Pensando en la
publicación para este mes y rebuscando entre mis libretas para inspirarme,
encontré un corto poema que escribí en 1979, recién cumplidos los diecinueve
años, en el que reflejo no sólo mis sentimientos, sino los que observo en los
demás. Ya entonces tenía esa inquietud por escribir y dibujar que me acompaña
siempre y ahora ustedes padecen, y a mi juicio, la sana costumbre de escribir
aclaraciones y dedicatorias junto a los textos y que me han servido como
fundamento para reescribir el poema.
Te abres a la vida mostrando tu nostalgia,
te sientas en un banco sin comprender nada,
y buscas en el silencio las palabras.
No concibes el mundo que te rodea,
los demás no comprenden nada, lloras,
y casi al mismo tiempo, tu entusiasmo se derrama.
Te sientes como la flor que encarcela el sol,
que canta entre rejas como un pájaro
cuando le aletea sin control el corazón.
Te engañan los gestos, el cerebro no para,
cruzas miradas de sortilegio encantadas,
y añoras aprobación, pero no encuentras nada.
Años ásperos como densa pesadilla
y felices, como sólo en juventud se hallan,
bendita, fugaz y loca lozanía.
Adolescencia,
esa etapa que todos hemos sufrido, disfrutado, padecido y algunos incluso olvidado; yo al mirar atrás, me lleno de recuerdos con alguna lágrima y muchas sonrisas.