En esta ocasión nos adentramos en septiembre, sumidos en el traqueteo de vuelta a los desplazamientos forzosos y a las rutinas.
Hay tantas formas de viajar como se nos puedan ocurrir, pues no sólo podemos hacerlo físicamente, sino también con el corazón o con la imaginación en un viaje, dentro del viaje... así es que, buena travesía.
Entró en la estación produciendo un fuerte chirrido
que se quedó flotando en los oídos, junto al calor pegajoso de
aquel mes de temperaturas record.
El andén estaba lleno y la gente, que antes parecía ensimismada y agotada, se agolpó a ambos lados de las puertas en cuanto la máquina se paró, y como si fueran muñecos articulados, unos salían y otros entraban a toda prisa.
Ellos, en un país desconocido, de lengua extraña, y aunque les sudaban las manos, iban bien agarrados. La masa los empujó hacia el interior del vagón, casi levitando, sofocados, apretados entre cuerpos extraños y envueltos en mil sudores.
De pronto, y a punto de que se cerraran las puertas, alguien empujó desde el arcén con fuerza para hacer más hueco, tarea que parecía de por sí imposible pero que surtió efecto, y con el embate, como una ola desesperada, entraron incomprensiblemente más personas, y entonces fue cuando sus manos se separaron, y de repente, el otro ya no estaba.
Tanto él como ella quedaban en altura por debajo de la media y se perdieron de vista enseguida. La maraña humana los arrastró alejándolos, sacudidos por las envestidas de la máquina. Para una persona bajita o para un niño, encontrarse entre una multitud en la que no ves mas que hombros, barbillas, axilas, bolsos, brazos y barrigas, resulta más que agobiante. Sin hablar del calor humano que se genera, y que te seca la boca y no te deja respirar.
Pero afortunadamente, cuando tenemos limitaciones, también desarrollamos formas de adaptarnos al entorno. De manera que a ella se le ocurrió que si por arriba no podían verse, quizá si podrían hacerlo por debajo. Y así fue como mirando al suelo, entre embates, paradas, sacudidas, empujones y entreviendo entre tantos zapatos diversos, reconoció los de su compañero y por fin se abrazaron. Siguieron con el susto en el cuerpo y empapados en sudor, pero unidos, y ya no se soltaron más hasta que llegaron a su destino.