Cualquier motivo sirve para
disfrutar solo o en compañía de cuanto nos rodea, no necesitamos un
pretexto para disfrutar de la puesta de sol, de los amigos, de un
paseo, o de una comida. Los gestos más sencillos o las cosas más
simples nos hacen felices si somos capaces de reparar en ellas y
aprender a hacerlo no es tan difícil, sólo es cuestión de
practicarlo.
Impulsadas por el viento, nubes
regordetas cargadas de humedad, arrastran la panza rozando los
árboles y provocando un escalofrío en las montañas, que se
estremecen al sentir las primeras gotas.
Por la ladera camina un elefante
portando pequeñas sacas, va a paso firme sendero abajo, sin
importarle la fina lluvia que resbala por su piel.
A muchos kilómetros de distancia, en
la costa, un preocupado niño observa con desespero el cielo en la
lejanía, mientras camina de un lado a otro sin parar, hasta que de
pronto cambia el rumbo y se dirige hacia la ensenada. Al llegar se
para en seco, mientras con la vista busca algo en la orilla, y es que
es bueno tener amigos en todas partes.
El cangrejo, antes perfectamente
camuflado, sale de detrás de una piedra y lo mira intranquilo pero
atento, y en cuanto el chico le hace una seña, sale disparado arroyo
arriba, corriendo de lado como si le persiguiera un pez perro. Debe
asegurarse de que todo va bien. Tras un largo rato de carrerilla,
divisa al elefante que le saluda con la trompa y un estrepitoso
resoplido. Está nervioso pues no le gustan los cangrejos.
De manera que este desde una respetuosa
distancia, comprueba que el elefante carga con las sacas.
Entonces, haciendo balancear su cuerpo
arriba y abajo como si bailara y alzando una pata en señal de
despedida, se tira al agua sonriendo y se deja llevar por la
corriente. En nada estará de nuevo en la cala donde el muchacho le
espera y se calentará encantado de la vida, al sol de la tarde.
En cuanto ve al niño le hace señas y
le indica que todo está controlado. Ahora hay un grupo de chicos
correteando por la orilla y un par de hogueras, por lo que el
cangrejo acelera el paso hacia un agujero concreto en su piedra
preferida. No hay que jugar con la suerte. No vaya a ser que un niño
se encapriche de su persona, no todos son como el chico. Mejor
esconderse por si acaso hasta que suba la marea.
El elefante llega justo cuando el sol
se va apoyando sobre el horizonte. El muchacho corre a su encuentro
en cuanto lo ve y lo saluda con una palmada sobre el lomo. Abre las
sacas y saca los botes. Reparte entre los amigos que se han juntado
alrededor las bengalas que hay dentro. Todos las encienden para
comenzar la fiesta y corren por la playa gritando que viva el otoño,
mientras el elefante chapotea en la orilla, y el cangrejo se deja
arrastrar por las olas.
Para las ilustraciones use acrílicos, rotulador y un toque digital.
ResponderEliminarMe acuerdo de cosas que hacía de niña que me encantaban, y pensando en ello veo que eran repetitivas, en lugares ya conocidos, con las niñas del barrio o de mi escalera, y con un guion similar. Sin embargo, al día siguiente quería repetir, y es que hacer lo que te da la gana da mucha felicidad, y como tú dices los gestos más sencillos y más simples nos hacen felices, y entonces lo disfrutaba plenamente y ahora al recordarlo también. BESOSSS
ResponderEliminarMe alegro de haberte servido para recordar ratos agradables.
EliminarYo también recuerdo que junto a mis hermanos, pasaba horas todos los días colocando los soldaditos o los indios con sus caballos y pistoleros, que era con lo que se jugaba por entonces, imaginando batallas, estrategias, o toda una sucesión de circunstancias, hasta que nos llamaban para cenar, entonces metíamos todo en un periquete en una bolsa y al día siguiente vuelta a empezar, y todo el juego volvía a parecernos nuevo otra vez porque en realidad era así gracias a la imaginación.
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