domingo, 14 de diciembre de 2014

Libros bajo la cama



Decidió meterse en la cama pues regresaba muy cansada del viaje y tan angustiada como se había marchado. Los paseos, las visitas y el relax no funcionaron como era de suponer, estaba desesperada, hacía semanas que no lograba escribir nada y se sentía huraña, andaba perdida desde hacía un tiempo y no conseguía concentrarse lo suficiente, era como si la imaginación, que siempre le había funcionado tan bien, se hubiera tomado vacaciones. Aquello era lamentable porque no sólo le ayudaba a pagar las facturas, sino que también la hacía feliz.


Despertó bruscamente con el sol dándole de pleno en la cara, tenía la boca seca y dolor de cabeza, "la reina del despiste" –pensó–, había dejado las persianas sin bajar. En ese momento le vino a la cabeza el sueño que rondaba por su cabeza en ese momento, trataba de un personaje, que como ella, había perdido la inspiración y para que esta volviera, había llenado de libros el suelo bajo la cama, pero había despertado sin conocer el final; bueno, nada malo podía ocurrir si lo intentaba pensó, así que decidió hacerle caso a su subconsciente y desde aquel día, empezó a guardar algún que otro libro bajo la cama. Los elegía cuando pasaba cerca de las estanterías siguiendo su impulso, sin perder la esperanza de que se repitiera el sueño, que le diera una pista sobre los pasos a seguir. Si las palabras, sentimientos y emociones que albergaban, alguna noche decidían volar, evaporarse, disolverse o como sea que escapasen hacia el exterior desde el mundo de los sueños, decidieran, ya que ella estaba tan cerca, quedarse a entablar conversación, contarle secretos, aventuras y misterios al menos por un tiempo, sabía que sería justo lo necesario para animar su inspiración, el empujón que necesitaba para empezar o terminar las historias que deambulaban por su cabeza y que aun no tenían principio ni fin.


Pasadas unas semanas, los libros ya asomaban bajo la cama hasta el punto de ir a buscar los zapatos y no encontrarlos. Se agachó en su busca apartando las montañas de libros, y el ejercicio le sirvió para ser consciente del desorden que campaba a sus anchas, con un dedo de polvo por encima. Entonces decidió sacarlos, limpiarlos con esmero y sin saber por qué, empezar a tomar nota de los títulos. Cuando terminó la lista, pensó que debía ponerlos otra vez bajo la cama pero siguiendo un orden, lo correcto sería que los de cada montón tuvieran algo en común, así que empezó a releerlos y a tomar notas sobre lo que pensaba de cada uno,así fue retomando el hilo conductor que entretejían la tinta y el papel con su cerebro, y casi sin darse cuenta se obró el milagro, las ideas surgían de palabras sueltas a frases, de frases a párrafos, de párrafos a textos, y un día terminó por ser consciente de que volvía a sonreír, porque había encontrado el camino para llegar de nuevo al mundo de la palabra escrita.


lunes, 20 de octubre de 2014

Amores de leyenda


Según la Real Academia Española de la Lengua en su cuarta acepción: 
Leyenda (Del lat. legenda, n. pl. del gerundivo de legère, leer), es la relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos.





ermanecía sentado en su lado de la cama. Aún no se había puesto el pijama así que estaba arreglado como siempre y acompañado por su sordera miraba la noche a través de la ventana. En la otra mesilla de noche reposaba humeante una infusión.

La esperaba con las manos juntas casi como en oración pero relajadas y apoyadas sobre las piernas. De vez en cuando cerraba los ojos pensando que le resultaba muy fácil rememorar los años de juventud; por el contrario y desgraciadamente, de lo ocurrido a lo largo del día a día era incapaz de recordar prácticamente nada, salvo en lo relacionado con ella. 

Suspiró profundamente, la conocía desde siempre. Cuando eran niños charlaban y reían junto a los compañeros al salir de la escuela hasta que cada uno se encaminaba a su casa. Cuando llegó la adolescencia recordaba cómo la miraba sin que ella se diera cuenta, se estaba convirtiendo en una mujer espectacular, alta, delgada, alegre, simpática y con un rostro que nada tenía que envidiar a las artistas de cine. Después llegó la guerra y ella dejó los estudios para ayudar más en casa. A punto de terminar esta le tocó a él cumplir con el servicio militar, y no pudo hasta que se licenció culminar  por fin sus estudios. 

En aquel momento le parecía inalcanzable, debido a las costumbres de la época, los lutos tras la guerra y la austeridad de su familia en extremo religiosa, a la que casi todo le parecía indecoroso. 



na tarde de fiesta se armó de valor aprovechando un despiste de las carabinas que la acompañaban en las pocas ocasiones que ella salía, y le declaró sus intenciones. 

La cortejó durante seis meses, pero no soportaba estar en la misma habitación que ella sin poder tener siquiera sus manos entre las suyas. Sin poder hablar relajadamente, sino solo midiendo las palabras para que no pareciera un atrevimiento cualquier banalidad. Así que le propuso matrimonio y ella aceptó, lo que le hizo llorar en silencio de felicidad y le llenó de satisfacción, aún ahora sentía lo mismo cuando rememoraba el momento. 

Después de casados, llegó el reto de subsistir en una isla que carecía de casi todo y el viaje a Venezuela, donde encontró trabajo sin problema aunque la vida allí era muy distinta y no terminaba de sentirse cómodo. La añoranza era inmensa, escribía cartas todos los días y recibía también correspondencia casi a diario, a veces más de una carta. Ella había regresado a casa de sus padres para poder ahorrar algo y le contaba que sufría en silencio las mirada de reproche, y lloraba tumbada sobre la cama para desahogar la angustia que le producía escuchar decir por lo bajo a los vecinos la frase maldita –ese se queda como tantos y no vuelve–. Habían acordado que ella iría más adelante, como tantas parejas isleñas, cuando hubiera buscado una casa que se ajustara a sus necesidades, pero como no se acababa de ver viviendo allí, después de un año aproximadamente, regresó a la isla con los ahorros bajo el brazo para gran felicidad de la familia.


uego llegaron los hijos, el mantener cuñados o hermanos cuando las malas rachas llegaban, el cuidar de los mayores. Y ahora, sesenta años más tarde, él era uno de esos mayores. Las tornas habían cambiado sin apenas darse cuenta y los hijos ahora eran quienes lo organizaban todo.

No oyó la campanita que alerta cuando abrimos la puerta de la calle. Al entrar en la habitación la imagen me dejó perpleja y sentí un fuerte deseo de abrazarlo y una angustia terrible al pensar en lo que estaría pasando por su cabeza, pero él ya estaba colmando de besos a mi madre, su amada, mientras ella sonreía y le decía: –Me estabas esperando, pero si ya es muy tarde_. Al sentarse sobre la cama reparó en la infusión, –¿Y la tacita de agua?–. –Oh, es por si al final venías– respondió él con una sonrisa tomando su rostro entre las manos sin dejar de sonreír. –Menos mal, menos mal, empezaba a creer que a estas horas de la noche ya no te daban el alta_. Y tras suspirar comentó –Ya me puedo poner el pijama, sólo ha sido un susto– y un leve movimiento de los labios exteriorizó su amargura por un instante.

En sus miradas se intuye juventud, inquietud y ganas de vivir; pero el paso  de los años no perdona, las arrugas en sus rostros, en las manos y los andares más torpes, los delatan.  Si no fuera por eso, si sólo viésemos sus ojos, creeríamos que aún son unos jóvenes enamorados.



espués de más de media vida juntos, pensando en el otro y sintiendo por el otro no dejan nunca de asombrarme. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El ocupa


Esta pequeña historia sucedió este verano, y aunque está inspirada en un hecho real, no deja de ser una creación y como tal debe ser disfrutada. He evitado utilizar nombres propios o comunes, salvo el de la localidad donde se produjo.



Vivía de manera sosegada y sin sobresaltos. Había encontrado un lugar agradable donde dormir que resultaba bastante calentito en invierno, con fácil acceso a la comida que podía necesitar y aunque a veces oía tras su cobijo un poco de jaleo, la verdad es que en aquella casa se sentía bastante seguro y tranquilo. No era de su propiedad, pero a quién le preocupaba eso.


Solo había algo que le molestaba terriblemente, las fuertes sacudidas que se producían sin causa aparente y que en ocasiones le despertaban. Las precedía un ruido metálico como el que produce algo al caer, que en ocasiones venía acompañado de todo un repertorio de improperios. Al principio lo asoció a alguna fuerza sobrenatural como los terremotos, pero no terminaba de convencerle, después pensó que quizá venía asociado a que la casa estaba muy cerca del metro. ¿Pero no resultaba demasiado exagerado? Al final pensó que quizá fuera la rabieta de algún ente, no estaba muy puesto en temas esotéricos, el caso era que escapaba a su entendimiento y empezaban seriamente a preocuparle.


La gota que colmó el vaso se produjo a media mañana, un día que dormitaba después de haber desayunado un paquete completo de galletas. Despertó asustado con el envoltorio de las galletas por encima y trozos de las mismas por doquier, se oían gritos y ruido de llaves. Alguien estaba ante la puerta de la casa intentando abrir. Su instinto, que rara vez se equivocaba, le avisó del peligro, así que preparó una bolsa con lo imprescindible, se escondió lo mejor que pudo y se quedó muy quieto y alerta.

Desde su escondite observó como un fogonazo de luz inundaba de claridad la habitación al tiempo que la puerta se abría y unas manos comenzaban a tirar por el suelo toda la comida que estaba en los estantes al tiempo que gritaban toda una retahíla de tacos que un caballero, aunque sin techo, no debe nunca repetir. 

Aquello se estaba poniendo muy feo. Tenía que huir. El atacante era mucho más grande que él, parecía violento y al paso que iba no tardaría en encontrarlo. Por experiencia sabía que los ocupas nunca son bien recibidos y de sabios es salvar el pellejo cuando se presente la ocasión, que tiempo habrá de planear el contraataque. Así que aprovechando un descuido del intruso puso pies en polvorosa. Mientras corría, oía tras de si, gritos y zapatazos, y por el rabillo del ojo vio cómo la gente empezaba a agruparse atraídos por el espectáculo y sintió varios flash. Estaba claro que alguien quería aprovechar el acoso al que se veía sometido como noticia, pero para entonces, ya corría con una sonrisa en los labios por las vías del metro como alma que lleva el diablo, dispuesto a la búsqueda de un nuevo hogar.


En las noticias del día siguiente, aparecieron fotografías en periódicos, vídeos en televisión y en web, de un ratón dentro de una máquina expendedora:


BARCELONA
Un ratón se cuela en una máquina de comida del Metro de Barcelona
ABC.ES / BARCELONA
"La máquina, ubicada en Sants, ha sido vaciada, limpiada y desactivada. La empresa responsable dice que es la primera vez que ven un caso así pues las máquinas están blindadas y ..."


    TMB investiga cómo se coló un ratón en una máquina expendedora ...
Día 23/07/2014 - 20.44h
"La empresa de transporte investiga el hecho después de difundirse un vídeo en las redes sociales..."

domingo, 15 de junio de 2014

La vida que sueño.



Queridos amigos lectores:

Gracias por acompañarme en esta nueva andanza que me ha resultado muy grata. Con esta carta les anuncio que hasta después del verano voy a dejarles descansar, pero que amenazo con volver en cuanto termine el periodo estival en el que todos tendremos recargadas las pilas, y para aquellos que necesiten un empujoncito, que les ayude a  enfrentarse con las tareas que les correspondan ahí estaré, porque los sueños, como todo lo bueno que llevamos dentro si no se comparten no tienen sentido.

Cuando dibujo, como cuando leo, me transporto a otro mundo como si viajara por el ciberespacio. No es que me imagine con escafandra y traje espacial, pero sí que me siento especial. Floto en el aire como una pluma y mi ser se plasma en el papel mientras mi mente dibuja los personajes, los paisajes y las situaciones que veo. Parte de mí queda reposando en los dibujos, como el niño que se duerme sobre sus juguetes y los arropa con su aliento. 

Lo mismo me ocurre cuando escribo, al transmitir lo que danza en mi interior, ese baile de imágenes que se derraman en frases o poemas sobre las páginas. Es entonces cuando el conjunto cobra vida dentro de mi cabeza, mi mente trabaja al instante a mil revoluciones por minuto, que con la velocidad vertiginosa en la que vivimos ya no pueden parecer muchas, pero que a mí me siguen pareciendo una barbaridad, e intento transmitir la idea para que disfruten de este lugar especial y fantástico donde habito.


Me siento afortunada por ser una soñadora y por atreverme a acercarles mi mundo, en el que las letras surgen como la niebla, con esa magia, con la que se mueve la bruma entre las laderas de nuestras montañas.

El suave murmullo trae aromas de campo
y tu imaginación permite que todo se haga                                  transparente, 
cuando atraviesas con la mirada
las pequeñas gotas de agua 
que resbalan vertiginosamente
por el cristal de la ventana.
La oscura bruma ha cubierto la ciudad 
tratando quizá de ocultar, 
la colmena en la que el hombre pierde 
toda su ingenuidad y pureza, 
donde vive, se desarrolla y muere 
sin llegar nunca a comprender 
qué hace allí y por qué es así.
Cuando la naturaleza vibra en el mundo, 
miles o tan sólo unos pocos se dan cuenta…
Las últimas gotas de lluvia acaban de estrellarse 
contra el asfalto que repele el agua, 
y han muerto en esos pequeños charcos 
que se deslizan suavemente, 
con armoniosa musicalidad por el borde de la calle, 
para irrumpir en un instante como grandes cataratas 
entre los desagües y alcantarillas de nuestra ciudad.
Acabó todo, el pájaro vuelve a trinar. 
Tal vez también él se haya dado cuenta. 

El lector ha de gozar leyendo siempre y el creador ha de conseguir que viajemos subidos sobre un libro como en un cohete por el ciberespacio y esa es mi aventura, la vida que sueño alrededor de los libros.

Les espero a la vuelta.







domingo, 8 de junio de 2014

Azul



Bebo quería pintar las paredes de su habitación de color azul, pero tras mantener una charla con Rudo el duende y Pia el pájaro cantor, ya no estaba seguro de haber elegido el color adecuado y en cualquier caso, ¿en qué tono de azul? Así que decidió que lo mejor era pedirle opinión a sus amistades. 


Rudo se encargó de hablar con las hormigas que inmediatamente decidieron que era un tema interesante y nada complejo, pero tras una hora larga de discusión en la que  no llegaron a ponerse de acuerdo, y preocupadas por dejar de lado sus quehaceres que eran muchos, le pasaron el problema a Doro el enano mágico, convencidas de que como tenía fama de ser muy cabezota lo decidiría sin más. 


Pero tras mucho cavilar tampoco Doro se decidía por el color apropiado, ya que nunca se había parado a pensar qué importancia podía tener un color frente a otro, pues él en su casa, los cambiaba sobre la marcha según le apetecía, con sólo mover un dedo.

Decidió entonces plantearle el enigma a Sarantontón que era una mariquita muy despierta, seguro que entre los dos decidirían cuál podía ser el color más acertado para la habitación de Bebo, pero pronto se arrepintió, porque a Sarantontón sólo le gustaban los colores brillantes y jamás, jamás habría pensado en el simple azul.



Sarantontón un tanto indignada por la polémica con Doro el enano, decidió ir al castillo del prado para observar los colores del interior, porque tenía muy claro que si allí vivía gente importante, las paredes las tendrían como era lógico pensar de colores brillantes. Con esta idea se encaminó hacia el lugar con Rudo, que le pareció una compañía menos obtusa tras la discusión con el enano y convencida de que allí encontrarían la solución al problema de la elección del color.


Sin embargo, tras pasear durante un par de horas observando las paredes por el interior del castillo y muy a su pesar, de lo único que estaban seguros, era de que cada habitación estaba decorada y pintada según el morador que vivía en ella y por más asombroso que pudiera parecer, todas tenían algo especial aunque no tuvieran las paredes brillantes. 




De esta manera, Rudo el duende y Doro el enano fueron por fin a hablar con Bebo que seguía esperando consejo, para decirle que después de mucho cabilar, y como eran muchas las fuentes consultadas y muy diversas, no habían llegado a consenso, y que lo mejor que podía hacer, era pintarla como le pedía el corazón porque así siempre, siempre, se sentiría a gusto.



domingo, 1 de junio de 2014

Amor loco


¿Se puede sentir amor por un desconocido?

Yo me enamoré perdidamente una tarde de principios de abril, un día ventoso en el que caían unas chispitas que lo humedecían todo, y a ratos con la tibieza del sol en esa época del año, se iluminaba tímidamente la calle por unos instantes, dándome la sensación de que el día se detenía, como si se aletargara.

Recuerdo que medio corrías supongo que por culpa de la llovizna, mientras  te tapabas la cabeza como podías, con el bolso en una mano y con la otra te agarrabas la falda que tendía a seguir el ritmo de una brisa majadera.

Subiste la escalera que conducía al muelle de madera donde esperaban con el balanceo eterno del mar, las barcazas de los pescadores. Miraste a lo lejos buscando algo o a alguien y te detuviste un momento observando el sol, mientras te protegías los ojos con la mano, volviendo despues a bajar.

Yo que tomaba una caña en el guachinche playero casi desierto por culpa del mal tiempo, me levanté de un salto al verte, y apresuré el paso hacia donde estabas, pero tú ni me miraste, consultaste el reloj, te dirigiste hacia la parada de guaguas y te subiste a una aprovechando que llegaba en ese instante.


La gente cree que me gusta pasear a la orilla del mar, porque desde aquella primera vez acudo siempre que puedo a la misma zona de la playa. Ya no recuerdo tu cara, pero cuando sueño despierto aún veo tu silueta mirar a lo lejos para despues consultar el reloj en un bucle eterno.

Hace más de veinte años que repito esta rutina, casi siempre a la misma hora tras el regreso a casa después del almuerzo. A veces en mi anhelo he creido verte, pero al instante me desengaño porque no eres tu y aunque parezca imposible, te sigo queriendo.


domingo, 25 de mayo de 2014

Carta: Despedida


Querida mía: 

Cuando leas estas letras probablemente ya estaré lejos. Perdóname y no llores, ya sabías que tenía que irme. Pagan bien y nos hace falta el dinero. Sé que no estas de acuerdo y que temes que no regrese, pero debo hacerlo, no podemos seguir malviviendo de esta manera y sin trabajo. No puedo quedarme, te lo repito y me lo repito para tomar conciencia y darme fuerzas porque si me paro a pensarlo no podré decidirme. 

Donde voy no tendremos cobertura en muchas zonas y no sé cuando podré aprovechar para cargar el móvil. Así que me llevo las últimas fotos que nos sacamos, no te extrañes, sé que no son recientes pero me gusta mirarte en la que apareces sentada entre la hierba. Sonríes ampliamente y tus ojos reflejan la luz de aquella tarde. Necesito tener algo tangible, quiero recordarte siempre así, sonriendo mientras me miras. 

Estas últimas semanas, en las que me decías que estaba raro y pensativo, no era más que la intención de  aprovechar los momentos como una esponja que absorbe el agua. El tiempo nos ha acompañado y me llevo el alma llena de buenos recuerdos: La brisa del mar, las olas rompiendo con furia contra las rocas, la imagen recortada contra el cielo de los majestuosos acantilados, los valles salpicados de casitas de colores, los verodes verdes entre la lava negra, el olor que desprende el bosque de eucaliptos, las risas con los amigos, las charlas con mi padre y tu mirada sosegada.

No sé cuánto estaremos fuera, el contrato es por dos años pero calculo que en un año o un poco menos, podamos volver a vernos. En cuanto pueda tomarme un respiro y esté seguro de que las cosas marchan bien, te escribiré todos los días, ...ja, ja, ja, como hacían nuestros abuelos y te enviaré las cartas todas juntas en un mismo sobre cuando nos acerquemos a alguna población con servicio de correos, de manera que si al principio tardas en tener noticias mías, no te alarmes ni pienses lo peor. Somos bastantes, un grupo grande, te iré hablando de todos poco a poco, a algunos ya los conoces, así que nos vigilaremos las espaldas unos a otros al principio, hasta que cada uno salga hacia su destino. No tiene por qué pasar nada y no te inquietes con la información que dan en la tele; además llevamos seguridad, que en el fondo son los que se encargan de todo. 

Y ahora sécate esa cara, que sé que sigues llorando. Coge la toalla, acércate a la playa con la vecina que eso no cuesta dinero y tumbada al sol, cierra los ojos y piensa en vivir día a día hasta mi regreso. Yo sueño con ello desde ahora. Me ayudaran a seguir el camino hasta entonces muchos pequeños detalles que llevo en la memoria como si de una maleta se tratara y aunque parezca mentira todos son agradables, quizá porque creo que recordar malos momentos es perder el tiempo; pero sobre todo llevo grabado en el corazón la suavidad de tu piel, la gracia con que sujetas ese pelo rebelde, tu forma de caminar, de moverte y de reír. No dejes nunca de hacerlo e intenta ser feliz.

Y lo más importante, no olvides que te quiero y espérame si puedes.



domingo, 18 de mayo de 2014

Perico Pataletas
























erico Pataletas vivía en el pueblo de arriba, pasado el puente de piedra, más allá de los árboles. Andaba siempre gritando a todo el mundo y se cogía unos berrinches de órdago por cualquier cosa, sin motivo aparente, porque lo suyo era fastidiar al personal, supongo que de puro aburrimiento.

Una tarde de primavera a las puertas ya del verano, caminaba sonriendo por los alrededores de su casa, en dirección al estanque de los patos, dando golpes con una rama a todo lo que encontraba a su paso. Tenía la mala intención, como era habitual, de asustarlos con sus tremendos alaridos. _¡ahhh, ahh, aaaaahh!- Y los pobres animales huían despavoridos dejando un reguero de plumas a su alrededor. 

Entonces satisfecho se tumbó en la hierba y puso las manos debajo de la cabeza. Mirando desde allí debajo, descubrió por casualidad en el árbol que vivía al frescor de la orilla, un panal de abejas. –Ah, os vais a enterarrrr– gritó de nuevo, al tiempo que se levantaba de un brinco. –Esto es mío, no quiero a nadie en mi jardín– gritó otra vez. Y a continuación hizo lo que nunca se debe hacer. Cogió la rama y empezó a chinchar a las pobres abejas que no le habían molestado hasta ese momento, mientras les gritaba. –¡Ah, ahh, aahh!–. 


Fue en ese preciso instante, cuando más abierta tenía la boca, cuando una abeja se le metió dentro. -¡Aaahh!, !aay!– dijo esta vez asustado con los ojos muy abiertos.

La abeja también estaba asustada, no sólo por aquella rama que había cobrado vida de repente y amenazaba el panal, sino por la oscuridad que se había producido en un momento. Tenía que salir de aquella cueva oscura, sacó su aguijón y sin pensarlo dos veces lo clavó en la punta de aquella forma húmeda. El alarido de Perico dicen que se oyó desde el valle. Escupió la abeja, que cayó muerta a sus pies y salió corriendo hacia su casa con la lengua tremendamente hinchada. Llorando como nunca y esta vez gritando con razón.

Así fue como Perico Pataletas después de una semana de tener la lengua hinchada como una pelota pudo por fin cerrar la boca y se le pasaron para siempre las ganas de molestar a los demás. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Basura



Meditaba mientras descansaba un poco. Hoy se encontraba rara. No tenía nada que ver con estar allí. Otra persona cualquiera se asquearía y no comprendería cómo el olor nauseabundo de la basura corrompida no le hacía perder el conocimiento, vomitar o simplemente salir corriendo.

Ella ya no lo olía, se había acostumbrado. No siempre fue así, al principio tampoco ella lo resistía, pero se vio obligada a quedarse en aquel agujero, después de haber intentado salir de allí tantas veces que había perdido la cuenta. Todo es cuestión de tiempo y al fin  comprendió que el mundo exterior no estaba hecho para ella. No se sentía a gusto entre la gente, había perdido las ganas de lidiar con la sociedad y solo quería que la dejaran en paz. Fuera de aquel paraje inhóspito, en las calles, una mujer flaca y desnutrida no podía defenderse de los otros.

Pasaba el día soñando despierta mientras rebuscaba entre la basura, y las noches transcurrían en un eterno duerme vela con cortos periodos en los que conseguía conciliar el sueño. A veces, aún de noche, tenía que caminar sin rumbo para evitar congelarse en aquel maldito invierno que parecía no terminar nunca. Caminar y caminar sobre un desierto de basura con ayuda de la linterna. Era curioso, con cuantas cosas te podías tropezar al día sin pretenderlo. La gente era una inconsciente. Tira de todo, no solo desperdicios, ni objetos rotos o inservibles. ¡Cuantas cosas!. La linterna era una de ellas y pilas nunca le faltaban. Se rascó la cabeza instintivamente y también la nariz con la manga de la camisa.


Aquel atardecer mientras hacía el recorrido de costumbre trataba de recordar un cuento. En ocasiones soñaba con lugares lejanos, con las novelas románticas que leyó en su juventud, con los cuentos de su niñez.  Incluso podía hacerlo despierta, no necesitaba siquiera cerrar los ojos. Tenía los personajes ante la vista, –cómo era...– no podía acordarse del título. –Era aquel que cuenta la historia del niño... No, creo que no era un niño, bueno, no importa. El caso era que iba tirando migas de pan para no perderse–. Rió para sus adentros, allí sería casi imposible proponerse encontrar algo. Fue entonces, mirando al suelo, cuando le pareció que algo brilló durante un segundo. Miró otra vez, prestando más atención y entonces lo vio, un destello como un fogonazo. Se agachó para poder recogerlo y le sonaron las rodillas como si el engranaje estuviera reseco y protestaran. Cuando tuvo la piedra entre sus manos supo que por fin su destino sería otro.


Había llegado su momento. Nunca más volvería a dormir entre la basura, ni a soñar despierta porque ahora era ella la que formaba parte del sueño. Alzó los brazos, apretó el puño donde tenía la piedra y sonrió feliz mostrando el hueco de los dientes que le faltaban.

–Has comprobado todo supongo.
–En efecto, ya lo hemos revisado varias veces y estamos recogiendo el equipo.
–Debió de morir al anochecer.
–Al final ¿qué tenía en la mano?.
–Un trocito de cristal. Me costó un triunfo cogerlo, su puño lo aferraba fuertemente.
–¿Te has fijado en su cara? Está sonriendo. No me explico cómo alguien que vive en este estercolero puede morir sonriendo.
–Yo tampoco.

domingo, 4 de mayo de 2014

Debe ser la primavera


–Pasaron unos nubarrones y se oscureció todo de repente. Jadeaba apoyado contra la pared por el esfuerzo,  sentía que el corazón quería salírle por la boca e instintivamente se puso una mano sobre el pecho. Los pasos de sus perseguidores se sentían cada vez más fuerte, estaban cerca. Un perro en la verja de enfrente no dejaba de ladrarle mientras enseñaba sus afilados dientes, no podría soportar este ritmo mucho más, pero dónde podía ir, necesitaba un lugar donde esconderse–.

Siempre soñó que llegaría el día en el que podría leer en la cama; sentada sobre el inodoro cual héroe caído o mientras disfrutaba de un lento desayuno,  un almuerzo tranquilo o una cena en soledad. Creía que su sueño se realizaría cuando fuera independiente, pero la realidad fue otra.


Le habían inculcado tanto el sentido del deber y la responsabilidad que a lo largo de su vida sólo pudo robar pequeños ratitos de su tiempo libre para dedicarlos a su pasión, la lectura. Y cuando leía, tampoco disfrutaba plenamente porque le parecía estar oyendo a su madre, que siempre que la pillaba con un libro en las manos le decía –"No vas a ser nada en la vida, todo el día con esos absurdos libros que te llenan la cabeza de pájaros"–.  Pero los pronósticos maternos no se cumplieron, pues no sólo le fue bien, sino que triunfó en todo lo que se propuso. Siempre pensó que gracias a los pájaros que revoloteaban en su cabeza y a sus fantasías, fue valiente y se arriesgó cuando tenía que hacerlo.

Tuvo hijos a los que educó lo mejor que supo y no lo hizo mal del todo, prueba de ello eran sus nietos, que daba gusto verlos. Sonrió para sus adentros y también con la boca. El motivo de ser tan emprendedora se lo debía a esos pájaros.

Ahora estaba en aquel jardín que rebosaba primavera, con el tibio sol de la tarde calentándole los pies que apoyaba en el soporte de la silla de ruedas, porque sus piernas ya no le ayudaban. Sonreía abiertamente mientras veía las mariposas revoloteando entre las flores y los pájaros saltando aquí y allá entre la hierba y los árboles.













–Pero abuela, abueelaa. La tierra llamando a la abuelaa, eeooo.¿En qué piensas? ¡No me estás escuchando! ¿Por qué sonríes?, ¡si el protagonista está a punto de morir!–. 
–Oh, cariño, perdóname–. Y pasó su mano temblorosa por la cabeza de su nieta. 
–Sonrío porque jamás soñé y soñé mucho, que me encontraría vieja y tan a gusto mientras una de mis nietas me lee una novela de intriga, que como sabes, son las que más me gustan–. 
–Qué cosas dices abuela, la verdad es que a veces no te entiendo. ¿Sigo?–. 
–Claro pequeña, sigue a ver en qué termina este entuerto, pero no te extrañe si sonrío en lugar de estar seria, debe ser la primavera, que me hace feliz–.









domingo, 27 de abril de 2014

La historia de Tambor. (Desenlace)



La semana pasada, leíamos que "descubrí a Gato negro agazapado en el muro y mirando muy fijamente la caseta de Tambor".




Bajé corriendo porque no hacía caso a mis gritos desde la ventana y desde allí le tiré una piedra para demostrarle que no era bienvenido. 

Desde aquel día, empezó a preocuparme seriamente el futuro bienestar de nuestro conejo, que a aquellas alturas ya era parte de la familia y al que los niños apreciaban mucho.

Pasaron unos días en que dejamos de ver al malvado gato. Pero una tarde escuchamos ruidos en la parte de atrás de la casa. Salimos rápidamente y encontramos la caseta del conejo desbaratada y el sembrado pisoteado, mientras veíamos saltar el muro a Gato Negro para escapar al ser descubierto.

No había ni rastro de Tambor, los niños lloraban y temí lo peor. Nos pusimos a llamarlo a gritos pues solía responder con rapidez acudiendo a nuestros pies. Transcurrido un rato, cuando casi habíamos perdido la esperanza de encontrarlo con vida, vimos asomar temblando su cabecita entre las acelgas. Estaba algo magullado, pero vivo. Entre abrazos y sollozos comprendimos que debíamos buscarle un lugar adecuado.





Como ocurre muchas veces, casi por casualidad, encontramos un hogar perfecto para Tambor. Llegado el momento, lo trasladamos en el coche a su nueva casa donde una preciosa conejita lo recibió con los habituales arrumacos. Los niños, que no habían sonreído durante el rato que duró el trayecto, ahora reían felices al comprobar que Tambor empezaba una nueva vida junto a otros conejitos y parecía feliz.





Tras la despedida que no resultó tan dolorosa como me había imaginado, nosotros regresamos a casa, sabiendo que tendríamos que aprender a vivir sin Tambor; pero con la certeza de que lo veríamos de vez en cuando y estaría bien.

domingo, 20 de abril de 2014

La historia de Tambor. (Primera parte)





En estos días, mientras charlaba con mis hijos, apareció en la conversación una época entrañable de cuando eran niños:




En casa tuvimos un conejo que nos regaló un amigo, siendo un gazapo, al que llamábamos Tambor en honor al que nació a manos de Walt Disney. Yo decía entre bromas a los niños que era un conejo-perro porque el animalito te seguía a todas partes, en lugar de esconderse como hacen sus congéneres cuando se acerca un humano. Recuerdo que cuando salía a tender la ropa, seguía todos mis pasos, si me paraba para recoger una prenda del cubo, él se paraba, si caminaba a ponerla sobre la cuerda de tender, él también lo hacía.



Vivía feliz en nuestro jardín o al menos eso nos parecía a nosotros. Se pasaba el día escarbando en busca de zanahorias y hojas de verduras que mis hijos muy pequeños por aquel entonces, le escondían en agujeros que le hacían por el suelo.

El tiempo transcurría así, como ocurre en la niñez, despacio y entre risas; cuando un verano, empezó a rondar por los muros de la casa un gran gato negro que no habíamos visto antes. Un día sentimos gritar y llorar con mucha angustia al niño del vecino y corrimos a ver qué pasaba. En su patio habían muchas plumas y mamá gallina estaba muy alterada. El gato se había llevado uno de sus polluelos, y no hizo más destrozos porque llegaron a tiempo gracias al escándalo que montó la gallina. Mis hijos me miraron aterrorizados y estuvieron varios días muy tensos observando los alrededores de la casa. 




Estuvimos al menos una semana sin volver a ver a Gato Negro, que fue como lo bautizamos, pero una mañana muy temprano al abrir la ventana, descubrí muy a mi pesar que allí estaba de nuevo, agazapado sobre el muro y mirando fijamente la caseta de Tambor.




Y la próxima semana, el desenlace.

domingo, 13 de abril de 2014

Tres Sarantontones


A veces me siento como una niña pequeña con coletas, que mientras da vueltas con su patineta en el patio de su casa, sonríe, se deja llevar por la inercia, mira al cielo, y se siente feliz mientras sueña los cuentos que un día ilustrará. 




En el parque, tres sarantontones casi equilibristas, saltaban y saltaban  sobre una cama elástica mientras algunos paseantes los observaban.

Un día dieron tantas volteretas en el aire y fué tanto lo que saltaron, que uno de ellos feliz, se agarró de una nube.  Cuando se vió tan arriba sintió miedo y ya no supo cómo bajar.

La gente murmuraba preocupada. Los compañeros le gritaban –¡Baja, bajaaaa! –pero él no se atrevía porque desde allí arriba todo se veía muy pequeño.

Al sentirlo tan apurado, le dijo la nube al viento: –¡Sooopla, soopla!–, y el viento sopló. Entonces la nube descendió bailando, hasta que su barriguita rozó la copa de los árboles.

El sarantontón al ver cerca las ramas, abrió sus alas y armándose de valor dió un gran salto. Todos aplaudieron al viento, a la nube y al sarantontón pues al fin fue un valiente, y gritaron juntos –¡No hay nada como trabajar en equipooooo!.



domingo, 6 de abril de 2014

La caída















uerida tía:

No sabes en qué momento tan oportuno he recibido tu carta, la esperaba con ilusión, quería saber tu sensata opinión sobre lo que hablamos. Desde que me dijiste que me ibas a escribir no he podido con el desasosiego. A lo largo de estos tres últimos días, me acercaba al buzón cuatro o cinco veces para comprobar si habían llegado tus noticias y por fin ya están aquí. 

He releído tus letras unas cuantas veces. Cuando me planteaste el escribirnos en lugar de que habláramos sólo por teléfono o por el whatsApp, la idea me pareció fantástica. Como bien dices, al hablar exponemos lo que nos pasa por la cabeza medianamente meditado, pero cuando escribimos nos paramos a pensar con detenimiento en lo que queremos decir y en cómo lo queremos exponer. Creo que esto me vendrá muy bien para mi propósito.

La necesidad que he descubierto que sentía, ante la idea de recibir tu carta, me ha llevado a pensar en esas personas de las que apenas se acuerda nadie, que por el motivo que sea no tienen muchas amistades y que miran el buzón cuando regresan a casa después de hacer la compra, con la esperanza de encontrar al menos la correspondencia semanal que envía el banco o los folletos de propaganda de los centros comerciales. Todos necesitamos estar solos a veces, pero cuando esa soledad se nos impone resulta un trago amargo de llevar. 

En estos días me vino a la memoria y he estado trabajando en él, aquel relato que me contaste y que a su vez te había relatado tu vecina sobre lo que ella misma llamó "la caída", quisiera que lo revises y me des tu opinión al respecto:


En aquel instante supo que todo se caía. No le hizo falta decir nada, ni recordar siquiera su mirada. Lo sintió por dentro. Aquel frío intenso, aquel miedo a mañana, a la soledad. 

Cogió el coche y salió a toda prisa. Se fue serenando a medida que deambulaba por las calles sin pensar, solo atenta al tráfico. Al final aparcó en las proximidades de un parque y lloró, lloró como creyó que nunca lo había hecho. Pensó que lo había perdido todo. Él ya no estaba, sus cosas no estaban. No es que hubiera muerto físicamente, no, claro, pero para ella había muerto. Sus ojos no eran los mismos, hacía tiempo que ya no la veían. Ya nada era igual. Quería morirse, no quería seguir con la rutina. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo seguir adelante?

Los golpes en la ventanilla del coche la sacaron de su ensimismamiento. El pequeño la miraba con los ojos muy abiertos. Aquella cara sucia le sonreía y en aquel momento todo cambió. Ella también le sonrió mientras se secaba la cara con las manos, no se había traído pañuelos. Y mientras aquellos ojos sonrientes la miraban, sintió que podía volver a empezar. Así que en primer lugar dejaría de lamentarse y volvería a su casa vacía. Mañana compraría unas flores para alegrar su ventana. De pronto se dio cuenta que tenía muchas cosas que hacer. Tenía que rodar muebles, pintar paredes... Sonrió al espejo retrovisor mientras se masajeaba un poco la cara, estaba horrorosa. 

Suspiró profundamente, arrancó el coche y mientras giraba para regresar a casa, pensó que siempre le estaría eternamente agradecida a aquel niño desconocido, que sujetaba una pelota con una mano y arrastraba la mochila con la otra mientras se alejaba corriendo. 


Ahora me quedo de nuevo a la espera de tus noticias. Es una lástima que no te aventures  en el manejo del ordenador. A ver cuándo te animas. En cuanto recibas la carta llámame por teléfono.

Muchos besos, tu sobrina.


domingo, 30 de marzo de 2014

DE PAPEL - Desenlace

La semana pasada Pirata de papel abrió el cofre tras distraer al tiburón que lo custodiaba. Al ver el contenido sus ojos se abrieron como platos.

 

–Pero qué broma era aquella, dentro del baúl sólo habían conchas vacías.  ¿Quién era tan bobo como para custodiar aquella tontería que no tenía valor alguno?–. De pronto, los peces y todos los animalitos acuáticos que nadaban a su alrededor desaparecieron a toda velocidad, mientras una gran oscuridad se aproximaba.

Había sido un estúpido y por su culpa se habían puesto en peligro, nadó todo lo deprisa que pudo y se escondió tras un gran grupo de algas y plantas del fondo.
 

Los tiburones llegaron en un pis pas y recorrieron la zona en formación buscando intrusos. Por fortuna, todos habían sido muy rápidos. El jefe parecía muy enfadado, el baúl estaba abierto y su extraño tesoro expuesto, pero no parecía faltar nada, así que el asunto no fue a más. Ellos seguirían custodiando las conchas para que pudieran ser utilizadas de nuevo, y aquello no debía volver a repetirse.

Pirata de papel comprendió entonces, que a veces lo que para unos es importante para otros no significa nada. También entendió, que antes de poner en peligro a los demás debemos valorar los efectos que producirán nuestros actos, y que todas las cosas tienen la importancia que queramos darle, ni más ni menos.

Ahora, nuestro amigo sigue su camino navegando por los mares y siendo un poco más sabio.


domingo, 23 de marzo de 2014

DE PAPEL - Segunda parte

La semana pasada dejamos en uno de sus paseos a Pirata de papel, que buceaba observando el fondo marino y jugaba con las estrellas de mar, cuando de pronto divisó a lo lejos una sombra.
 


Con cuidado se acercó y descubrió que había un tiburón haciendo guardia junto a un gran baúl. Aquello era muy extraño, aquel arcón seguro que escondía algo importante, a lo mejor era un tesoro pensó, y sintió una repentina necesidad de saber lo que allí dentro se ocultaba.

Tenía que convencer a sus amigos para que le ayudaran a distraer al tiburón. Así que pidió a estrellas y caballitos de mar, a besugos y sardinas, a pulpos y delfines..., en fin, a todos los habitantes del fondo del mar que conocía que acudieran en acuático tropel al lugar donde estaba el baúl con su guardián. Eso tenía que desconcertar al tiburón y así ocurrió, porque todos los peces que se presentaron de repente le parecieron muy apetecibles y salió disparado en busca de su jefe para consultar lo que debía hacer.


Ese fue el momento que aprovechó Pirata de papel para acudir lo más rápido que pudo hacia el baúl. No pensó que había puesto en peligro a sus seres queridos, sino que el riesgo que corrían todos valía la pena. Allí dentro podían descubrir piedras preciosas, perlas, monedas o qué se yo; todo lo que su mente fue capaz de imaginar. Seguro que era un tesoro y sería suyo.

Cuando logró abrir el cofre, sus ojos también se abrieron como platos.


y la próxima semana más.