scribo esta carta volcando las ideas que me surgen sobre la marcha. Creo que es el momento idóneo, pues llevo un rato analizando mi comportamiento, y es que me persigue la misma idea una y otra vez; mientras me enjabono en la ducha, también cuando me acuesto pienso en cómo sería, y por la mañana, tarde o temprano, la idea vuelve a mí ronroneando como un gato. El otro día en el inodoro me puse a abocetar un plano, allí nadie te ve, es un lugar íntimo, el mejor para que no piensen que estás loco cuando hacemos cosas poco lógicas. Ja, ja, ja, ja, bromas aparte, creo que las cosas importantes debemos tenerlas muy estudiadas, para luego evitar desilusiones para con nosotros mismos.
En resumen, llevo un año meditando en los ratos libres, buscando y trabajando en el mejor diseño. A raíz de esto, a menudo me descubro mientras conduzco hacia el trabajo o a otros quehaceres, buscando parcelas donde fabricar la casa de nuestros sueños. Hablo en plural, porque ella también la sueña. Y como hoy, busco solares medianamente grandes en un lugar soleado que nos permita ver las montañas. Parcelas que nunca podremos comprar, pero de momento, no han conseguido ponerle precio a lo soñado y sigue siendo gratis; así que conduzco tranquilo por carreteras casi desiertas un domingo temprano. Tras la reflexión, no se resiente mi ánimo en mi absurda tarea, todo lo contrario, me hace sonreír, me relaja y sigo paseando buscando la ubicación perfecta hasta que sea la hora de recogerla.
Y es que tengo una teoría para ser feliz: Soñar. Creo que el hecho de desear es lo que en la vida nos mantiene despiertos, alegres y alerta. Cuando deseamos algo, cuando lo soñamos, tejemos un hilo conductor, fino como el de tela de araña que va desde nuestros anhelos hasta nuestros pasos. Los años pasan, pero seguimos intentando que el hilo no se rompa para no apartarnos del camino ideado. Luego la vida te vapulea a un lado y a otro, y cambias de sueños o tras la sacudida, retomas el mismo camino.
Como cada año, en cuanto puedo reservar la cantidad necesaria para comprar la suerte empaquetada, me lanzo a por ella, soy probablemente de los primeros en buscarla, sin desánimo, cuando aún nadie piensa en ella porque andan librándose del malestar que les produjo no obtenerla, la última vez que lo intentaron. No me gusta elegir número. Creo que eso lo da el destino, nosotros sólo debemos dar ese paso necesario hacia la fortuna, y luego esperar convencidos de que la vida nos va a beneficiar de una vez.
Cada año la espero con la misma ilusión, cada año confiado, cada año con los dedos cruzados, cerrando los ojos y aguantando la respiración con cada número cuando lo escucho por la radio, con el firme propósito de que el hecho de desearlo fehacientemente nos otorgará el premio. El dinero no da la felicidad, pero para qué vamos a engañarnos, puede ayudar a encontrarla o al menos rebajar la amargura y las penas, aunque lo que a mí me hace feliz, es vivir este sueño. Por otro lado y siendo realista, creo que podría afirmar que el próximo año por estas fechas, nada habrá cambiado y podría volver a escribir esta carta, o quizá no, quién lo sabe. Soñar sigue siendo gratis.
Termino con un brindis húngaro del libro "La importancia de las cosas" de Marta Rivera de la Cruz: "Les deseo lo mejor en el tiempo por venir. Que el destino llene sus vidas de buenas venturas y la suerte les dé más de lo que ustedes le pidan y tanto como merecen".
Besos para tod@s.
dibufloren