Que tengamos un saludable 2025 y que los Reyes Magos logren sorprenderte.
Sonó la primera campanada y como si de un ataque de locura general se tratase, todos empezaron a zamparse las uvas porque el reloj no da tregua. Unos se llenaban los carrillos a reventar, otros se las tragaban casi enteras o masticaban tan rápido como sus mandíbulas se lo permitían, alguno, tras engullir unas pocas desistían ante la imposibilidad de terminar el reto a tiempo, y yo me puse a pelarlas y comerlas a mi ritmo y no al de las campanadas como hago siempre. Y casi en un parpadeo, y la mayoría aún con las uvas en la tráquea, resultó que ya habíamos dado un saltito hacia el 2025. Fue entonces cuando se desató de nuevo otra histeria colectiva, esta vez entre pitidos de trompetillas de papel, serpentinas, sombreritos, antifaces, besos y apretones, para desear un feliz año.
Cada fin de año se repite el acontecimiento con alguna pequeña variante, y en cada ocasión permanezco perpleja, observando todo desde fuera, y sin terminar de asimilar que según nuestra cultura hemos entrado en un nuevo ciclo de doce meses, y que como en un largo embarazo, los viviremos llenos de esperanzas, sorpresas, conmociones e inquietudes.
Y como dice Manuel Vicent en su columna de El País para el Año Nuevo y que aconsejo leer, “...que la costumbre no te someta a una vida anodina. (y) Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño.”
Un fuerte abrazo
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