viernes, 4 de febrero de 2022

Miradas

En ocasiones me siento atraída por determinados objetos, personas, animales, flores, árboles... Supongo que porque reflejan algún tipo de hermosura, o por la luz o los colores que los envuelven. Seguramente la persona que esté a mi lado en ese momento, no vea nada en particular, ni sienta ninguna atracción o conexión ante lo que descubren sus ojos, todo dependerá de la sensibilidad de cada cual, y hablando de este tema surgen los cuatro minicuentos que he repartido en las cuatro estaciones del año y que no tienen ninguna conexión entre ellos.

Primavera 

 

No pasaba desapercibida y lo sabía. Llevaba la música con el volumen a todo lo que daba, y movía las manos mientras repetía monosílabos del final de cada frase. La adolescente, sabedora de que captaba la atención de todas las miradas, caminaba decidida con la vista al frente, salvo cuando pasaba junto a un escaparate, donde se hacía un repaso visual; mientras vivía, esa sensación que sólo te da la adolescencia, la de creerte el centro del mundo.

Verano 

 

En una semana él también se había acostumbrado a pasear. Al principio le molestaba profundamente la mirada lastimosa que sobre su espalda, le clavaba el pulgoso mestizo, porque nunca lo hacía de frente, supongo que por si recibía algún mamporro. Pero ahora no le era necesario sentirla, para saber que había llegado la hora de salir. Lo hacía sin rumbo fijo, y ese era el mejor momento del día. Y para sorpresa suya, esa dicha se la debía a un simple chucho del que tenía que hacerse cargo, durante lo que prometía ser un espléndido mes.

 Otoño


Pensé que se había fijado en mi, como cuando algo te impresiona y no puedes apartar la mirada, pero no, ella, ardiendo en fiebre, miraba sin ver, escondida como una araña entre las telarañas de su memoria. Luego, ignorándome por completo, cerró los ojos y se quedó dormida.

Invierno


 

Entró con el paquetito tras la espalda con los ojos brillantes por la complicidad y la ilusión. Su padre la miró pícaro y ella extendió el brazo, tiró del cordón para deshacer el lazo que lo ataba, y él, sin mediar palabra, cogió uno de los Tocinos de Cielo. Los comieron en silencio, cerrando los ojos y paladeando, y luego, bajo una manta que les cubría las piernas, se pusieron a ver una peli juntos mientras duró el tiempo de visita.