Supongo que rozar la demencia senil
o el alzheimer, debe provocar una sensación similar a la de saltar
al vacío en contra de nuestra voluntad. A esto le acompaña la
herida y posterior infección que te provoca el miedo, ese dolor
interno del que reconoce su mal, y sabe hacia donde le lleva.
Camina ligero, su rostro insinúa una
sonrisa soñadora, y la juventud empuja sus pies que devoran metros
sobre la acera acercándolo a su meta.
Por el camino una señora le pide
ayuda, y él se detiene en seco. Parece que quiere cruzar la calle.
-Bueno, eso no presenta ningún
problema- Ella le toma del brazo y a un paso demasiado lento para su
ímpetu, cruzan mientras la señora le habla y le agradece su gesto
varias veces, aunque en el trasfondo de la conversación hay algo
más. Hay algo extraño en su charla, una base ambigua, un vacío.
Tras el diálogo de despedida, al otro
lado de la calle, ella, Lucía, le confiesa con ojos desorientados
que en realidad no sabe dónde va, y tampoco recuerda cómo regresar
a casa. Está angustiada, pero por alguna razón desconocida confía
en él y sabe que la ayudará.
-¿Y qué hago yo ahora? -piensa- A
ver, venía en dirección contraria a la mía... -De manera que
armado de paciencia, con la incertidumbre que le genera la situación
y el lento caminar, los dos emprenden la búsqueda calle abajo. Él,
resignado, piensa que al menos van en la dirección adecuada y se van
acercando a la estación. Ella, desconcertada y aliviada, se agarra
de su brazo como si fuera su ángel salvador.
Quién se lo iba a decir, allí estaba
él, tocando en los porteros automáticos y contando a los
desconocidos que se prestaban a contestar, la reciente historia de
Lucía que seguía colgada de su brazo. Nadie le daba razón ninguna
sobre la señora, así que seguían su desasosegado avance, y las
respuestas, algunas fuera de tono, eran siempre las mismas, nadie
parecía conocer a Lucía.
Los minutos pasaban, ya casi hacía una
hora que había tropezado con la mujer. Quizá -pensó- debería
llamar a la policía y contarles la historia. -Aquello no podía
estarle pasando- miró a la señora que le devolvió una mirada
esperanzada.
-Bueno, vamos a intentarlo un par de
veces más- y por fin, tras varios intentos, una respuesta positiva.
-Lucía vive en la casa de enfrente, en el número diecisiete-,
respondió una voz de mujer. -Ahora llamaré a alguno de sus hijos.
Esto no es la primera vez que le pasa sabe, Lucía siempre está
sola, por las circunstancias que le han tocado vivir. Espere un
momento. -Y la voz dejó de oírse durante un buen rato. De pronto
surgió sonido de nuevo por el interfono -¿Sigue ahí? -Sí, claro,
aquí estamos. -Me dice su hijo que ahora mismo está muy ocupado,
pero que en cuanto pueda se acercará para abrirle la puerta a su
madre. -Entonces ¿qué hago? -pregunta el chico. -Pues yo le
aconsejo que cruce la calle y que ella espere a su hijo sentada en el
escalón por fuera de su casa. Él puede tardar todavía un tiempo.
Yo no puedo bajar sabe, estoy mal de las piernas, pero le echaré un
ojo desde el balcón, no se preocupe.
Así que la descolocada pareja cruzó
de nuevo la calle. Lucía pacientemente se sentó por fuera del
escalón de su casa, disculpándose una y otra vez con el muchacho
que abochornado aguardó un rato, pero que en vista de que no venía
nadie optó por despedirse. Los dos miraron hacia el balcón de
enfrente, donde la vecina les saludaba con la mano. Lucía le dió
dos besos y un abrazo, ya se encontraba más tranquila, sabedora de
que pronto uno de sus hijos iría a su encuentro.
El chico emprendió su camino
aligerando mucho el paso, -llegaba muy tarde- Giró varias veces la
cabeza para comprobar que Lucía seguía allí sentada como prometió.
-Tenía que haber llamado a la policía desde el principio, -se
reprochó- la hubieran atendido antes y se hubieran encargado de la
situación para ponerle remedio. Una cosa tenía clara, nunca
olvidaría a Lucía. Y con aquella desazón y un nudo en la garganta,
se subió al tranvía.
Utilicé para las ilustraciones, acuarela, rotulador y college, además del toque digital que le doy habitualmente.
ResponderEliminarNecesitamos ayuda al inicio y final de la vida y es bueno saberlo. Pensando que el alzheimer impide que te des cuenta del deterioro que no deja de progresar, quizá se puede ver esta enfermedad como una protección una salvaguarda natural. Me cuesta decir que tiene algo bueno, pero es una consecuencia que permite a la gente sonreír. Como es el caso de Lucía que tan tiernamente describe tú cuento. Y verdad es, que no a todos ataca el alzheimer. Un besazo Floren
ResponderEliminarEl Alzheimer es un mal terrible, al que como dices es difícil encontrarle algo de bueno. El caso de Lucía está basado en un hecho real que le ocurrió a mi hijo y que de vuelta a casa me comentó preocupado. En unos cuantos años la mayoría de la población europea tendrá más de sesenta y cinco años, y esta y otras enfermedades terribles que asociamos con la vejez se nos echarán encima. Un abrazo.
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