domingo, 4 de diciembre de 2022

Navidad 2022_23

Nos movemos normalmente ajenos a lo que nos rodea, y uno nunca sabe lo cerca que puede haber estado por ejemplo, de la muerte... un día cualquiera, a una hora cualquiera. Y es que nos creemos invencibles y vamos por el mundo convencidos de que nada malo nos va a suceder jamás. Y en nuestro afán por salir airosos de los retos diarios, en muchas ocasiones, se nos pasan los días sin levantar la cabeza para poder ver por ejemplo, las luces de Navidad.

La vecina la entretuvo con un rollo absurdo sobre la comunidad y la puso de mal humor. En cuanto pudo deshacerse de ella, salió con la bicicleta y en un arrebato de pelos al viento, no se puso el casco, y ya puestos, tampoco el chaleco refractario, total, sólo estaba empezando a caer la tarde.

 

El conductor presionó el freno varias veces incrédulo, pero no funcionó, instintivamente metió las marchas para ir reduciendo velocidad, no iba deprisa, pero el camión iba pesado y la plazoleta estaba ahí mismo.

La ciclista entró en la rotonda al mismo tiempo que el camión sin control, que tomaba la curva de la glorieta como podía, osea mal. Ella, ignorando el peligro, cogió la primera desviación rumbo a la entrada del parque que estaba allí mismo. La bestia sin frenos le siguió los pasos y terminó empotrándose, junto a la entrada del parque, en una casona desvencijada, aplastando matojos y arbustos a su paso.

Allí, unos segundos antes, los ocupas que habían estado sentados al sol se levantaban, pues empezaba a hacer fresco. Mientras, el gato que permanecía de cacería por la zona perdía la presa, pero salvaba la vida dando una ágil pirueta. El escarabajo que se afanaba construyendo una hermosa bola, sin embargo, tuvo peor suerte, pues si bien las ruedas del camión le pasaron muy cerca sin dañarlo, quedó aplastado bajo la bota del camionero que tras su aturdimiento, pálido y conmocionado, de un salto se plantó en el suelo sin entender muy bien lo que le había pasado. 

 

Todos deberían de haber bailado de alegría celebrando que permanecían vivos, pero ocurrió todo lo contrario. El camionero refunfuñando improperios, se dedicó a darle patadas a las ruedas del camión hasta que se cansó, al tiempo que los ocupas le increpaban convencidos de que los destrozos producidos en la estructura de la casa, habían sido planificados por la mano negra del dueño. Y hasta el gato, maullaba engrifado ante el susto y la algarabía de la ambulancia y la policía, que dado lo aparatoso del tortazo, se habían plantado allí casi al momento.

Ella fue la única que tras el golpetazo, asombrada y temblando, tomó consciencia del accidente del que se había librado, su malhumor había desaparecido de un plumazo y como quienes debían, lo tenían todo controlado, decidió con media sonrisa, ponerse el casco sin tentar más a la suerte y empezar su paseo entre los árboles. 

Que esta Navidad se nos llene el corazón de luz. Felices fiestas

viernes, 4 de noviembre de 2022

Caballito

Sabemos que la atracción que sentimos por los objetos, depende en gran medida de nuestras etapas de aprendizaje, pero así y todo, cuando hablamos de esos pequeñajos de unos cuatro años en adelante, resulta que a algunas de esas personitas les atraen los objetos grandes, ya sea para amontonarlos, tirarlos, abrazarlos, hacer que rueden, etc. Y a otras por el contrario, les enamoran las cosas más pequeñas, y acogerlas entren sus manitas, les regala esa agradable sensación de amparo y dicha, que les perdurará en el tiempo. Supongo que ambas posturas irán acorde con la personalidad que se va forjando en cada cual.

Esta es la historia de un caballito de plástico, que un niño encontró enterrado, como un tesoro escondido, en el jardín del patio del cole. Era un caballito diminuto, de unos dos centímetros, blanco, con la silla de montar roja, y la cola y las crines negras, perfecto para atesorar en el interior de su puño.

 

 

Desde que lo tocó, supo, con la convicción de la inocencia que poseemos durante la infancia, de su poder de protección y de su magia blanca. Lo vio en su mirada, en el interior de esos dos minúsculos puntos negros y profundos, de manera que desde ese instante en que sus ojos se encontraron, sintió que nunca debía separarse de él y así se lo propuso. Y si alguna vez, por el motivo que fuera se le olvidaba llevarlo consigo, se auto convencía de que en su mundo, (de casa al cole y del cole a casa) todo le saldría mal, ya fueran los exámenes, los ejercicios, la tarea o los juegos durante el recreo. Todo, absolutamente todo, porque el caballito mágico se había quedado en casa. Y es que era incapaz de concentrarse, se lo imaginaba con lágrimas azules que caían hasta el suelo rebotando y salpicándolo todo, incluido a “Caballito”(así lo bautizó) que temblaba de soledad, de la cabeza a los pies. Y de otras mil maneras trágicas de sufrir de melancolía durante todo un día. Era agotador y angustioso.

Para evitar el olvido, imperdonable con un ser querido, optó como medida de precaución, por meterlo en el bolsillo del pantalón antes de acostarse. Así, repitiendo el acto como si de un mantra se tratara, pasaron los días, los meses, y los años, hasta que llegó a la pubertad. Esa que transforma al ser humano en un bicho raro lleno de contradicciones y de acné. Entonces, más por temor al ridículo, inaceptable en alguien que no es un friki, un día se armó de valor y lo dejó en un cajón en su habitación. Al principio se sintió desnudo, vacío como cuando te dejas el móvil en casa, pero pronto, con el descubrir de la vida, la independencia, los amigos y colegas, y los albores del primer amor, se olvidó de Caballito y del malestar que llegó a sentir por su ausencia. 

 

Así pasaron los años, hasta que por casualidad, su madre, recolocando cosas en casa, lo descubrió dentro de una cajita y recordó con una sonrisa que era el amuleto de su hijo. De manera, que en un acto cargado de nostalgia, le anudó un cordón y lo colgó de la carcasa de su móvil. Si percibió un brillo en los ojos de Caballito, jamás lo sabremos, pues eso quedará entre el amuleto y ella, que aparentemente no se dio por aludida, y es que los talismanes, sólo funcionan, si uno cree firmemente en ellos.

Yo soy de las que piensan, que seguro que Caballito, pondría todo de su parte para envolver con su magia a quien lo rescató del olvido, como ocurre con “el genio de la lámpara”, aunque este era un rácana y sólo concedía tres deseos, pero bueno, esa es otra historia, y yo reconozco que soy una romántica.

martes, 4 de octubre de 2022

De la ancianidad a una habitación sin personalidad en un viaje sin retorno.

Escribí este texto en abril de 2017 cuando mis progenitores aún estaban entre nosotros (fallecieron el 16 de enero de 2018 ella y el 10 de noviembre de 2019 él). Los recuerdo siempre con una sonrisa; ajetreada y nerviosa ella, y paciente y cariñoso él.

Hay días o momentos durante el día, en los que cuando somos conscientes de nuestra madurez, nos sentimos viejos y cansados, ajados o desolados sin más. Este escrito forma parte de uno de esos ratos de vacío y tristeza, por fortuna, luego el momento pasa y vuelves a la vida con energía, si no renovada, sí sacudiéndote el malestar.

De la ancianidad a una habitación sin personalidad en un viaje sin retorno.

Estoy comiendo en la cocina una ensalada china, mientras pienso que esta casona que en mi niñez sentía como mía, y como el mejor refugio del mundo, ahora que mis padres son ancianos y muchas son las cosas que han cambiado, me parece extraña, lejana y solitaria. Esto último probablemente se acentúa porque todos, salvo yo, medio duermen.

Mi pareja está en una cena de despedida de un curso de francés. Le acabo de enviar un whats App, pero supongo que donde está no deben tener cobertura porque veo que no lo recibe. La casa se me hace enorme y hueca y me pesa. Hoy dormiré en mi antigua habitación, aunque del mobiliario anterior no queda nada. Ahora la cama es una plegable, que usamos los fines de semana hasta que encontremos otra solución. Hay también estanterías, un armario empotrado, una mesa grande de oficina, sillas dispares, y la tabla de planchar recogida a un lado. Es una habitación para todo, incluso de medio despensa para almacenar trastos grandes como cajas de leche, botellones de agua o paquetes gigantes de pañales para adultos. Ahora, es una habitación sin personalidad, sin orden ni gusto.

Hasta la fecha y entre semana, una señora se encarga de atender a mis padres, pero los fines de semana los cubrimos entre los hermanos, pues ya no pueden estar solos. Y es que tarde o temprano volvemos a depender de los demás pues nuestro ciclo se va cerrando. Ahora ellos necesitan ayuda para todo, sobretodo para anclarlos al mundo. Este sábado noche me ha tocado a mí. Mañana tras asearlos, les pondré el desayuno, les daré las medicinas y los dejaré preparados para enfrentarse a ratos, a la quietud forzada y la ilusión perdida, a los malos recuerdos y a los buenos momentos según la conciencia les lleve o les traiga en su devenir caprichoso.

Papá acaba de levantarse pensando que era de día. Se está comiendo una mandarina, aunque él dice que es una naranja. Mamá de momento está tranquila y duerme. He conseguido que papá por fin se acueste y yo me voy a descansar también, pues con ellos nunca se sabe la noche que vamos a tener.

Desde la cama oigo en el “escucha para bebés”, (que hemos instalado para saber si tienen algún problema), los constantes carraspeos de mi padre, que no para además de hablar mientras dormita. Mamá en ocasiones tiene la respiración agitada y de repente le dice frases incongruentes a papá, que no las escucha porque por fortuna está sordo. Hace frío.

Parece que por fin duermen más profundamente, y yo en esta habitación que ya no es de nadie, voy a hacer lo propio mientras me dejen, pues no tardarán en volver a despertar.


 



lunes, 5 de septiembre de 2022

Ladera abajo

Hoy me declino por un tema filosófico: Vivir con intensidad frenética o de manera contemplativa... Y es que a veces pienso, que el día no tiene suficientes minutos para que me de tiempo de hacer todo lo que tengo en mente. Y por eso, me preocupa que la vida se me escape sin llegar a disfrutar cada segundo. Y por otro lado, hacer relajadamente lo que te pida el cuerpo, también es un disfrute, y puede formar parte, de manera inconsciente o no, de lo que tienes en mente.¿Tú qué piensas?

 

Aquí arriba aún no hay mucha luz y nos rodea el silencio. Corro feliz dando saltos cortos sobre el herbazal seco. Parezco una cabra. La bruma se desliza ladera abajo, se toma su tiempo, despacio, enredándose en la copa de los árboles porque a esta hora todo late más despacio.

Desde hace rato escucho persistente y sin ritmo, cómo cacarea el pesado del gallo y el ronroneo fugaz de los coches que llega aquí escalando sobre la ladera.

Un conejo corre asustado al sentir mi presencia, de pronto se para, y se queda paralizado probando su estrategia de camuflaje, que funciona, pues es casi perfecta. Parece que forma parte del paisaje, de no ser porque le he visto correr antes no sabría que está por ahí. Bueno, por eso y porque llevo oliéndolo desde hace rato.


Los matojos de hinojo salpican la pendiente con sus florecitas amarillas, que al arrullo de la brisa impregnan con su aroma el campo, mientras que las vainas de las retamas, secas como dedos de brujo se balancean para asustarme, pero no me dejo impresionar, de manera que les ladro.

Yo a lo mío, otra carrerita. Un par de vueltas más, creo que me gusta este sitio, a ver... por aquí... parece que no, un poco más abajo... creo que por aquí, ah, si, si, si... este sitio me gusta. Uf, qué alivio, ya no podía más. Bueno, zona abonada y justo a tiempo porque se oye a lo lejos la campana. Y salgo disparado porque mi cuenco ya estará lleno.

jueves, 4 de agosto de 2022

Calor

Durante este verano en el que estamos padeciendo temperaturas que baten récord abrasando todo y a todos y todas, una de las palabras que más se oye de entre nuestros lamentos es la de sofoco.

El diccionario nos dice que “sofoco” es el efecto de sofocar o sofocarse; y sobre “sofocar” nos cuenta, que es producir [el calor excesivo u otra cosa] sensación de ahogo o dificultad para respirar. Y también y curiosamente: Apagar o dominar una cosa que se extiende o se desarrolla, especialmente un fuego. Son dos significados un tanto contradictorios, pero así somos nosotros de complejos, ardemos asfixiados y apagamos el incendio con la misma palabra.


Mini cuentos:

Se quedó petrificado frente al calor fulminante, sólo escaparon del fuego unas cuantas plumas de colores.

 


Ante el desespero, intentó huir hacia arriba, pero olvido por completo que las llamas y el humo tienden a subir y se abrasó.

 


Soñaba que nadaba bajo el agua y hasta era capaz de sentir el frescor de las profundidades. 






lunes, 4 de julio de 2022

La hora del miedo

Qué bien sabe un fuerte abrazo. Cuando te aprietan y te estrechan tan fuerte que escuchas el corazón ajeno, y tu cuerpo se estremece de placer al sentir al otro tan cerca, que se entrelazan los dos mundos.

Al caer la tarde, iba siempre corriendo junto a la pared de las casas, acercándose a las ventanas para recibir la luz que escapaba del interior de los hogares, tocando la pared con los dedos como si de esa manera, un hilo invisible le mantuviera unido a sus vecinos. 

 


Así evitaba que aflorara el miedo, el miedo que podía dejarlo paralizado, cubierto de escarcha, el miedo que retorcido se introduce en forma de pensamientos negros, el miedo que le producía andar por la calle a la hora del crepúsculo, porque todos sabían en el pueblo, que cuando el sol se oculta, ellos, los espectros, los fantasmas, los brujos, aprovechan para hacer de las suyas, mientras bailan susurrándole conjuros a la luna.

 

 

Pero él era valiente. Él rompía el silencio junto a los grillos, farfullando una canción, ahuyentando de esta manera la maldad que se esconde dentro del silencio de las sombras, y sombras había muchas, que persistentes, le perseguían durante el trayecto hasta que llegaba a casa, a la puerta donde colgaban junto al llamador, ramilletes de hierbas aromáticas para espantar a los malos espíritus. Allí tocaba fuerte con la aldaba, ya se sentía casi a salvo, y la “amá” siempre le abría rápido sabedora de los miedos que pasaba el niño durante el trayecto, y tras cerrar, ella lo abrazaba y entonces él sabía que dejaba afuera los mundos grotescos de la noche, y de nuevo el sosiego lo inundaba todo. En casa estaba a salvo.





sábado, 4 de junio de 2022

Tres eran tres

Al nacer recibimos una serie de gracias (o no) que no nos hemos ganado, pues es el ADN quien nos las  aporta, y casi siempre lo ignoramos a posta. Todos hemos oído eso de “qué fea es”, o mira “qué bajito”, como si el ser del que hablamos se mereciera el aspecto que tiene, o también lo de "es un bellezón", cuando el personaje tampoco ha hecho nada para merecerlo. Es como nacer rico o nacer pobre. Somos poco objetivos cuando se trata del prójimo o incluso de nosotros mismos. Y  es que aprender a aceptarnos que no es lo mismo que a conformarnos, es sumamente importante.

Tres eran tres dice esta historia, Croa, apodado “el rana” porque siempre tenía hipo, su amigo Mago, amante de la magia y Cesa, que sabía de cuentos clásicos y tenía fama de habladora.

Que Croa hipara continuamente, resultaba gracioso cuando era pequeño, pero había crecido y ahora era raro el que no lo miraba con enojo cuando llevaba un rato escuchándolo; sin embargo, a su amigo Mago que era sordo, como era lógico, no le molestaba ni lo más mínimo. A Mago sin embargo, le fastidiaba no poder escuchar sus propios conjuros, hecho que él creía de suma importancia, pues no confiaba, en que si no los podía oír, surtieran efecto. 

Así que los dos compañeros, preocupados por lo que consideraban graves defectos, andaban siempre medio cabizbajos, y solían pasear sin rumbo fijo en lugar de emplear el tiempo jugando, por ejemplo, o disfrutando del buen día que tenían por delante.

Una tarde en la que como siempre, no miraban al frente, tropezaron con Cesa que en pleno monólogo, enlazaba un cuento detrás de otro para unos pájaros que la ignoraban completamente. Enseguida los tres conectaron muy bien, charlaron cada uno a su manera y se pusieron al día sobre sus anhelos y desgracias.

Cesa, tras una larga perorata de cuentos locos, propuso  besar “al rana" para acabar con lo que podía ser una maldición. Mago, envalentonado, pensó en un conjuro nuevo, mientras Croa, atónito y entre hipidos no se podía creer lo que estaban planeando.

Llegado el momento, Cesa le dio un sonoro beso a Croa, al tiempo que Mago haciendo aspavientos con las manos juraba en silencio, pero pasados unos minutos no ocurrió nada y Croa siguió hipando lastimosamente. 

Se desanimaron por completo, ignorando que el mundo de los deseos necesita su tiempo, y así fue en esta ocasión en la que pasado un buen rato de espera, una nube tapó el sol ensombreciéndolo todo y un ruido proveniente de la copa de los árboles los dejó medio moscas, sobretodo porque a continuación, ¡Pum!, un gran coco, venido de no se sabe dónde, cayó sobre la cabeza de Croa, dándoles un gran susto.


Tras el accidente, se hizo el silencio porque hasta Cesa dejó de parlotear. Y al cabo de un rato, fueron conscientes de que en cierto modo todo había salido bien. Croa, tras el susto, aunque con un gran chichón en la cabeza había dejado de hipar,  Mago estaba convencido de que el conjuro había funcionado sin necesidad de hablar, y Cesa, había puesto en práctica aquello de “besar a una rana” y guardar silencio durante un rato sin que pasara nada.

No sabemos si fue cosa del azar, si sus deseos se cumplieron por arte de magia, o por poner mucho empeño y buscar remedio, pero de aquel exótico bosque, salieron tres amigos nuevos y sin complejos.


miércoles, 4 de mayo de 2022

Mar violeta

Si no ves lo que buscas, probablemente es porque no usas las herramientas adecuadas. La mayoría de las veces nos basta con cambiar el enfoque, utilizando una perspectiva distinta, para encontrar el camino hacia nuestro objetivo.


Como todas las mañanas,

miré al horizonte buscándolas con insistencia,

pero hoy no las encontraba.


Le pregunté a un chico

que sobre una roca sentado pescaba en la orilla,

mientras los peces saltaban a su alrededor,

ignorando el anzuelo con la carnada,

pero me dijo haciéndose el interesante

que él no se fijaba en esas tonterías.


Entonces resignada, use mi mano a modo de visera

porque el sol que brillaba encandilaba

y por fin, allí estaban, en la lejanía,

y es que las buscaba en el sitio equivocado.


Les grité un hola y las saludé con la mano

y ellas se acercaron, y me enviaron un soplido,

y luego, dando golpes con las colas sobre el agua,

siguieron balanceándose haciendo camino.













lunes, 4 de abril de 2022

Un rato en el hormiguero

La vida sería muy distinta si todos dedicáramos nuestro tiempo a conseguir la prosperidad y el bienestar de la comunidad, y no a pensar tan sólo en nuestro propio beneficio. Necesitamos caminar hacia una relación real y palpable con nuestros semejantes, y no hacia la individualización, ni a  encerrarnos en nosotros mismos.

Una luz dorada se reflejaba sobre las gotas que cabezotas, y aunque soplaba viento, aún permanecían aferradas a los tréboles que colonizaban la zona. Amanecía, pero en el hormiguero hacía mucho que la actividad nerviosa de las Obreras no parecía decaer, pues la Reina estaba a punto de realizar una nueva puesta de huevos y además, la lluvia había provocado el ensanchamiento de la puerta de la colonia.

Entre el alboroto general y como si alguien quisiera templar aún más los nervios, cayó por el hueco del hormiguero algo que no paraba de dar saltos, lo que provocó un loco frenesí en la comuna que sólo duró unos segundos. Enseguida un batallón bien entrenado de hormigas Soldado cerraron filas a su alrededor, mientras las Obreras, se apresuraron a construir una muralla con sus cuerpos para proteger a la Reina en su proceso de puesta de huevos. 

 

El intruso resultó ser un trozo de rabo de lagartija que su dueño había perdido en circunstancias que se desconocían y para asombro de la comunidad y sembrando el mismo desconcierto que al caer, de pronto dejó de moverse, circunstancia que aprovecharon las Obreras para despiezarlo, mordisqueando, digiriendo y almacenando las proteínas en sus estómagos, para alimentar luego las numerosas larvas que esperaban en la guardería.

Al poco tiempo, del rabo de la lagartija no quedaba más que el precipitado susto que produjo aquel maná caído del cielo. Y como el ejército que eran, y sin mayor preocupación que la de proteger siempre al clan, comenzaron el ascenso en fila india para reparar el agujero de entrada unas, y traer provisiones las otras, como si allí dentro nada hubiera alterado la rutina del hogar.



 

viernes, 4 de marzo de 2022

Vela al viento

La madurez trae consigo el sosiego que nos regala la paciencia aprendida, y que desemboca como un río en el mar, en una manera de ver y vivir el día a día con una perspectiva más sabia y relajada; y que como la marea, nos lleva de aquí para allá mientras no paramos de empaparnos de todo cuanto nos rodea. Cuando somos jóvenes, las horas del día no son suficientes para alcanzar los logros que anhelamos. A veces todo nos parece lentísimo o vertiginoso, siempre sin término medio aunque pongamos empeño y nos esforcemos.

 Esta es la historia del pequeño pez Vela, que deseaba hacer como sus mayores grandes cabriolas en el aire, pero por más que lo intentaba, sólo conseguía dar algunos apurados saltitos.

El señor Gaviota, siempre oportunista, lo vigilaba disimuladamente pues era un plato muy apetecible. Sabía que estaba lejos de sus posibilidades, pero esto no le impedía maquinar, para ver cómo podía hacerse con la presa.

Un día, sobrevolando la zona donde se ejercitaba el pequeño pez, se le acercó y le dijo: -Sé de un sitio donde las aguas son poco profundas y podrías impulsarte con la cola para coger más altura-.

 


El ansioso e ingenuo Vela, pensó que nada malo podía sucederle y se dirigió hacia el lugar que le había indicado el interesado Gaviota. Allí comenzó a dar saltos cada vez más altos, apoyando la cola contra el suelo para rebotar con más fuerza. Se sentía dichoso y cuanto más saltaba y más piruetas hacía, más ganas tenía de seguir ejercitándose. Cuando llevaba más tiempo de lo aconsejable y ya estaba cansado por el esfuerzo, Gaviota, que daba vueltas en círculo animándolo a seguir, decidió que había llegado el momento de atraparlo, porque aunque el pez era muy rápido, en el estado en el que estaba no podría escapar, de manera que relamiéndose, se lanzó en picado.

El desdichado Vela, agotado como estaba, sintió la sombra sobre él demasiado tarde y se quedó petrificado de miedo. Pero cuando ya sentía que iba a ser el almuerzo del señor Gaviota, éste recibió un golpe en el costado que le hizo cambiar de trayectoria y perder un poco el equilibrio. No obstante, Gaviota, siempre hábil, se sobrepuso y logró posarse perjurando sobre una roca cercana, y mientras recomponía sus plumas, miraba receloso a su agresor que no era otro más que el papá de Vela, que nadaba siempre pendiente de su vástago.

 

 

El pequeño Vela había visto la rapidez y el enorme salto con el que su padre se había enfrentado a Gaviota. Entendió entonces, que cuando sus aletas crecieran como las de papá Vela, alcanzaría la velocidad necesaria para dar grandes saltos, y que no volvería a dejarse convencer por ningún extraño por mucho que le contara milongas o lo halagase, porque el precio a pagar podía resultar mortal.

viernes, 4 de febrero de 2022

Miradas

En ocasiones me siento atraída por determinados objetos, personas, animales, flores, árboles... Supongo que porque reflejan algún tipo de hermosura, o por la luz o los colores que los envuelven. Seguramente la persona que esté a mi lado en ese momento, no vea nada en particular, ni sienta ninguna atracción o conexión ante lo que descubren sus ojos, todo dependerá de la sensibilidad de cada cual, y hablando de este tema surgen los cuatro minicuentos que he repartido en las cuatro estaciones del año y que no tienen ninguna conexión entre ellos.

Primavera 

 

No pasaba desapercibida y lo sabía. Llevaba la música con el volumen a todo lo que daba, y movía las manos mientras repetía monosílabos del final de cada frase. La adolescente, sabedora de que captaba la atención de todas las miradas, caminaba decidida con la vista al frente, salvo cuando pasaba junto a un escaparate, donde se hacía un repaso visual; mientras vivía, esa sensación que sólo te da la adolescencia, la de creerte el centro del mundo.

Verano 

 

En una semana él también se había acostumbrado a pasear. Al principio le molestaba profundamente la mirada lastimosa que sobre su espalda, le clavaba el pulgoso mestizo, porque nunca lo hacía de frente, supongo que por si recibía algún mamporro. Pero ahora no le era necesario sentirla, para saber que había llegado la hora de salir. Lo hacía sin rumbo fijo, y ese era el mejor momento del día. Y para sorpresa suya, esa dicha se la debía a un simple chucho del que tenía que hacerse cargo, durante lo que prometía ser un espléndido mes.

 Otoño


Pensé que se había fijado en mi, como cuando algo te impresiona y no puedes apartar la mirada, pero no, ella, ardiendo en fiebre, miraba sin ver, escondida como una araña entre las telarañas de su memoria. Luego, ignorándome por completo, cerró los ojos y se quedó dormida.

Invierno


 

Entró con el paquetito tras la espalda con los ojos brillantes por la complicidad y la ilusión. Su padre la miró pícaro y ella extendió el brazo, tiró del cordón para deshacer el lazo que lo ataba, y él, sin mediar palabra, cogió uno de los Tocinos de Cielo. Los comieron en silencio, cerrando los ojos y paladeando, y luego, bajo una manta que les cubría las piernas, se pusieron a ver una peli juntos mientras duró el tiempo de visita.




viernes, 7 de enero de 2022

Bolita y Limoncillo

Las circunstancias en muchas ocasiones obligan, y quieres, pero de verdad que te resulta imposible. Viajes, fiestas y compras forman una mala combinación para disponer de tiempo libre, y a mí que soy bastante previsora, me “cogió el toro” como se suele decir. Y estas circunstancias que me enredaron, hicieron que me retrasara en la publicación del mes, que como saben es cada día cuatro. Algunos dirán que ¡aleluya!, jajaja, pero sé que a la mayoría no le molestan e incluso les gustan.

Y en el tema que viene a continuación también las circunstancias, son las que envuelven a sus personajes.

Limoncillo, cohibido y asustado llegó el primero en una bonita jaula donde lo habían metido antes del viaje. En aquella habitación y durante un buen rato hubo mucho movimiento alrededor hasta que engancharon su jaula a la pared y colocaron ramas y cuencos a los dos lados del ventanal.

El lugar era bonito, soleado y agradable, aunque le molestaba que la puerta de su jaula estuviera siempre abierta porque sentía miedo del exterior y no entendía por qué no se cerraba ese acceso para él sentirse protegido de nuevo. Así y todo, al cabo de unos días y tras asomar primero la cabeza con cuidado por si había algún depredador, comenzó a perder un poco el miedo, pues eso de volar de rama en rama o hasta donde le apeteciera molaba bastante, y a veces, sentía unas ganas tremendas de cantar desde que salía el sol, pero seguía asustándose por cualquier ruido y no se confiaba demasiado.

Pasado un tiempo colocaron otra jaula junto a la suya, y a su inquilino se lo presentaron como Bolita. El nombre le iba que ni pintado, pues eso parecía, una bola redonda como la luna llena. Y También, cuando terminaron de disponerlo todo a su alrededor, abrieron la puerta de su jaula. Pero a Bolita como le pasó a Limoncillo, le daba pánico el mundo exterior, de manera que pasó varios días sin decir ni pío y sin atreverse ni a asomar la cabeza.

Limoncillo aunque aún se sentía un poco inseguro, voló hacia el techo de la jaula de su compañero y permaneció allí plantado todo un día, hasta que Bolita entendió que no pasaría nada si cruzaba el umbral de su puerta. Y así fue como poco a poco nació entre ellos la confianza.

Pero resultó que Bolita, en cuanto recuperó la seguridad, se reveló como el líder de los dos, y así se bañaba el primero y se abalanzaba también el primero sobre la lechuga y la manzana diaria como si no existiera un mañana, mientras Limoncillo esperando su turno y sin molestarse lo dejaba hacer.

Pasada una semana los dos pajaritos estaban a gusto y relajados, y en cuanto el sol se dejaba ver por la ventana, Bolita salía de la jaula, daba la voz cantante y Limoncillo lo secundaba con sus hermosos trinos.

Volaban juntos a un lado y otro del ventanal, sin sentir la necesidad de aventurarse más lejos aunque podían hacerlo y ninguno de los dos jamás se había sentido tan feliz. Ahora Limoncillo pensaba que vivir con la puerta de la jaula abierta era lo mejor que le había pasado en su vida, pues se sentía libre y al mismo tiempo protegido de los depredadores por los cristales.

Aunque en cuanto llegaba la noche, Limoncillo era el primero en entrar al refugio de su jaula, pues nunca se sintió bien en la oscuridad; y era entonces, cuando Bolita se mostraba más atento y cariñoso con su amigo, y se posaba sobre el tejado de la jaula de Limoncillo, como este hizo con él los primeros días tras su llegada, hasta que este se adormecía, sólo entonces, se iba tranquilo a reposar sobre su palo preferido en su jaula, que estaba justo al lado, y se dejaba abrazar por el sueño, a la espera de un día más cargado de trinos y volteretas en el aire.