Supongo que rozar la demencia senil
o el alzheimer, debe provocar una sensación similar a la de saltar
al vacío en contra de nuestra voluntad. A esto le acompaña la
herida y posterior infección que te provoca el miedo, ese dolor
interno del que reconoce su mal, y sabe hacia donde le lleva.

Por el camino una señora le pide
ayuda, y él se detiene en seco. Parece que quiere cruzar la calle.
-Bueno, eso no presenta ningún
problema- Ella le toma del brazo y a un paso demasiado lento para su
ímpetu, cruzan mientras la señora le habla y le agradece su gesto
varias veces, aunque en el trasfondo de la conversación hay algo
más. Hay algo extraño en su charla, una base ambigua, un vacío.
Tras el diálogo de despedida, al otro
lado de la calle, ella, Lucía, le confiesa con ojos desorientados
que en realidad no sabe dónde va, y tampoco recuerda cómo regresar
a casa. Está angustiada, pero por alguna razón desconocida confía
en él y sabe que la ayudará.

Quién se lo iba a decir, allí estaba
él, tocando en los porteros automáticos y contando a los
desconocidos que se prestaban a contestar, la reciente historia de
Lucía que seguía colgada de su brazo. Nadie le daba razón ninguna
sobre la señora, así que seguían su desasosegado avance, y las
respuestas, algunas fuera de tono, eran siempre las mismas, nadie
parecía conocer a Lucía.
Los minutos pasaban, ya casi hacía una
hora que había tropezado con la mujer. Quizá -pensó- debería
llamar a la policía y contarles la historia. -Aquello no podía
estarle pasando- miró a la señora que le devolvió una mirada
esperanzada.

Así que la descolocada pareja cruzó
de nuevo la calle. Lucía pacientemente se sentó por fuera del
escalón de su casa, disculpándose una y otra vez con el muchacho
que abochornado aguardó un rato, pero que en vista de que no venía
nadie optó por despedirse. Los dos miraron hacia el balcón de
enfrente, donde la vecina les saludaba con la mano. Lucía le dió
dos besos y un abrazo, ya se encontraba más tranquila, sabedora de
que pronto uno de sus hijos iría a su encuentro.
El chico emprendió su camino
aligerando mucho el paso, -llegaba muy tarde- Giró varias veces la
cabeza para comprobar que Lucía seguía allí sentada como prometió.
-Tenía que haber llamado a la policía desde el principio, -se
reprochó- la hubieran atendido antes y se hubieran encargado de la
situación para ponerle remedio. Una cosa tenía clara, nunca
olvidaría a Lucía. Y con aquella desazón y un nudo en la garganta,
se subió al tranvía.