jueves, 4 de abril de 2024

La historia de un milagrito

Nacemos sin elegir dónde , ni cómo seremos, al menos de momento. De todas formas, y en el mejor de los casos, estas opciones las elegirán siempre otros por nosotros; o bien, podría también ocurrir, que todo se dejara en las manos del azar, la suerte o la casualidad. En cualquier caso, tras estas posibilidades, a unos nos tocará vivir en el lado luminoso, y a otros en el lado oscuro.

No recuerda haber subido jamás a un coche. Empieza a caer la tarde, y se encoje en el asiento de atrás como un ovillo, insignificante, temblando de miedo, casi mimetizada con el color del sillón.

De pronto el coche se para, abren la puerta y la lanzan sin miramientos lo más lejos que pueden, y siguen su camino. Por suerte hay mucha hierba y eso amortigua el taponazo. Está vieja, cansada y tiene algunos huesos mal soldados de los golpes recibidos sin saber muy bien por qué, de manera que le duele todo.

Por instinto de supervivencia y haciendo un esfuerzo enorme, se aleja de la carretera cojeando. Hoy no ha comido. En el interior del monte la hierba es más alta y la envuelve por completo. Esa sensación le gusta, igual que sentir la brisa. Tras deambular siempre en el sentido de la pendiente, cae desfallecida bajo un árbol y se duerme.

 


Amanece temprano y lloviznando. Está empapada y desorientada, pero emprende el camino siguiendo la cuesta porque es más fácil bajar que subir. De vez en cuando descansa y dormita. Tiene mucha hambre.

Los días se suceden sin encontrar a nadie. Ya ni siquiera tiene hambre. Ha perdido la noción del tiempo y apenas puede dar dos o tres pasos sin caer rendida.

Y de nuevo el sol se esconde para mirar hacia otro lado. El animal tropieza y cae en un hoyo como hecho a su medida. Ya no puede más, así que se enrosca aterida. Pronto el rocío empezará a mojarlo todo.

De repente siente que algo se acerca y la invade el pánico que se presenta negro y de ojos brillantes. Pero ella está tan débil que se tambalea cuando intenta ponerse de pie y de su garganta apenas salen débiles quejidos, de manera que se rinde a su suerte.

-Lucho, Lucho, ven, ¿qué haces?- Pero el animal, feliz ante el hallazgo, no hace caso a las llamadas y mueve entusiasmado el rabo.

-Mira, es una perrita. La pobre. Está esquelética. No lleva collar y parece viejecita.

-No podemos dejarla aquí, se morirá de hambre y de frío. Me voy a acercar a ver si no es agresiva.

La perra se deja hacer, resignada, con ojos cargados de tristeza, ignorando que como en los cuentos de hadas, repletos de buenos hechizos, su vida acaba de dar un vuelco.

Para su sorpresa, las dos mujeres le hablan con cariño, la arropan, trasladan, bañan y secan, y la ponen abrigada, en una casita confortable; y junto a la misma, agua y comida. Temerosa y débil come y bebe hasta quedar saciada. Cuando se tumba, se estremece al sentir que le ponen una manta por encima.

 

Después de todo, puede que los milagros existan, piensan sus rescatadoras, y por eso, deciden llamarla Mila.



domingo, 4 de febrero de 2024

Ataque de obsolescencia

Nos cuesta perder o desprendernos de aquello que amamos, y sentimos rabia cuando nos lo arrebatan. Eso de que exista un límite para que las cosas se estropeen me parece sumamente injusto, no sólo para quien se queda sin ello, sino también para el planeta. 


Yo que estaba tan contenta con ellas... pero mi alegría se esfumó, como se pierden las ilusiones cargadas de inocencia.

Tenían un par de años y quizá podía haberlo evitado de alguna manera, pero no se me ocurre cómo.

Regreso apresurada a casa, en parte porque llueve racheado, pero sobre todo, porque quiero averiguar qué pasa.

Me descalzo tras entrar chapoteando. Siento los pies húmedos, y me acomodo en una silla, abatida, para cerciorarme de lo que ya se, que tengo los calcetines empapados.

Mi siguiente paseo lo haré cuando deje de llover, hacia el contenedor de los plásticos, para lanzar en él, mis queridas botas de agua que inexplicablemente, tienen unas grietas en los laterales del empeine. Supongo que a las botas de agua también les ataca la obsolescencia programada. Qué rabia da perder las cosas de las que nos enamoramos.

jueves, 4 de enero de 2024

Silencio

Asocio diciembre y enero como unos meses cargados de bulla, como el sonido que produce la lluvia cuando cae con fuerza, o la tele cuando no sintoniza ningún canal; y me ha dado por pensar en justo lo contrario, en esos silencios que pululan a ratos, en la intimidad del hogar.  

En esta ocasión el texto va dedicado a mi compañero Ángel, por ser como es, aventurero, solidario, amante, crítico, lector, amigo, trabajador, empático, cariñoso... y la lista seguiría.

Gracias a todos y todas por leerme. Alegres Reyes y salud para este 2024. Deseo repartir al mundo la felicidad, pero se me queda un poco grande. Y además creo, que cada uno debe trabajar sus propios méritos para alcanzarla, sin ponerse la meta muy alta.


No es una contradicción

pensar en el sonido del silencio,

pues en ocasiones se siente y se oye.

Se ama y se odia.


Unas veces palpita en soledad,

como cuando sales

y la casa siente tu ausencia,

y parece que resuenan tus pasos por la escalera

pero no eres tú, sólo tu sombra.


Otras, el silencio es sonrisa,

y lo sientes como risas

en mitad de la estación de pasajeros.

Como un eterno desfile de hormigas

que corretean por las manos que se entrelazan.


También es un grito de alegría,

cuando el beso adelanta al silencio

y rozas con los dedos los labios mudos,

llenos de felicidad.


A veces oigo tu voz que me llama,

y pregunto en vano al vacío

que me responde callando.

Casi no estás.


Cada día siento el silencio, lo escucho,

me enamora y me arropa

la sensación de tu presencia

y tu abrazo siempre fuerte.


Y es que me gusta el titilar silencioso

que a veces nos rodea,

que nos acompaña y enlaza,

porque es hermoso.

A ti, que siempre estás.