Los sueños a veces llevan algo de verdad.
Acepté hacerme cargo del felino sin pensármelo dos veces, pues supuse que no tendría mayor problema. Y llegado el momento, me explicaron lo elemental para atenderlo durante un rato todos los días. Nunca he convivido con gatos, con perros sí, esos seres fieles y cariñosos me han acompañado durante casi toda mi vida.
Me gustan los seres independientes y los gatos lo son, y este por otro lado me dijeron que era muy sociable.
Aquel gato negro, de ojos amarillos, brujos como su nombre, me miró fijamente durante un instante y luego se me acercó lentamente formando con su cuerpo, esas ondulaciones felinas que los caracteriza. Me recordó a las ondas marinas cuando en alta mar el terciopelo oscuro de las profundidades se suaviza con el reflejo de la luna. Me pareció mágico, como si lo viera todo en cámara lenta. Rondó alrededor de mis piernas y tras un leve ronroneo, maulló suavemente.
Revisé el arenero y lo limpié. Le puse de comer y luego nos dedicamos a observarnos de reojo. Sentado como una efigie parecía estudiarme. Supuse que el animalito esperaba que jugara con él, así que como me habían indicado, me puse a darle algo de diversión con una especie de caña de pescar que terminaba en un pececito de colores.
¡Qué calor! Suspiré y apoyé la cabeza en el sillón. Al rato el gato saltó y se instaló sobre mis muslos, hasta que una extraña luz parpadeante hizo que su instinto encendiera sus alarmas y se bajó. Se encaminó con el cuerpo en postura de caza, la cabeza recta, las orejas levantadas, caminando muy, muy despacio, como si flotara sobre el suelo.
En la esquina, donde se juntan los zócalos había, pero era imposible... parecía una luciérnaga o un hada, me estoy volviendo tarumbana. Estaba viendo a un ser que me hacía señas con los brazos en alto. Me acerqué para comprobar que no era una alucinación. Y enseguida el “bicho”, vamos a llamarlo así, se metió por un agujerito entre las losetas por donde apenas cabían un par de hormigas y desapareció. Había un charco en el suelo y no era pis.
El gato se revolvía inquieto. Entonces abrí los ojos de sopetón. Con el calor y la modorra me había quedado traspuesto. Me acerqué medio mosca a la esquina por donde soñé que había agua y efectivamente. Debía haber una fuga, de manera que corrí a cerrar la llave de paso. Puse toallas en el suelo, y me quedé pensando en lo que había pasado... Deben ser cosas del calor, o que este gato lleva a un brujo dentro.
En fin, llamé al fontanero que me citó para el día siguiente, acaricié al gato, salí y en cuanto se cerró la puerta del ascensor, dejé atrás aquella extraña aventura.
Yo casi nunca me acuerdo de lo que sueño. Y me gustaría, porque a menudo me cuentan sueños que son para partirte de risa, por la mezcla de personas que aparecen o los emplazamientos de los actores. Este gato parece que traerá buena suerte a la casa tras este sueño. MUCHAS GRACIAS FLOREN
ResponderEliminarRara vez recuerdo lo que soñé como te pasa a ti, pero cuando lo hago, si puedo, intento escribirlo para luego releerlo con más paciencia. Suelen ser alucinantes literalmente hablando. Locos y divertidos la mayoría de las veces, o con un toque temible y aturdidor en alguna rara ocasión. En el texto el gato destaca dentro de la historia por darle un voto de confianza. Confieso que los gatos me han dado siempre algo de repelús, junto a una sensación extraña, quizá porque en el fondo les tengo respeto, en fin, que no confío mucho en sus reacciones, seguramente por falta de trato con los mismos. Un besote
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