viernes, 4 de diciembre de 2015

Tengo una teoría

Nadie sabe lo que bulle por nuestras mentes. Lo que piensa la señora que cruza la calle con pesadas bolsas de la compra, ni el señor que limpia cristales sobre una escalera; el que sentado en un banco nos observa al pasar, con un cartel bajo sus pies que pone "busco trabajo"; la chica que se apoya en la fotocopiadora mientras aguarda por los papeles o la niña que sopla el aro, de donde surgen mágicas pompas de jabón; nadie sabe lo que revolotea ahí dentro, protegido por el hermetismo de nuestro ego, y así debe ser en la mayoría de los casos, aunque a  mí me gusta escribir imaginando sus pensamientos e historias
 

 




scribo esta carta volcando las ideas que me surgen sobre la marcha. Creo que es el momento idóneo, pues llevo un rato analizando mi comportamiento, y es que me persigue la misma idea una y otra vez; mientras me enjabono en la ducha, también cuando me acuesto pienso en cómo sería, y por la mañana, tarde o temprano, la idea vuelve a mí ronroneando como un gato. El otro día en el inodoro me puse a abocetar un plano, allí nadie te ve, es un lugar íntimo, el mejor para que no piensen que estás loco cuando hacemos cosas poco lógicas. Ja, ja, ja, ja, bromas aparte, creo que las cosas importantes debemos tenerlas muy estudiadas, para luego evitar desilusiones para con nosotros mismos.

En resumen, llevo un año meditando en los ratos libres, buscando y trabajando en el mejor diseño. A raíz de esto, a menudo me descubro mientras conduzco hacia el trabajo o a otros quehaceres, buscando parcelas donde fabricar la casa de nuestros sueños. Hablo en plural, porque ella también la sueña. Y como hoy, busco solares medianamente grandes en un lugar soleado que nos permita ver las montañas. Parcelas que nunca podremos comprar, pero de momento, no han conseguido ponerle precio a lo soñado y sigue siendo gratis; así que conduzco tranquilo por carreteras casi desiertas un domingo temprano. Tras la reflexión, no se resiente mi ánimo en mi absurda tarea, todo lo contrario, me hace sonreír, me relaja y sigo paseando buscando la ubicación perfecta hasta que sea la hora de recogerla.

Y es que tengo una teoría para ser feliz: Soñar. Creo que el hecho de desear es lo que en la vida nos mantiene despiertos, alegres y alerta. Cuando deseamos algo, cuando lo soñamos, tejemos un hilo conductor, fino como el de tela de araña que va desde nuestros anhelos hasta nuestros pasos. Los años pasan, pero seguimos intentando que el hilo no se rompa para no apartarnos del camino ideado. Luego la vida te vapulea a un lado y a otro, y cambias de sueños o tras la sacudida, retomas el mismo camino.


Como cada año, en cuanto puedo reservar la cantidad necesaria para comprar la suerte empaquetada, me lanzo a por ella, soy probablemente de los primeros en buscarla, sin desánimo, cuando aún nadie piensa en ella porque andan librándose del malestar que les produjo no obtenerla, la última vez que lo intentaron. No me gusta elegir número. Creo que eso lo da el destino, nosotros sólo debemos dar ese paso necesario hacia la fortuna, y luego esperar convencidos de que la vida nos va a beneficiar de una vez.

Cada año la espero con la misma ilusión, cada año confiado, cada año con los dedos cruzados, cerrando los ojos y aguantando la respiración con cada número cuando lo escucho por la radio, con el firme propósito de que el hecho de desearlo fehacientemente nos otorgará el premio. El dinero no da la felicidad, pero para qué vamos a engañarnos, puede ayudar a encontrarla o al menos rebajar la amargura y las penas, aunque lo que a mí me hace feliz, es vivir este sueño. Por otro lado y siendo realista, creo que podría afirmar que el próximo año por estas fechas, nada habrá cambiado y podría volver a escribir esta carta, o quizá no, quién lo sabe. Soñar sigue siendo gratis.


Termino con un brindis húngaro del libro "La importancia de las cosas" de Marta Rivera de la Cruz: "Les deseo lo mejor en el tiempo por venir. Que el destino llene sus vidas de buenas venturas y la suerte les dé más de lo que ustedes le pidan y tanto como merecen".

Besos para tod@s.

dibufloren





miércoles, 4 de noviembre de 2015

El caballito Hipa



Bajo el agua el mundo que engañosamente nos parece quieto y silencioso, arropa a unos animales que se persiguen con tesón o se pelean con ahínco desplazando el agua con fuerza. En ocasiones se matan y se comen entre ellos aunque sean de la misma especie, aunque mientras lo hagan vean el terror reflejado en los ojos de su presa, o quizá, precisamente por eso. Una lucha sin tregua donde el protagonismo queda representado por el afán de supervivencia de sus moradores, que se resume en comer o ser comido.

Hipa en cuanto salió del abrazo protector de su padre junto a sus cuatrocientos hermanos, se mostró siempre inquieta y con deseos de verlo todo. El movimiento del mar le producía unas ganas locas de dar volteretas, se soltaba de la rama de coral donde aferraba la cola, daba cortos saltitos con sus diminutas aletas y volvía a agarrarse.


Un día en el que se dejaban mecer apaciblemente por las olas, dos puntos negros a lo lejos, se acercaban lentamente mientras el grupo permanecía tranquilo flotando en el arrecife. De pronto, una sombra en forma de paraguas se posó sobre ellos y un remolino los succionó con fuerza. Hipa dio vueltas apresada en el torbellino y cuando los dientes de su depredador se cerraban sobre ella, escapó gracias a la corriente de la marea que la empujó con fuerza y se dio un golpe tremendo contra el coral, que la dejó atolondrada entre las algas donde quedó atrapada. Sin comprender, observó cómo diezmaba de un coletazo gran parte de su familia. Los que quedaron con vida desde aquel momento, corrían acobardados ante la mínima presencia y se escondían en la bolsa paterna.


Transcurridas dos semanas de vida, quedaba sólo la cuarta parte de un grupo de caballitos de mar asustadizo,que decidieron reunirse en asamblea con la esperanza de aclarar ideas y buscar una solución ante nuevos ataques:
Uno de ellos dijo – La sombra que nos devora es una raya, para los más jóvenes diré que se alimenta de peces pequeños, como nosotros nos alimentamos de camarones diminutos­­–.
­– Pero ¿por qué no sigue su camino como hacen otros y nos deja en paz?– preguntó una cría.
Y el más viejo respondió – Las rayas tienen muy buena memoria, somos presas fáciles y no se irá de la zona mientras encuentre comida–.
Decidieron entonces, que necesitaban atraer a un gran depredador, que hiciera desaparecer para siempre la amenaza. Pero ¿quién se encargaría de tal peligro?.

Cuando daban la reunión por finalizada ante la falta de candidatos y se retiraban cabizbajos, escucharon un –Yo iré– apenas audible.Todos se volvieron esperanzados para contemplar al salvador, pero nadie dio un paso al frente, así que de nuevo se volvieron pesarosos, y otra vez pero un poco más fuerte, se oyó una tímida voz. –Yo iré–. Y las miradas repararon al fin en un pequeño caballito de mar llamado Hipa.
Luego todo fue muy deprisa, bueno, todo lo deprisa que en el mundo de los caballitos de mar se pueden hacer las cosas. Hipa, al partir con la emoción del momento reflejada en la cara, recibió numerosas muestras de afecto: Aletitas reconfortadoras en la espalda, consejos, más consejos, y miradas de admiración y también de pena. 

Pasaron varios días sin noticias, de seguir así, pensaban, no quedaría colonia de caballitos que salvar, pues muy pocos sobrevivían ya a las embestidas de la sombra, aunque los hipocampos seguían cortejándose con ternura arropados por la penumbra, bailando temerosos pero
esperanzados y enlazando sus colas como muestra de amor eterno, y en consecuencia en pocos días alumbrarían minúsculos caballitos, pero no sería posible si antes la sombra se comía a sus progenitores.

De pronto una tarde, el lugar se estremeció como si aguantara la respiración, el coral se oscureció, una turbulencia acompañada de diminutas burbujas quedaron paralizadas en la zona como si se hubiera detenido el tiempo y nadie, nadie, se atrevió a levantar la cabeza esperando resignados su final. 
En aquel momento sintieron horrorizados que algo se deslizaba despacio entre las algas, pero para sorpresa de todos era Hipa, que con su minúscula aleta señalaba feliz al gran tiburón martillo, que perseguía con tesón al pez raya. De momento, con hormiguitas en el corazón, Hipa pensó, que la vida de la colonia seguiría adelante.

 
En ese mundo a veces oscuro, de penumbra que se asemeja a la niebla, y otras transparente y luminoso, los seres acuáticos procrean, unos con violencia, otros con delicadeza y algunos en ocasiones incluso parecen bailar cuando se cortejan, me gusta pensar porque soy una romántica, que cuando eso se produce también se aman.