¿Te acuerdas de cuando eras joven?-Me preguntó Adela. - Esa etapa de incertidumbre en la que la inexperiencia te tiene todo el día en vilo e indeciso, y que por otro lado, te hace sabedor de las verdades más absolutas. En la que todo es blanco o negro sin término medio. Cuando despiertas al amor y vives momentos especiales y la vida transcurre más despacio de lo que quisieras; sufres atormentado con una intensidad brutal, o disfrutas cualquier instante de la misma manera… cada etapa tiene su momento; ¿y de cuando eras niña? La pregunta quedó sin respuesta, porque acto seguido me relató la historia del niño que creía en el lápiz embrujado.
Erick intenta dibujar imitando a su abuela, quiere hacer un pájaro, pero aún es muy pequeño y como es natural, no domina la técnica. Se queda mirando la mano y el lápiz que sujeta. En un impulso lo suelta y le pide a la abuela el suyo que dibuja muy bien. Se concentra en el papel, arruga la nariz mientras se muerde un poco la lengua y lo intenta de nuevo pero no le sale, y mira sin comprender atónito a la abuela que le sonríe, le toca con cariño la cabeza y le dice -cada cosa a su tiempo pequeño, tienes que practicar mucho. Entonces él hace amago de devolvérselo frustrado porque ese lápiz tampoco funciona, pero ella lo rechaza mientras le susurra al oído -quédatelo, es mágico, pero como todos los elementos hechizados, antes de mostrar sus poderes, necesita que lo uses mucho, sólo así confiará en ti. Entonces él convencido lo acaricia con un dedo, se lo guarda en un bolsillo, le da una palmadita como para cerciorarse de que está a buen recaudo y sale disparado a jugar con otra cosa.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel día. La habitación es la misma, los muebles han cambiado, pero los objetos importantes siguen estando ahí. Una mano rebusca deprisa en el desordenado cajón hasta que lo encuentra, un lápiz desvencijado con tapa metálica, que le había acompañado siempre como un talismán en los momentos significativos, lo acaricia con un dedo y lo guarda en el bolsillo dándole una palmadita, ya podía irse tranquilo.
Para las ilustraciones utilicé lápices grasos, acrílicos y luego un leve toque digital.
ResponderEliminarMuy lindo cuento!
ResponderEliminarSi, gracias. Me gustó la idea desde el principio.
EliminarHe entrado a ver si habías publicado algo el día de tu cumple y… ja, ja vaya sorpresa que me he llevado!! Como casi siempre que te leo. A partir de ahora entraré más a menudo.
ResponderEliminarY MUCHISIMAS FE-LI-CI-DA-DES!!!
Muchas gracias por escribir este cuento. Qué bonito lo cuentas y lo ilustras, por ello me provocas muchas, muchas, más sensaciones de las que yo tenía cuando hablamos hace mucho apenas tres frases. Que bien se te da, “eres la bomba”.
Y además sé que seguirás contando cuentos y detallando estados de ánimos exquisitamente, porque tú eres muy sensible y te tocan sensaciones de un libro que lees, o de una película que ves, o las intuyes al observar ciertos comportamientos,… o quizá las vuelvas a vivir con Erick ? UN BESAZO
Jajajajaja, gracias Adela. ¿Has visto? Me resultó muy divertido contarlo e ilustrarlo después de aquella charla en el coche, donde como siempre nos reímos y disfrutamos de la mutua compañía y del viaje que fue un placer. Muchos, muchos besos y recuerda, que como la idea fue tuya, te lo dedico a tí.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, ES UN HONOR.
EliminarY para que sepas lo que significa algún día escribiré yo uno y te lo dedicaré. Un fuerte abrazo