viernes, 7 de enero de 2022

Bolita y Limoncillo

Las circunstancias en muchas ocasiones obligan, y quieres, pero de verdad que te resulta imposible. Viajes, fiestas y compras forman una mala combinación para disponer de tiempo libre, y a mí que soy bastante previsora, me “cogió el toro” como se suele decir. Y estas circunstancias que me enredaron, hicieron que me retrasara en la publicación del mes, que como saben es cada día cuatro. Algunos dirán que ¡aleluya!, jajaja, pero sé que a la mayoría no le molestan e incluso les gustan.

Y en el tema que viene a continuación también las circunstancias, son las que envuelven a sus personajes.

Limoncillo, cohibido y asustado llegó el primero en una bonita jaula donde lo habían metido antes del viaje. En aquella habitación y durante un buen rato hubo mucho movimiento alrededor hasta que engancharon su jaula a la pared y colocaron ramas y cuencos a los dos lados del ventanal.

El lugar era bonito, soleado y agradable, aunque le molestaba que la puerta de su jaula estuviera siempre abierta porque sentía miedo del exterior y no entendía por qué no se cerraba ese acceso para él sentirse protegido de nuevo. Así y todo, al cabo de unos días y tras asomar primero la cabeza con cuidado por si había algún depredador, comenzó a perder un poco el miedo, pues eso de volar de rama en rama o hasta donde le apeteciera molaba bastante, y a veces, sentía unas ganas tremendas de cantar desde que salía el sol, pero seguía asustándose por cualquier ruido y no se confiaba demasiado.

Pasado un tiempo colocaron otra jaula junto a la suya, y a su inquilino se lo presentaron como Bolita. El nombre le iba que ni pintado, pues eso parecía, una bola redonda como la luna llena. Y También, cuando terminaron de disponerlo todo a su alrededor, abrieron la puerta de su jaula. Pero a Bolita como le pasó a Limoncillo, le daba pánico el mundo exterior, de manera que pasó varios días sin decir ni pío y sin atreverse ni a asomar la cabeza.

Limoncillo aunque aún se sentía un poco inseguro, voló hacia el techo de la jaula de su compañero y permaneció allí plantado todo un día, hasta que Bolita entendió que no pasaría nada si cruzaba el umbral de su puerta. Y así fue como poco a poco nació entre ellos la confianza.

Pero resultó que Bolita, en cuanto recuperó la seguridad, se reveló como el líder de los dos, y así se bañaba el primero y se abalanzaba también el primero sobre la lechuga y la manzana diaria como si no existiera un mañana, mientras Limoncillo esperando su turno y sin molestarse lo dejaba hacer.

Pasada una semana los dos pajaritos estaban a gusto y relajados, y en cuanto el sol se dejaba ver por la ventana, Bolita salía de la jaula, daba la voz cantante y Limoncillo lo secundaba con sus hermosos trinos.

Volaban juntos a un lado y otro del ventanal, sin sentir la necesidad de aventurarse más lejos aunque podían hacerlo y ninguno de los dos jamás se había sentido tan feliz. Ahora Limoncillo pensaba que vivir con la puerta de la jaula abierta era lo mejor que le había pasado en su vida, pues se sentía libre y al mismo tiempo protegido de los depredadores por los cristales.

Aunque en cuanto llegaba la noche, Limoncillo era el primero en entrar al refugio de su jaula, pues nunca se sintió bien en la oscuridad; y era entonces, cuando Bolita se mostraba más atento y cariñoso con su amigo, y se posaba sobre el tejado de la jaula de Limoncillo, como este hizo con él los primeros días tras su llegada, hasta que este se adormecía, sólo entonces, se iba tranquilo a reposar sobre su palo preferido en su jaula, que estaba justo al lado, y se dejaba abrazar por el sueño, a la espera de un día más cargado de trinos y volteretas en el aire.