Nacemos sin elegir dónde , ni cómo seremos, al menos de momento. De todas formas, y en el mejor de los casos, estas opciones las elegirán siempre otros por nosotros; o bien, podría también ocurrir, que todo se dejara en las manos del azar, la suerte o la casualidad. En cualquier caso, tras estas posibilidades, a unos nos tocará vivir en el lado luminoso, y a otros en el lado oscuro.
No recuerda haber subido jamás a un coche. Empieza a caer la tarde, y se encoje en el asiento de atrás como un ovillo, insignificante, temblando de miedo, casi mimetizada con el color del sillón.
De pronto el coche se para, abren la puerta y la lanzan sin miramientos lo más lejos que pueden, y siguen su camino. Por suerte hay mucha hierba y eso amortigua el taponazo. Está vieja, cansada y tiene algunos huesos mal soldados de los golpes recibidos sin saber muy bien por qué, de manera que le duele todo.
Por instinto de supervivencia y haciendo un esfuerzo enorme, se aleja de la carretera cojeando. Hoy no ha comido. En el interior del monte la hierba es más alta y la envuelve por completo. Esa sensación le gusta, igual que sentir la brisa. Tras deambular siempre en el sentido de la pendiente, cae desfallecida bajo un árbol y se duerme.
Amanece temprano y lloviznando. Está empapada y desorientada, pero emprende el camino siguiendo la cuesta porque es más fácil bajar que subir. De vez en cuando descansa y dormita. Tiene mucha hambre.
Los días se suceden sin encontrar a nadie. Ya ni siquiera tiene hambre. Ha perdido la noción del tiempo y apenas puede dar dos o tres pasos sin caer rendida.
Y de nuevo el sol se esconde para mirar hacia otro lado. El animal tropieza y cae en un hoyo como hecho a su medida. Ya no puede más, así que se enrosca aterida. Pronto el rocío empezará a mojarlo todo.
De repente siente que algo se acerca y la invade el pánico que se presenta negro y de ojos brillantes. Pero ella está tan débil que se tambalea cuando intenta ponerse de pie y de su garganta apenas salen débiles quejidos, de manera que se rinde a su suerte.
-Lucho, Lucho, ven, ¿qué haces?- Pero el animal, feliz ante el hallazgo, no hace caso a las llamadas y mueve entusiasmado el rabo.
-Mira, es una perrita. La pobre. Está esquelética. No lleva collar y parece viejecita.
-No podemos dejarla aquí, se morirá de hambre y de frío. Me voy a acercar a ver si no es agresiva.
La perra se deja hacer, resignada, con ojos cargados de tristeza, ignorando que como en los cuentos de hadas, repletos de buenos hechizos, su vida acaba de dar un vuelco.
Para su sorpresa, las dos mujeres le hablan con cariño, la arropan, trasladan, bañan y secan, y la ponen abrigada, en una casita confortable; y junto a la misma, agua y comida. Temerosa y débil come y bebe hasta quedar saciada. Cuando se tumba, se estremece al sentir que le ponen una manta por encima.
Después de todo, puede que los milagros existan, piensan sus rescatadoras, y por eso, deciden llamarla Mila.