Aunque la vida te va dando varapalos, también nos sonríe en innumerables
ocasiones. Aprovechar esos instantes al máximo te vuelve rico y dichoso. Sé que dentro de mí sigue existiendo aquella
niña de coletas que tenía un amigo invisible porque sigo arropándola como un
tesoro. A veces, en momentos divertidos sobre todo con niños, pero también
entre adultos, aparece y disfruta compartiendo alegría y fantasía con ellos.
Son ratos felices y espontáneos que estoy segura, me fortalecen la vida.

Tariflo se pasaba el día en la higuera o al menos eso decía su madre, y no
era por su facilidad para trepar, sino porque era una soñadora que ocupaba su
tiempo saltando entre nube y nube, o al menos eso le decía siempre su padre.
Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Sus hermanos eran mayores y jugar con ellos
era impensable. Decían que era rara pues siempre estaba en otra dimensión,
–sólo los locos hablan solos– le decían al descubrirla en una conversación
imposible y se reían. Pero ella en lugar de enfadarse, sonreía sabedora de que
vivía en un mundo mágico donde jamás se aburría.

Tariflo no había elegido a Invisible. Apareció una noche tras un fogonazo de
luz, que sus hermanos que siempre le buscaban una explicación a todo, habrían
dicho que se debió a las luces de un coche al dar la vuelta frente a su
ventana. Pero ella sabía que con imaginación o sin ella, Invisible estaba allí
para que jamás se sintiera sola. Él la puso sobre aviso cuando en el enchufe de
la lavadora un corta circuito provocó unas llamas tan grandes que en lo que
corrió para avisar a sus padres ya se había derretido la lámpara del techo.
También la retuvo dando un traspié, un día que casi la atropella un coche al
cruzar la calle, aunque el hombrecito verde de peatones estaba encendido. Él la
escuchaba mientras le leía o explicaba las lecciones en voz alta, y le daba su
opinión, porque tenía muy buen ojo, para mejorar sus trabajos manuales. Tampoco
se enfadaba, aunque ella estuviera muy callada porque no siempre tenemos ganas
de hablar.

Así fueron pasando los años y Tariflo fue creciendo y madurando. Su cuerpo
se estiró y le crecieron los pechos, siguió estudiando y con el tiempo y por
fortuna, empezó a trabajar. A veces alguien la descubría hablando al vacío y
ella a modo de justificación y con media sonrisa, comentaba que hablar sola le
aclaraba las ideas, y luego les picaba el ojo, lo que ellos no sabían, era a
quién iba dirigido el guiño.