sábado, 4 de febrero de 2023

Despedida

Cuando nos despedimos de algo para siempre decimos adiós. Adiós al sueño de sacarnos la lotería, adiós a ese trabajo que no nos gustaba, adiós al móvil que se nos quedó sobre un banco en el parque, adiós a la juventud que hemos perdido con el paso de los años... Pero cuando amamos, a un padre, una amiga, un amor... los adioses son más difíciles, porque las despedidas nos duelen muy adentro. Y es que dar el adiós a un ser querido, no es lo mismo que un hasta luego o hasta ahora, pues conlleva pérdida y dolor, llanto y tristeza.

 

Las hojas se arremolinaban empujadas por la furia del viento, y era tal su demostración de fuerza, que también rompía ramas y arrancaba arbustos. Avanzaba desatado, casi lujurioso, destrozándolo todo y dejando un paisaje devastado tras de si.

 

A la ventisca se le añadieron algunas gotas que danzaban alocadas. Luego, a esas gotas se le sumaron otras y pronto el viento hizo tándem con una lluvia torrencial que machacaba suelo, plantas, hierbas y troncos, y los empujaba con desenfreno, formando riachuelos improvisados de lodo y despojos, cada vez más caudalosos.

Los nubarrones, de un gris espeso y plomizo, parecían apoyarse sobre los edificios más altos que inconscientes, desafiaban a la tormenta con su torbellino de antenas.

 

Sobre el horizonte, una luz nacarada e intermitente anunciaba que los rayos hacían su triunfal entrada, luego vendría el temblor y el sonido retumbante de los truenos.

La tormenta avanzaba implacable. Él con una taza de té caliente en las manos, la observaba a cubierto tras el gran ventanal. La mirada desconfiada recorría todo el muelle hasta el horizonte. También el mar estaba furioso, hasta más enfadado que otras veces y las olas azotaban como latigazos la costa.


Un trueno rabioso hizo retumbar los cristales y entonces rompió a llorar. Y tuvo la certeza de que su amor, no volvería jamás.