Siendo adulto, sentirse como un niño
es casi una tarea imposible. Recuperar la inocencia, el candor,
la sencillez y la ausencia de picardía requieren un gran esfuerzo,
pues compiten en muestro interior con la sabiduría que te aporta la
vida, pero vale la pena intentarlo ya que nos rejuvenece y oxigena. Sólo aquellos que olvidan las estrategias aprendidas, logran sentirse
inocentes y viven el día y la noche con ojos nuevos que descubren a
cada instante un mundo desconocido.
Y allá va adelante, agudo y rápido
entre las estrellas. Con las manos agarra una ancha nebulosa que enreda como si fuera una cinta, ru, ru, grita feliz, ru, ru, ru,
mientras hace ondas con ella y la desliza suave como una cometa entre
los planetas.
Ru, ru, ru, de pronto el cohete aterriza en una loma
pelada, brrr, brrr, brrr, donde sólo vive un tupido zarzal.
-¡Pero si son caramelos!-exclama el niño-.
-Cuidado -le dice el zarzal- si te
acercas durante el día a coger mis dulces frutos, te arañaré
profundamente con mis espinas, pues mis púas sólo desaparecen
cuando la noche avanza y la luna pasea.
Veo la luna, así que es de noche y
esto debe ser un sueño -piensa el niño que es muy listo-. Cogeré
muchos caramelos y cuando despierte, aparecerán junto a mi almohada.
Y allá va de nuevo, sintiéndose cohete que despega, brrr, brrr,
brrr, con un puñado de caramelos entre sus manos.
Pero cuando el niño se despierta, en
la cama no hay rastro de nada, así que después de buscarlos un
rato, le cuenta decepcionado la historia a su madre -Si los caramelos
aparecieron en un sueño, -le dice su mamá- al despertarte se habrán
vuelto invisibles, pero estoy segura de que si ésta noche te
duermes, sin hacerte el remolón cuando te mande a la cama, mañana
aparecerá uno que te puedas comer bajo tu almohada. Y dicho esto, le
picó un ojo y dándose media vuelta, dejó al niño sonriendo y
planeando nuevos saltos, pom, pom, pom, que le llevarán con toda seguridad hacia otra
galaxia.