Ejercer la maldad de manera
espontánea es por desgracia más común de lo que pensamos,
sobretodo en la etapa entre la niñez y la adolescencia, cuando aún
no sopesamos el alcance de nuestros actos. Además, entre nosotros
también conviven seres completamente malvados, faltos de toda bondad
y con una ausencia de moral tal que desencadenan acciones
destructivas y terribles, reflejo de una estudiada maldad con
mayúsculas.
Así y todo, hay más personas
buenas que inclinan la balanza hacia el bien, que personas malas,
aunque estas últimas a veces hagan mucho daño.
Suena el teléfono
como cada día pasadas las cuatro de la tarde. Lo descuelga y lo
apoya sobre la oreja sin mediar palabra. De fondo, se oye una
voz rasposa e insegura:
-¿Eres tú? Si,
claro, quién si no -comenta y continua hablando sin esperar
respuesta-.
Hemos hablado de
ello tantas veces, que ahora que todo terminó me parece irreal. Tras
el almuerzo, y en cuanto todos se fueron a descansar me puse con el
plan convenido -hace una pausa, pero como al otro lado del teléfono
siguen sin hablar, continua con el monólogo-.
Todo fue muy fácil,
lo atrapé sin dificultad ni jaleo, le dí un golpe certero y luego
con paciencia lo limpié de piel y vísceras, a continuación lo
aplasté sobre la tabla para que los huesos adoptaran la mejor
posición. Golpeé un poco con el mazo y lo troceé con ayuda del
machete. Eliminé la cabeza y el rabo, que afean al servir y preparé
la salsa para macerarlo con un poco de aceite, perejil, ajos, sal,
romero y un toque de pimienta. Estoy seguro de que mañana se
chuparán los dedos. A continuación, lo guardé en un recipiente
cerrado en la nevera, lejos de ojos cotillas y fisgones. Después
salí a tirar los desperdicios al contenedor que está en la otra
calle para dejar todo impoluto, como debe ser. Dentro de un rato
pasará el camión y se llevará la pestilencia a otra parte.
Fue entonces cuando
me senté a tomar un merecido té con menta, que refresca mi
espíritu frente al calor espeso de la tarde, como hago siempre antes
de llamarte, mientras el repetitivo canto de la cigarra mantiene a
todos hipnotizados en la modorra de la siesta.
Al otro lado de la
línea, una sonrisa maliciosa descubre unos dientes amarillos y
torcidos. Suelta una carcajada y cuelga.
Nadie sospechará
nada, y cuando se vengan a dar cuenta, si es que lo hacen, se habrán
comido arropado de un buen adobo, al insoportable perrito del
vecino.
En esta ocasión, las ilustraciones las realicé digitalmente.
ResponderEliminarEspero sorprenderles, y aprovecho para desearles un feliz verano.
ja ja ja que bueno (como se nota que no son de mi devoción los perros). Dicen que los chinos se los comen no? pues hala
ResponderEliminarPor cierto, que a mí a veces me despiertan los gallos. Y una vez despierta ya me cuesta dormirme. Si me dejas al protagonista de tu cuento quizá lo podemos arreglar Qué me dices?
Gracias Floren y BESOSSSS
Jajajajaja, Adela, me estás dando miedo. La verdad es que me iba a decantar por un gato, porque he oído alguna vez cosas parecidas con ellos en el plato.
EliminarYa sabes que a mi sí que me gustan mucho los perros, pero la maldad es la maldad, jejeje.
Besosss