Asocio diciembre y enero como unos meses cargados de bulla, como el sonido que produce la lluvia cuando cae con fuerza, o la tele cuando no sintoniza ningún canal; y me ha dado por pensar en justo lo contrario, en esos silencios que pululan a ratos, en la intimidad del hogar.
En esta ocasión el texto va dedicado a mi
compañero Ángel, por ser como es, aventurero, solidario, amante, crítico, lector, amigo, trabajador, empático, cariñoso... y la lista seguiría.
Gracias a todos y todas por leerme. Alegres Reyes y salud para este 2024. Deseo repartir al mundo la felicidad, pero se me queda un poco grande. Y además creo, que cada uno debe trabajar sus propios méritos para alcanzarla, sin ponerse la meta muy alta.
No es una contradicción
pensar en el sonido del silencio,
pues en ocasiones se siente y se oye.
Se ama y se odia.
Unas
veces palpita en soledad,
como cuando sales
y la casa siente tu ausencia,
y parece que resuenan tus pasos por la escalera
pero no eres tú, sólo tu sombra.
Otras,
el silencio es sonrisa,
y lo sientes como risas
en mitad de la estación de pasajeros.
Como un eterno desfile de hormigas
que corretean por las manos que se entrelazan.
También es un
grito de alegría,
cuando el beso adelanta al silencio
y rozas con los dedos los labios mudos,
llenos de felicidad.
A
veces oigo tu voz que me llama,
y pregunto en vano al vacío
que me responde callando.
Casi no estás.
Cada
día siento el silencio, lo escucho,
me enamora y me arropa
la sensación de tu presencia
y tu abrazo siempre fuerte.
Y
es que me gusta el titilar silencioso
que a veces nos rodea,
que nos acompaña y enlaza,
porque es hermoso.
A ti, que siempre estás.