Qué prodigio supone volar, y el
caso es que ya nos parece algo habitual, tanto como subirnos al coche
y conducir, y esto último no deja de ser otra maravilla, o escribir
este blog y plantarle mis ilustraciones, y que las pueda ver
cualquier persona en el mundo aunque no me conozca de nada... A veces
se me va la cabeza pensando en los avances de la ciencia.
Las observo por la ventanilla del avión
y reconozco que es una posición privilegiada. Pocas veces podemos
verlas así, sólo cuando las sobrevolamos o cuando subimos a un pico
tan alto que podemos admirar cómo se extienden a nuestros pies,
algodonosas, ingrávidas e impacibles y siempre en continua
regeneración ante el paso del tiempo, flotando mientras el mundo
gira bajo sus pies.
Todas son distintas, no hay ninguna que
repita forma o color. Las hay rosas, grises, nacaradas, azules,
verdosas, amarillentas y hasta violetas y rojizas.
Disfruto identificando figuras
conocidas entre sus formas y sonrío pues me siento a gusto
reconociéndolas aquí y allá, como si fuera una niña. Son todo un
pasatiempo para quien sabe apreciarlo. Seguro que a más de uno le
parecerá una pérdida de tiempo. En fin, cada uno es como es.
-Uf, la de saltos que está dando el
avión, aunque por la forma de las nubes no parece que haya viento.-
De pronto abre
los ojos de golpe, mientras una mano la zarandea para espabilarla,
pues se había quedado dormida sobre la arena.
Y es que la playa tiene ese punto que
te adormece, al aliarse el calor del sol, la calidez de la arena y el
ronroneo del mar.
-Menos
mal que me puse bastante protector solar, porque llevo un rato tiesa
y en las nubes-.