jueves, 4 de noviembre de 2021

El duelo

Y de pronto en el autobús, un conocido te habla sobre un trabajo y tu vida a partir de entonces da un giro tan grande, que jamás habrías sido capaz de imaginarlo; y es que, aunque nos gusta hacer planes, el porvenir, cuando se acerca de repente, nos va derrumbando nuestros proyectos caprichosamente; y lo que pudo ser ya no es y lo que es, no era lo planeado. No obstante y porque somos de esa condición, seguiremos con empeño luchando por aquello que deseamos sin rendirnos jamás.

No era el hombre de su vida -pensaba mientras alguien le estrechaba la mano en el velatorio- Estaba afligida sí, incluso sorprendida por el dolor que sentía, o ¿era rabia? Desde luego le hubiera gustado compartir su vida con otro, pero no obstante, no cambiaría a sus hijas por nada y ellas eran parte de él.

Y es que llegado el momento no pudo elegir, sin embargo, físicamente no fue maltratada como tantas otras en sus mismas circunstancias, aunque sí se sintió desdichada y al principio le resultó muy duro, pero en cuanto asumió su vida sólo tuvo que dejarse llevar. Él -diez años mayor- fue paciente y bueno a su manera, porque estaba claro que había sido un egoísta. Podía haberlo abandonado, pero por aquel entonces no tenía el juicio suficiente, luego llegaron los embarazos y la vida como un torbellino la sacudió de un lado a otro, y más tarde vino la enfermedad y un día pasó al siguiente y así hasta la fecha.


Nunca se enamoró de él aunque llegó a sentir cariño. Sin embargo, ella para él, lo fue todo. Él se fijó en ella desde la primera vez que la vio siendo aún una adolescente y así se lo hizo saber una tarde de otoño, tras haber tratado “el asunto” con sus padres, que decidieron sobre su futuro sin preguntar. En ese momento ella sintió que como un árbol se deshojaba de repente, que sus hojas caían junto con sus ilusiones sobre sus pies, arrugando el suelo, quedando desnuda ante el frio que bajaba desde la sierra, y que de pronto y muy a su pesar, el viento arrastraba lo que le quedaba de inocencia. Y a solas, entre lágrimas, maduró como lo hacen los erizos de las castañas tras acabar el verano.

Siempre soñó con otra vida, no sabía si mejor, pero sí distinta. Divagaba, sobretodo cuando estaba a solas, cuando miraba cómo pasaba la gente bajo la ventana, o cuando el silencio en la casa era pleno. Pensar en otras decisiones, otras vacaciones, otra casa, otro hombre, eso le ayudaba a superar los malos ratos, la angustia que trepaba en ocasiones desde su estómago, le oprimía el pecho y le subía hasta la garganta hasta casi asfixiarla. Esos malos ratos en los que quería llorar sin saber bien por qué y andaba escondiéndose por los rincones en busca de intimidad. Pero ser mujer en su juventud era vivir bajo el yugo masculino o al menos era lo que le habían echo creer. Ahora por suerte la vida era distinta. Sus hijas por ejemplo, habían podido elegir siempre y ellas por ese lado se sentían plenas.


Quizá estaba mal, estando él de cuerpo presente, desgranar sus recuerdos ahondando en sus sentimientos. Ni su cara ni sus ojos reflejaban nada más que cansancio, y los que se acercaban a darle el pésame desconocían por completo lo que la agitaba por dentro, y debido a las circunstancias no se veía en la obligación ni de escuchar, ni de contestar. Un asentimiento con la cabeza, murmurando un gracias bastaban para corresponder.

Andaba más cerca de los setenta que de los sesenta y quizá fuese demasiado tarde para cumplir los sueños, pero aún así, ahora sentía que era capaz de avanzar. Toda su vida trabajó duro y no le debía nada a nadie, de manera que dijeran lo que dijeran el resto de los mortales, mañana empezaría pasito a pasito a ser ella misma y seguiría así mientras le quedara vida por delante