No hablar el
mismo lenguaje es un problema para comunicarse y a veces hablando el mismo
idioma somos incapaces de entendernos, pero en la mayoría de las ocasiones,
sólo necesitamos voluntad por ambas partes para que se haga la luz y una
pequeña ayuda que en ocasiones nos brinda la casualidad, el deseo o el destino.

El fantasma no sabe dónde ponerse, se aburre, hace mucho tiempo que
nadie lo visita, sólo ese perro majadero que todos los días viene a mear en su
puerta. Ha intentado ponerse en contacto con él, pero sólo es un chucho y se
limita a gemir, bajar el rabo y salir corriendo en cuanto nota algo extraño. La
muchachita de ojos dulces que lo llama y controla es otra cosa, pero rara vez
se acerca.
Hoy llueve y las gotas rebotan con violencia contra los viejos tragaluces.
La habitación está en penumbra, de las paredes cuelgan jirones de tela donde
antes lucían cortinas, se puede sentir tanta humedad dentro como fuera de la
casa aunque la tormenta amaina. Ya es la hora, va de una ventana a otra hasta
que la ve y sigue sus pasos con atención; envuelta en un impermeable, la chica
pasea su nostalgia acompañada del perro por los alrededores de la vieja casona.
