Papá murió mientras dormía el domingo día diez
de este pasado mes de noviembre. Los últimos días de su vida parecía cansado
de vivir y creo que deseando marchar junto a su eterno amor. Desde que
falleció mamá nunca la nombraba, supongo que por no ahondar en el dolor
reciente que todos arrastrábamos; sin embargo, un día antes de
dejarnos, me confesó que deseaba hablar con ella y que la añoraba
mucho.
Algo se quiebra por dentro aún siendo
consciente de que el momento tiene que llegar y nada parece aliviar
el abatimiento. Sólo los abrazos de los seres más queridos
reconfortan, el apoyo de amigos y conocidos es una bendición en días
tan tristes porque te arropan de verdad y te hacen recordar vivencias
llenas de felicidad, del padre que se fue para siempre.
Pasan las semanas y a duras penas vamos asumiendo su ausencia aunque el dolor no desaparece.
Cada uno de mis hermanos tendrá
experiencias y sensaciones diferentes de su relación padre-hijo,
pero todos coincidiremos en que fuiste un padre cariñoso, sonriente
y atento a nuestras necesidades. Un incansable trabajador, justo,
vital, innovador y con gran empatía para con el prójimo. Y sé que quienes le
conocieron también le amaron, pues era de esas personas que se dejan
querer y quieren sin tapujos ni medias tintas, abrazando, acariciando y
besando.
Mamá me contó que el día que nací,
esperaba el acontecimiento dando vueltas en el jardín, y que
lloró de felicidad cuando le dijeron que por fin había llegado
una niña. Esa ternura latente, las inquietudes y la comprensión, fueron
siempre recíprocas entre los dos.
Recuerdo que al regresar del trabajo,
te quitabas los zapatos, cansado de estar de pié, y te dejabas caer
un ratito sobre la cama, entonces nosotros (los más pequeños)
corríamos a tu encuentro y nos lanzábamos sobre ti. Y yo te
estiraba la punta de los calcetines para dejarte los pies más
holgados, mientras tú suspirabas de satisfacción al sentir los pies
en el aire. Te abrazaba y te ponía los pelos de la cabeza de punta,
tú te dejabas hacer, con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara
que no se borraba y yo sentía que tu regreso como siempre, era una
fiesta.
Aún me parece ver tu perfil recortado
por la luz que entraba por la venta, sentado en el salón mientras
suena algún clásico de fondo y tú lees. O aquellas tardes de fin
de semana en las que salíamos los tres, mamá, tú y yo, porque el
resto de mis hermanos ya se había independizado, y nos íbamos a
pasear en el coche recorriendo cualquier parte de la isla, luego
cenábamos unas tapas, o bien nos íbamos al cine y saboreábamos
unas cotufas (palomitas).
Tras mi emancipación hablábamos todos
los días por teléfono, primero se ponía mamá y luego lo hacías
tú para leerme algún párrafo que considerabas interesante o algún
chiste, siempre tuviste muy buen humor, luego los comentábamos y nos reíamos, cómo echo de menos esos momentos, pero la vida sigue
y nosotros atesorando los recuerdos, seguimos en ella.
También disfrutaste de los amigos
(con los que viajabas a conocer mundo siempre que pudiste, y siempre
con mamá), de tus cuñados y hermanos, con los que te tomabas un
“güisquito” en casa o en “la oficina”, aquella pintoresca
taberna literaria que quedaba cerca y que desapareció hace muchos
años. Unos y otros nos visitaban casi a diario, tanto cuando las
familias tenían niños pequeños, como cuando ya, adolescentes o adultos, no los
acompañaban. Te apenaba pensar que prácticamente todos ellos se
marcharon antes que tú.
Superaste enfermedades graves y nunca
te quejaste porque eras un valiente y no te dejaste rendir por nada;
a punto de cumplir los noventa y cinco años (25 de diciembre), tan sólo la vejez y la
nostalgia pudieron contigo, como lo hará con todos nosotros si
llegamos tan lejos. Mientras tanto, intentaremos seguir tu ejemplo de hombre extraordinario y bueno.
Estas Navidades no serán lo mismo sin ti, ni los días, ni los meses o los años venideros, pero te recordaremos siempre, igual que hacemos con mamá.
Propongo que en estas fechas brindemos, recemos o tengamos un momento dedicado a los que ya no están, pero que de alguna manera siguen entre nosotros. Un abrazo enorme.
También nosotros brindaremos por tu padre y todos los que se han ido antes dejándonos el corazón huérfano. Pero así es la vida, y nosotros cada día tenemos la obligación de hacer las cosas “bien” para que mañana también alguien brinde por nosotros, lo que representamos y lo que hicimos. Como tú Floren por tu padre.
ResponderEliminarHermosos recuerdos. Ellos están ahora protegiéndonos y no nos abandonan porque siempre los recordamos con amor. Muchos besos, Flor.
EliminarAsí es, lo que vivimos y compartimos, es lo que nos queda atesorado cuando los seres queridos han marchado, y de esta manera nos acompañarán siempre.
EliminarY lo que otros vivirán con nosotros es lo que dejaremos para que nos recuerden. 🥰
La vida pasa deprisa y sin darnos cuenta también nosotros nos hacemos viejos. Ahora hago memoria de las cenas navideñas en la que éramos primero niños, luego adolescentes y adultos después, y de que en casa siempre se recordaba a los que ya no estaban entre nosotros, con brindis y anécdotas que nos hacían sonreír. Creo que es el mejor homenaje que se le puede dar al ser querido. Recordarlo y dar pie para que los demás le recuerden también.
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