viernes, 4 de septiembre de 2020

¡Perdona!

A veces son otros los que me comentan, mira esto qué curioso, se podría escribir toda  una historia… y es que nos encontramos por el camino con cosas increíbles, a las que si les prestamos la debida atención nos darán mucho en qué pensar. A mi me divierte, es como cuando bajas el volumen de la tele, y hablas toda una serie de disparates en lugar del que gesticula en la pantalla. Y es que “realidades" hay muchas, todas las que queramos plantearnos y de esta forma surge este cuento, tras tropezarnos con un “Perdona!”.

Sin novedades, ni acontecimientos que valiera la pena mencionar, el pueblo desfallecía aburrido, como languidecen las plantas que no riegas, pues todos sabían sobre todos y conocían sus males y sus bienes, de manera que el tedio se sumaba al cansancio de la labor diaria. Los vecinos sólo charlaban de los temas habituales, el tiempo, los dolores que aquejaban a los mayores o lo que iban a cocinar al día siguiente, y así una semana tras otra, hasta que un día por la mañana, amaneció una pintada sobre uno de los muretes de la plaza que hacían las veces de banco, con la palabra: ¡Perdona!.

Todos se preguntaban quién se había atrevido y a qué se debía la disculpa. No habían llegado forasteros, de manera que se animaron a especular y a inventar posibles ofensas, aunque no terminaban de entender por qué usaban ese método tan público.

A propagar la noticia contribuyeron el cartero y el panadero que comentaron el suceso en otros pueblos cercanos, y hasta tal punto llegaron los cuchicheos, que el siguiente paso fueron las apuestas sobre quién había sido, cuándo confesaría el autor de la pintada, por qué lo había hecho, por qué había escrito en ese banco en concreto, y estando así las cosas se apostó de todo, boliches (canicas), útiles de labranza y de cocina, un cesto con simientes, un saco con la futura cosecha, pero nada de esto dio resultado, nadie lograba descubrir ni alentar a quien lo había pintado, a confesar cuál era el motivo. El ambiente se fue caldeando y alguno incluso ofreció un pequeño terreno, aunque bien es verdad que era un pedregal donde no crecían ni las malas hierbas, pero los labios del autor de las disculpas seguían en silencio. Hubo quien hizo guardia escondido tras las cortinas de alguna ventana, por si alguien rondaba la pintada o se escuchaba alguna conversación clandestina, pero tampoco hubo suerte...

Y se fue gestando una extraña sensación. Todo el que pasaba junto al murete de la plaza no podía evitar echar una mirada y sentir alivio, como si la palabra la hubiesen escrito para él o para ella. De manera, que continuaba su camino con una sonrisa en los labios, de esta forma pasaron unas semanas hasta que como ocurre con todo lo que se convive a diario, prácticamente nadie le prestaba atención al banco que con la pintura ya ajada, había dejado de ser una novedad, hasta que otro día, que cambiaría el curso de los acontecimientos, amaneció en otro murete la frase que rezaba: Estás perdonado.

En esta ocasión no se especuló sobre ella, sino que la pintada cayó como un bálsamo curativo en la comunidad, como se anhela un baño caliente al final de un duro día de trabajo, o que de verdad te perdonen cuando has metido la pata, en definitiva, como si todos necesitaran ese perdón. Y desde entonces, nadie espía tras las cortinas, ni hace apuestas estrambóticas, a nadie le preocupa quién fue el autor de la primera pintada, ni de la siguiente, porque han llegado a la conclusión de que eso no importa. Ahora ellos son los grafiteros y eligen dónde y qué aparecerá sobre los muros de su pueblo. El cosquilleo, el anhelo y la esperanza llenan el espacio que transcurre hasta que una nueva frase o mural, nace sobre cualquier pared en el lugar.

Las animadas tertulias continúan cada día, la gente ha pintado puertas y persianas, ha puesto flores en las ventanas, ha mejorado los caminos... Y se ha producido el milagro, ahora a la aldea llegan curiosos con nuevas costumbres y novedades, y también se han instalado nuevos vecinos, atraídos por el encanto de un hogar tranquilo y con el alma repleta de ilusión y colores.