Esta
tarde, cuando regresaba caminando de un magnífico almuerzo con la
familia, llamó mi atención una pequeña casa ruinosa del siglo
pasado o incluso del anterior, de las que aún abundan en la
periferia del casco antiguo de La Laguna, y que están a la espera de
que una pala las libere de sus muros para albergar una nueva
construcción, donde respetarán sólo la fachada; y de pronto, mi
cabeza se planteó ¿Pueden las casas tener conciencia de su
circunstancia, o quizá le viene dada por quienes la moran o
habitaron alguna vez?
Miré por las rendijas que quedan entre las tablas que tapian las ventanas. Por las aberturas se cuela la luz, una tímida claridad que alguna vez llenó la estancia de risas, de abuelos que utilizan sus piernas como montura de caballitos imaginarios para los nietos, de madres que enseñan a la luz de una vela las primeras puntadas sobre una tela, de hermanos que tan pronto se abrazan, como se pelean por una pelota de trapo que rueda de un lado para otro.
Un sonido de lluvia débil cae sobre la mesa y las lentejas se dispersan. Con manos hábiles, pequeños y grandes van eliminando las piedrecitas que se han colado entre los granos y según se van limpiando, se van devolviendo a puñaditos, en una pequeña saca.
La abuela, que era de buena familia pero pobre y pudo estudiar algo, enseña las primeras letras a los más pequeños sobre el papel donde le habían envuelto los granos. El abuelo se queja de que el frío se le mete en los huesos y no puede evitar tirar de la pierna mientras camina, y la hija que anda entre los fuegos de la cocina, le prepara una cataplasma con aceite y hierbas para que le alivie.
Pero también hay otras realidades y no todo es calidez, también están los rincones sombríos, el olor a humedad, a pobreza, a miseria de cuerpo y alma, y juntos deambulan por la casa cuando él regresa del trabajo sucio y agotado. Por el pasillo oscuro se asienta la rudeza que provoca el cansancio, la maldad de mente estrecha que embrutecida, cimbrea el cinturón sobre las flaquezas de los más débiles e ingenuos. Porque las normas entran así, a palos. Es lo que se ha hecho siempre. Y se ordena, se empuja y se insulta, para que lo respeten a uno que es quien manda entre esas cuatro paredes infectas. Fuera, las tornas son otras, pero allí él es el rey, y no hay quien le chiste, y así será hasta que se muera.
Y a estas alturas de mis cabilaciones, decido cargármelo, que se muera de una mala gripe, con fiebre y retortijones de barriga. Y luego que se abran las ventanas y se airee la casa, para que el viento del otoño lo ventile todo y la vida siga su curso.
Sigo mi camino con algo de remordimiento de conciencia, pero es que no puedo con las injusticias, y en esa casa, hay un no sé qué, que no me gusta.
En esta ocasión, como en la del mes pasado, las ilustraciones son fotografías tratadas en Photoshop
ResponderEliminarSiento decir que el giro de guión y la muerte súbita que has incluido me parece bien o muy bien. Todas las casas se merecen gente buena habitándolas sean oscuras y tristes o llenas de luz, con mil rincones y largos pasillos o cuadradas. Tener en casa la felicidad hace más llevadero saber que al salir en la calle encontraremos uno u otro día de todo, pero al final cada tarde regresaremos a casita. MUCHAS GRACIAS FLOREN
ResponderEliminarA mi me pasa igual. Siento la casa como mi refugio, mi lugar más íntimo y feliz, pero sé de personas a las que la casa les agobia y no desean regresar a la misma, pues no le tienen apego, ni se sienten a gusto. Por otro lado me gusta también salir, ya sea en salidas cortas o largas como cuando viajas, pero cuando vuelvo a casa me siento afortunada y completamente relajada, y es que mi casa, es mi lar. Un abrazo
EliminarJa, ja que buen e inesperado final para el malo. A mi también me encanta fisgonear en las casas abandonadas e imaginar situaciones de la gente que vivió allí y también pensar en quién fue la última persona que la habitó...pero no tengo tanta imaginación como tú 😀. Gracias por tan bonito relato. Pablo
ResponderEliminarTambién me gusta pensar planteamientos parecidos cuando observo un cuadro, o una escultura... qué le pasaría por la cabeza al artista?... En realidad, con casi todo. Incluso, sobre las piedras de los caminos, que han sido pisoteadas miles de veces antes de que yo las pisara. En fin, que le voy dando vueltas a todo, jajaja.
EliminarComo siempre, gracias