lunes, 4 de octubre de 2021

Mirlos y dragos

El otoño, como ocurre con el resto de las estaciones, se abre paso según los días avanzan y sin darnos cuenta, una mañana, como si nos hubiéramos despertado de un ensoñamiento, nos vemos inmersos en un mundo de suelos dorados en paisajes acolchados de hojas caducas, nidos de pájaros, charcos, cielos grises y naranjas, y frutos maduros.

Me da que aquel pájaro quería decirme algo, primero y para mi desesperación, le dió por escarbar de forma ruidosa revolviéndolo todo y esturreando la tierra a diestro y siniestro con mi consiguiente enojo, pero con el paso de los días cambió de estrategia y empezó a posarse en las macetas o en cualquier planta donde otear sin disimulo. Tenía muy claro que nuestro jardín formaba parte de su territorio. Desde esos lugares lo veía mirarme desafiante mientras hacía sus heces.

Después de unas semanas en la que siguió fiel a sus citas, apareció en el suelo, bajo uno de sus posaderos, una pequeña planta que no estaba allí antes, tras observarla bien, tuve la certeza de que se trataba de un pequeño drago (Dracaena Draco), de manera que lo arranqué con cuidado y lo subí a Montaña Pelada, que hace honor a su nombre, y es donde llevo todos los días a pasear a mi perro. Allí armada con una pala de jardinero hice un hueco y lo planté en el lugar que me pareció más apropiado para esta gran planta arbórea y lo regué con ayuda de la botella de agua que llevo siempre.

 
 

Para mi sorpresa, al cabo de un par de semanas, bajo un arbusto donde he visto también posado al mirlo en más de una ocasión, surgió de la tierra otro drago y pensé que eso no podía ser casualidad. Pero en fin, se debiera su nacimiento a causas provocadas por el azar o no, repetí el proceso de replantación, teniendo en cuenta el gran tamaño que pueden llegar a alcanzar tanto de alto como de ancho, y por tanto, el espacio necesario que debe haber entre las plantas.

La otra tarde, de nuevo me quedé boquiabierta cuando estaba regando el jardín. Ya se lo estarán imaginando, llegó el mirlo, se posó sobre el gran rosal de enredadera y se puso a cantar haciendo variaciones melódicas como sólo estas aves saben hacerlo, luego hizo sus deposiciones y se marchó. Yo como hago siempre que lo veo fui a echar agua en la zona y fue entonces cuando lo descubrí, otro draguito asomaba sobre el picón (lapillis). Así que de nuevo arranqué con cuidado la planta y la subí al monte. A este paso, el lugar, dentro de unos cien años se habrá transformado en un bosque de dragos. Son de muy lento crecimiento, para que consigan alcanzar un metro de altura, necesitan por lo menos diez años, de manera que yo nunca podré disfrutarlo en todo su esplendor, pero tampoco me importa. Ahora me siento responsable y procuro regarlos, también los he protegido con cardos secos, porque al primero que planté, los conejos casi lo dejan sin hojas. Ahora se está reponiendo. Creo que con un poco de suerte y mis cuidados, prosperarán.

Hoy el mirlo ha venido con su compañera. Quizá me la quería presentar, me observaban de reojo, aunque hacían como que me ignoraban. Han estado buscando insectos y al rato se han ido. No han vuelto a aparecer más dragos, supongo que la aportación por su parte de traer tres dragos al mundo le habrá resultado suficiente, y además, digo yo, que ahora debe ocuparse de su propia prole, en cualquier caso, yo sigo con ilusión atendiendo el bosquecillo de dragos de Montaña Pelada.