domingo, 4 de junio de 2017

Cucaracho



Todo guarda un impás sordo tras la muerte, aunque a veces parece pasar desapercibida. Los unos siguen llegando y los otros marchando, y aparentemente la vida sigue igual.

Me muevo dentro del vértice que forma la pared con el suelo para pasar desapercibido. Voy de un lado al otro. Siempre en la penumbra, nunca expuesto. Estudio con paciencia los artefactos que como apisonadoras recorren el terreno en distintas direcciones y velocidades, también vigilo la comida que llega del cielo y que normalmente es escasa, a veces cae desperdigada y otras toda junta.


Cuando veo vía libre, con mi coraza puesta, corro en busca del alimento como un soldado bien entrenado. En alguna ocasión no me da tiempo de cumplir la misión, en esos casos me escondo en las pequeñas grietas del suelo donde sé que estoy a salvo, hasta que veo vía libre de nuevo.

Hay más como yo, siempre atentos y al acecho. Todos los días hay bajas que caen bajo la fuerza de las apisonadoras, pero no nos amilanamos. Hay que sobrevivir, ahora ellos también son comida. Nuestro mundo es despiadado e  impera el sálvese quien pueda.

 
Hoy no estoy en un buen sitio, tengo que intentar salir de aquí. Corro en zig zag para esquivar los golpes, oigo gritos demasiado fuertes para que sean de los míos. Veo a la apisonadora que se acerca muy deprisa y no tengo donde esconderme. Crack.

–¡Qué asco! Malditas cucarachas- Y arrastrando el zapato mortífero sobre el suelo para que no quede vestigio ninguno del percance, el viandante sigue sin más su camino.