Muchas veces sólo oímos lo que queremos escuchar,
creemos en aquello que queremos creer, y nos auto engañamos para no sufrir o
sufrir más, o para no reír o reír más.
Reenvié un mensaje a
través de un grupo de whatsApp, que hablaba de una alineación de astros, que se
producía cada cuatrocientos veinte años, y que provocaba que desde la tierra se
viera la luna de color verde. Al momento me contestaron varios componentes
extrañados y sorprendidos y a lo largo de las horas siguientes prácticamente se
había pronunciado el resto del grupo. Este hecho rara vez me sucede, y es que
las noticias que hacen referencia a la luna nos llaman mucho la atención, pues
tiene un halo especial que nos embruja y atrapa, y aunque más tarde verifiqué
que la noticia era un bulo y que tal acontecimiento no se iba a producir, les
aseguro que yo estuve allí y la vi, y nadie podrá convencerme de lo contrario.
Esa noche soñé con ella. El suelo arenoso con chispitas reflectantes se transforma a intervalos en una vegetación exuberante verde limón que me encandila mientras camino. Al fijarme en las extrañas hojas redondas unas y estrelladas las otras, descubrí pequeñas flores que se iban abriendo de golpe, como si explosionaran y de las que surgían pequeños seres translúcidos que inmediatamente se afanaban en recoger los brillantes granos de arena para almacenarlos como frutos colgantes en las bocas de los cráteres que tanto abundan en la luna. Más adelante comprendí que era algo así como el alimento de las estrellas de nuestra galaxia. Cada aproximadamente medio siglo, la luna entra en floración, volviéndose desde la distancia de color verde. Es cuando los pequeños seres translúcidos recolectan los luminosos granos que permitirán continuar con el mágico cometido de dar luz y color a las estrellas durante por lo menos otros quinientos años. Me resultó una imagen insólita y maravillosa que atesoraré en el corazón para siempre y que por eso comparto.