azules que caían hasta el suelo rebotando y salpicándolo todo, incluido a “Caballito”(así lo bautizó) que temblaba de soledad, de la cabeza a los pies. Y de otras mil maneras trágicas de sufrir de melancolía durante todo un día. Era agotador y angustioso.

Para evitar el olvido, imperdonable con un ser querido, optó como medida de precaución, por meterlo en el bolsillo del pantalón antes de acostarse. Así, repitiendo el acto como si de un mantra se tratara, pasaron los días, los meses, y los años, hasta que llegó a la pubertad. Esa que transforma al ser humano en un bicho raro lleno de contradicciones y de acné. Entonces, más por temor al ridículo, inaceptable en alguien que no es un friki, un día se armó de valor y lo dejó en un cajón en su habitación. Al principio se sintió desnudo, vacío como cuando te dejas el móvil en casa, pero pronto, con el descubrir de la vida, la independencia, los amigos y colegas, y los albores del primer amor, se olvidó de Caballito y del malestar que llegó a sentir por su ausencia. 

 

Así pasaron los años, hasta que por casualidad, su madre, recolocando cosas en casa, lo descubrió dentro de una cajita y recordó con una sonrisa que era el amuleto de su hijo. De manera, que en un acto cargado de nostalgia, le anudó un cordón y lo colgó de la carcasa de su móvil. Si percibió un brillo en los ojos de Caballito, jamás lo sabremos, pues eso quedará entre el amuleto y ella, que aparentemente no se dio por aludida, y es que los talismanes, sólo funcionan, si uno cree firmemente en ellos.

Yo soy de las que piensan, que seguro que Caballito, pondría todo de su parte para envolver con su magia a quien lo rescató del olvido, como ocurre con “el genio de la lámpara”, aunque este era un rácana y sólo concedía tres deseos, pero bueno, esa es otra historia, y yo reconozco que soy una romántica.