Tras asistir estupefacta a la lectura
del testamento, le hicieron entrega de unas cajas repletas de
carpetas y libretas, todas etiquetadas por temas y fechadas a partir
de 1900. No entendía nada. Era huérfana desde los diez años y
creía no tener familia.
En casa, enfrascada entre la
documentación, pensó que en el más allá
alguien sabía de sus inquietudes. Todos la envidiaban por
ese extraño color de ojos, una rareza que en pleno siglo XXI le
había abierto tantas puertas en el mundo de la imagen y que se
mantenía en sus genes, ahora lo sabía, desde hacía al menos cien
años, por eso leyó todo lo referente a aquella historia con avidez
y más tarde, la escribió por el mero hecho de hacer justicia.
<<Las pocas veces que se animó a
mezclarse con la gente tuvo malas experiencias. Cuando entraba en
algún lugar concurrido, más temprano que tarde, en cuanto la gente
sentía su amarillenta mirada se hacía el silencio a su alrededor y
todos la observaban con desagrado. También en momentos que recordaba
con amargura recibió golpes, escupitajos, insultos y murmuraciones
dañinas pronunciadas lo suficientemente alto como para que llegaran
a sus oídos con la intención de hacerle daño. Era el tributo a
pagar por destacar entre los simples de espíritu.
Lo peor llegó cuando la arrinconaron
en un callejón y aunque intentó oponerse con todas sus fuerzas,
nada pudo hacer contra sus atacantes, de manera que aterrorizada,
cerró los ojos con fuerza y no los volvió a abrir hasta que el
ultraje terminó y sus cobardes agresores al amparo de las sombras se
marcharon.
Al cabo de un tiempo sospechó que
estaba embarazada, y un par de semanas después lo supo con certeza.
Al principio pensó en desprenderse del feto, creía saber cómo
hacerlo, pero nunca se atrevió. Amaba demasiado su propia vida como
para perderla en el intento, de manera que mientras pasaban los
meses, resignada, se preparó para el evento.
Llegado el momento, soportó aquellos
dolores espantosos que se prolongaron durante un día y una noche,
pensando en un intento por distraer la mente entre contracción y
contracción, que nunca conoció a su padre, como le pasaría al ser
que luchaba por salir de sus entrañas, y que su madre fue una buena
mujer, sabia, lista y que le donó todo su conocimiento, junto a una
casa con huerto y algo de dinero ahorrado que conseguía con remedios
de hierbas que ella misma cultivaba.
Sintiendo la soledad hondamente y
extenuada, por fin dió un último empujón deseando que la criatura
que traía a este mundo no tuviera su mismo color de ojos.
Pero la pequeña,
porque era de su mismo género, en cuanto pudo abrir los ojos mostró
un iris donde predominaba el amarillo y ella entre sollozos, con la
misma ternura que recibió de su progenitora, quedó rendida y
hechizada para siempre de aquel ser indefenso y maravilloso.
En cuanto la niña
creció lo suficiente la envió a estudiar fuera de aquel pueblo rudo
y cargado de prejuicios. La visitó hasta que creció lo suficiente
para entender que lo mejor era que viviera su vida alejada de su
madre y su duro entorno.
Murió sola a
finales de los años cincuenta. La encontró el repartidor del
supermercado que le llevaba la compra cada semana. Estaba acostada en
su cama con su perro preferido velándola a sus pies. En el suelo,
tongas de cuadernillos se amontonaban por doquier y sobre la mesa una
carta con su última voluntad, en la que pedía que sus bienes fueran
entregados al primer descendiente de su hija.
Y como suele ocurrir, tras la
publicación póstuma de sus poemas, el pueblo que la había brutalmente rechazado, le erigió una estatua
nombrándola hija predilecta.>>
Aún la gente corriente como tú o
como yo no puede elegir los genes de sus descendientes, decidir
si serán rubios o morenos, si tendrán un lunar en la mejilla, si
tendrán una tez negra, aceitunada, amarilla , morena o blanca, si
serán de estatura baja o alta, ni tantas otras cosas. Sin embargo,
nos comportamos en más ocasiones de las debidas, como si nuestros
congéneres fuesen cuando menos idiotas por no cumplir con el canon
de belleza deseado, o simplemente, por nacer en la orilla equivocada
del mar y por eso, merecer el castigo de carecer de derechos, de
vivir entre continuas guerras y o morir de hambre.
Las ilustraciones las realicé con acuarela, rotulador y un leve toque digital.
ResponderEliminarESTA HISTORIA DEBERÍA SER LEÍDA CON FRECUENCIA EN TODOS LOS COLEGIOS Y ALGUNOS INSTITUTOS , PARA QUE DESPUÉS, NO SE CREA QUE UN CIERTO COLOR DE OJOS, UNA TENDENCIA SEXUAL O UNA APTITUD MENTAL, SON ENFERMEDADES QUE HAY QUE REPARAR CON URGENCIA O SEPARAR DEL RESTO DE LA SOCIEDAD.
ResponderEliminarSi, sobre todo ahora que hay cierta tendencia a la intransigencia a lo mejor no venía mal. Un saludo
EliminarHabía que hacerle un monumento a los cuadernillos porque recogen cualquier idea cualquier crítica o piropo sin rechistar. Y nosotros con tanto sentido común y capacidades no escuchamos más que a cuatro conocidos, por absurdos prejuicios que tenemos grabados no sé porque.
ResponderEliminarMe alegro que Isabel escribiera y saliese por ahí su pensamiento y su forma de entender la vida.
Muy bonito. Un abrazo
Yo no concibo mi vida sin rellenar papeles, sin garabatear ideas... siempre exteriorizando lo que siento, aunque soy consciente de que la mayoría de las personas no sabrán jamás de su existencia. Así y todo, necesito hacerlo tanto como respirar. Isabel también era de esta condición. Somos mujeres de cuadernillos. Gracias
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