miércoles, 4 de septiembre de 2019

Bengalas


Cualquier motivo sirve para disfrutar solo o en compañía de cuanto nos rodea, no necesitamos un pretexto para disfrutar de la puesta de sol, de los amigos, de un paseo, o de una comida. Los gestos más sencillos o las cosas más simples nos hacen felices si somos capaces de reparar en ellas y aprender a hacerlo no es tan difícil, sólo es cuestión de practicarlo.

Impulsadas por el viento, nubes regordetas cargadas de humedad, arrastran la panza rozando los árboles y provocando un escalofrío en las montañas, que se estremecen al sentir las primeras gotas.
Por la ladera camina un elefante portando pequeñas sacas, va a paso firme sendero abajo, sin importarle la fina lluvia que resbala por su piel.

A muchos kilómetros de distancia, en la costa, un preocupado niño observa con desespero el cielo en la lejanía, mientras camina de un lado a otro sin parar, hasta que de pronto cambia el rumbo y se dirige hacia la ensenada. Al llegar se para en seco, mientras con la vista busca algo en la orilla, y es que es bueno tener amigos en todas partes.

El cangrejo, antes perfectamente camuflado, sale de detrás de una piedra y lo mira intranquilo pero atento, y en cuanto el chico le hace una seña, sale disparado arroyo arriba, corriendo de lado como si le persiguiera un pez perro. Debe asegurarse de que todo va bien. Tras un largo rato de carrerilla, divisa al elefante que le saluda con la trompa y un estrepitoso resoplido. Está nervioso pues no le gustan los cangrejos.
De manera que este desde una respetuosa distancia, comprueba que el elefante carga con las sacas.

Entonces, haciendo balancear su cuerpo arriba y abajo como si bailara y alzando una pata en señal de despedida, se tira al agua sonriendo y se deja llevar por la corriente. En nada estará de nuevo en la cala donde el muchacho le espera y se calentará encantado de la vida, al sol de la tarde.

En cuanto ve al niño le hace señas y le indica que todo está controlado. Ahora hay un grupo de chicos correteando por la orilla y un par de hogueras, por lo que el cangrejo acelera el paso hacia un agujero concreto en su piedra preferida. No hay que jugar con la suerte. No vaya a ser que un niño se encapriche de su persona, no todos son como el chico. Mejor esconderse por si acaso hasta que suba la marea.

El elefante llega justo cuando el sol se va apoyando sobre el horizonte. El muchacho corre a su encuentro en cuanto lo ve y lo saluda con una palmada sobre el lomo. Abre las sacas y saca los botes. Reparte entre los amigos que se han juntado alrededor las bengalas que hay dentro. Todos las encienden para comenzar la fiesta y corren por la playa gritando que viva el otoño, mientras el elefante chapotea en la orilla, y el cangrejo se deja arrastrar por las olas.