Hay trabajos y trabajos... Yo fui siempre al trabajo sintiendo la sensación de que me pagaban por hacer algo que me encantaba y que no me suponía ningún esfuerzo, y esto me genera un cierto cargo de conciencia, pues fui feliz cumpliendo mi cometido y encima, me remuneraban por ello. En fin, que no se puede pedir más.
Algo se movía entre los hierbajos secos de finales de verano. Tiró de la correa extensible con fuerza, con el rabo y las orejas erguidas.
¿Qué era aquello? Uhuhuu. Saltaba divertido. Eran saltitos cortos, pero altos. Al caer, flexionaba las patas delanteras de manera que el culo se le quedaba en pompa. Parecía un muñeco de cuerda de los antiguos.
Sin aviso de nubes negras, empezó a llover. Por fin la esperada lluvia. Al perro en cuestión no le gustaba mojarse, ni en los charcos, ni con las gotas por pequeñas que fuesen, pero le podía el instinto y siguió jugando. El ratón, porque de un pequeño ratón de campo se trataba, parecía también divertirse. Se escondía y volvía a aparecer, en un largo me ves y ahora no me ves, bastante ufano él, sabiéndose más ágil y rápido. Ninguno de los dos parecía agotarse, como dos niños entusiasmados, ensimismados en un juego interminable. Y hasta el repiqueteo suave y espaciado de las gotas les acompañaba en el intermitente juego. Ahora sí, ahora no.
Y hubieran seguido otro rato, salvo que un poco más adelante, un saltamontes hizo acopio de su nombre, molestado por el jaleo, y el perro centró entonces su atención en aquel bichejo que también saltaba.
El ratoncillo se volvió a su madriguera, y el saltamontes en un pis, pas, desapareció. Pero de pronto, otro ratoncillo, ¿o era el de antes? se unió de nuevo al festejo. Todos a saltar, como las gotas que ahora, un poco más fuerte, repiquetean en el suelo y salpican por doquier.
Los colores se vuelven más intensos, en ese abanico de marrones que pasan por el naranja y llegan hasta el rojo. Noviembre se ha vuelto festivo y todo vibra. Aunque ahora sí que toca cobijarse, pues el agua empieza a ser molesta.
Al perro dejan de llamarle la atención los sonidos y movimientos del campo. Y hace un par de sacudidas enérgicas, como sólo estos animales saben hacer. Esto moja. Y esta vez tira de la correa pero hacia casa. Toca regresar en busca de un canasto seco y calentito y ¿por qué no? A lo mejor lo premian con una galleta o un hueso. A fin de cuentas, no ha parado de trabajar.

