jueves, 4 de mayo de 2023

Soledad y la carrera contra reloj

Parece que en Los Países Bajos, han implantado un proyecto que se fundamenta en lo que han llamado “cajas lentas”, debido a la cantidad de gente que vive sola y no tiene con quién charlar, de forma que han puesto cajeras que les den conversación. Supongo que esto se deberá al carácter nórdico, porque debo decir, que en los supermercados que visito, y no vivo en Los Países Bajos, la mayoría de las cajeras-os son amabilísimas-os, y te sonríen, y charlan mientras hacen su trabajo.

Este proyecto es noticia, porque vivimos en un mundo que siempre tiene prisa, (aunque no la tenga) y la gente apenas tiene tiempo para darte los buenos días. A veces incluso les molesta. Y cuando hacemos por ejemplo la compra, nos contraría que el cliente que nos precede, se entretenga guardando el monedero o metiendo los artículos con detenimiento en su bolsa.

Dejando a un lado que a veces tenemos prisa de verdad, en la mayoría de las ocasiones no es así. Entonces ¿por qué esa carrera contra reloj?

 

Soledad se viste y arregla como si hubiera quedado con alguien... Y antes de salir le echa una última mirada al espejo... mmm, a ver, vestido, pendientes, anillo y colgante.  Ya está lista.

Conduce hasta el garaje del súper y saluda a la voz que le habla en el control de la barrera.

Ya en el supermercado se pasea haciendo un poco de tiempo, observando a la gente, por si alguien se presta a hablar sobre qué se yo, los tomates por ejemplo, dando pie con esa frase que todos conocemos, -Si es que no saben a nada. O lo cara que está la carne o el pescado fresco. Por cierto, -piensa- la pescadera es un encanto. Siempre parece feliz.

Le gusta ese súper porque son amables y la cajera la mira a los ojos y charla mientras pasa los cuatro artículos que ha comprado. No como en el otro, donde la dependienta, aunque ella la escrutaba con atención, no levantaba la cabeza. La chica siempre mascaba chicle, y cuando por fin miraba aburrida y le contestaba a algo, lo hacía a base de monosílabos. En este nuevo supermercado todo es distinto. Incluso a veces finge buscar en el bolso el resguardo del garaje, para retrasarse un poco más, pero nunca le dan prisas, de manera que va todos los días y por supuesto, siempre se lleva algo.

Así y todo, a veces no hay suerte y nadie necesita conversar, de manera que aunque se demore todo lo posible, al final, no le queda más remedio que regresar a su casa vacía, al parloteo constante del televisor, a ver a la gente pasar bajo el balcón, a comer sola y a darle los buenos días al espejo para al menos, oír su propia voz.

Por fin es viernes. Esta semana se le ha hecho eterna. Sale de casa con una bolsa llena de artículos de la compra para Johan, un chico joven y desgreñado, que duerme los viernes entre cartones en la esquina de su calle, haga frío o calor. Siempre hablan durante un rato, a veces incluso filosofan. Le gusta ese encuentro y si fuera más valiente haría algo más que llevarle comida. Hoy él la está esperando con una sonrisa de oreja a oreja y un cachorrito entre los brazos, que nada más verla pone sobre los suyos. Amaneció junto a mí, dentro de una caja de zapatos -le cuenta-. Ella mira al animal, que le devuelve una mirada limpia e indefensa mientras le lame un dedo, y automáticamente y con los ojos llorosos, se enamora. Lo llamará Fortuna. Ahora -piensa- tendré que rápidamente, pedir cita en el veterinario y pasar por el súper en una visita relámpago para comprar todo lo necesario, tiene que cuidar como es debido al cachorro. Y tiene que hacer todo, antes de que cierren.