lunes, 4 de marzo de 2019

Mujeres

Qué pena que seguimos necesitando de un mes o de un día para que se nos tenga algo más en cuenta, para hacer bulla y sobresalir un poco; para reivindicar en pleno siglo XXI el respeto y la igualdad entre los géneros; para que las labores hogareñas se compartan, igual que el cuidado de los hijos, de los mayores y de los discapacitados; para que no se nos mire como a muñecas o se nos trate como a un trozo de carne. Sé que las cosas van cambiando, pero algunas lo hacen tan despacio, y la lista es tan larga...


Para dar comienzo a la ceremonia, junto al gran círculo marcado con piedras colocan plantas aromáticas y alguna antorcha. Y todas se van sentando alrededor del chisporroteo y cálido susurro de las llamas que brilla en el centro.

La más vieja de las mujeres trae consigo una vasija rechoncha y de boca ancha con agua. Va dando la vuelta alrededor del grupo, y cada una va dejando caer con un suave chop, algún objeto que la representa.
El ambiente es relajado y afectuoso. Las más jóvenes, casi niñas, ríen nerviosas con las manos cubriendo la boca por respeto. Cuando el recipiente carga consigo todos los objetos, la anciana satisfecha se sienta.

Una de las jóvenes revuelve el cuenco y extrae sin mirar un objeto y lo muestra. Entonces, la propietaria del pequeño elemento se pone en pie el tiempo necesario para intercambiar una mirada escrutadora con la anciana, que sin más preámbulos empieza a hablar. -Tú recibes el poema, ésta historia será tu reflejo emocional, del que luego charlaremos-.
Y tras una breve pausa en la que con los ojos cerrados sus manos estudian la forma del objeto, comienza a narrar, envuelta por los sonidos de la noche y el calor de la hoguera.

El sol atraviesa las piedras
que se parten como trozos de pan,
y cuando la tarde avanza,
el calor acumulado emana del suelo
como un don, febril y soporífero.

El viento empuja la furia de los hombres
hasta que el odio se apaga
y la arena, frotando,
pule las asperezas del camino.

El agua, escasa y valiosa en nuestro entorno,
juega a deslizarse caprichosa entre los dedos,
y a ocultarse en el interior de las plantas
o del suelo para dar vida.

Y la luna por su parte, redonda y grande,
muestra su pálida frialdad entre las estrellas.
Así nos guía, nos vela, nos enseña y custodia,
pero además, también nos arrulla y adormece.


Tras un breve silencio, comienza la charla donde se habla del objeto y el poema, de las preocupaciones y del sosiego, del trabajo diario y de cómo sobrellevarlo. Y avanzada la noche, cada una recoge su objeto del cuenco y se va retirando en paz y plena, tras compartir vivencias y planear futuros.

En Argelia, la tradición oral femenina se llama “boqala o buqala” (cuenco de barro), son poemas cortos dentro de un repertorio extenso creado por mujeres, que se recitan de memoria o improvisan en árabe argelino y a la destinataria del poema se le atribuye su significado. El rito se repite cuando la noche es especialmente hermosa, la luna luce más enigmática, hay un nuevo miembro entre las familias, o simplemente, alguien lo solicita. Cualquier pretexto es bueno para sentarse alrededor de un fuego a escuchar cuentos o poemas. El que aquí aparece está inspirado en esta costumbre.