No sabemos por qué sucede, pero hay
seres destinados a despedirse y reencontrarse, como dos almas errantes
que se buscan y se aman, tanto en la cercanía como en la distancia
porque jamás se sacian.
Este cuento nace, como nacen todas las historias, de los anhelos de unos y el amor o rencor de otros.
Dicen los sabios, que en otra era reinaban largos periodos de calor y sequía, y también largas etapas de frío y lluvia, hasta que llegó una época de momentos revueltos y cambiantes. El dios Tiempo contrariado por la inestabilidad, quiso establecer algo de orden, solo un poco, porque las cosas como son, es bastante desordenado, de manera que dividió el espacio en cuatro estaciones que rotan desde entonces en un círculo sin fin y que llamó invierno, primavera, verano y otoño. Y luego, como es habitual entre los dioses, se desentendió completamente.
Invierno y Primavera se gustaron desde
el primer día aunque difieren en casi todo. Ella es dulce y templada,
pero también impetuosa y fogosa. El, al contrario, es rudo y puede
parecer frío, pero además es puro y franco. En la órbita de las
estaciones siempre aparece uno a continuación del otro, eternamente,
así que quizá por eso o quizá no, Invierno y Primavera se
enamoraron al fin. Y esto no lo afirmo yo, lo sabemos todos pues
vemos que se buscan desesperados como los gatos que maullando sobre
los tejados, exploran todos los rincones buscando con quién aparearse. De esta manera se quieren ellos, con frenesí, revolcándose impetuosos sobre los campos y las
montañas, las ciudades y los pueblos, las carreteras y los caminos, cubriéndolo todo de nieve y lluvia o de brotes tiernos y flores.
En el círculo del orden establecido,
cuando los días empiezan a ser más largos, tras el solsticio,
Invierno prepara enfurruñado el equipaje, y dolido por tener que
partir, se muestra cruel y despiadado, pero, como los gatos, se rinde
ante el encanto de su amada Primavera que aparece y desaparece, o
retoza traviesa esperando su momento y desconcertando a Invierno. De este modo, como seres opuestos, como la noche y el día, amantes en el
crepúsculo, todos los años se anhelan y se aman intensamente durante
el equinoccio, desde la oscuridad a la mañana, hasta que llega la
despedida que augura un nuevo encuentro.