De pequeña, el lenguaje escrito no era mi fuerte, ni las matemáticas, ni otros muchos temas serios, pues mi cabecita siempre andaba entretenida entre garabatos y colores, o leyendo aventuras de súper héroes o de viajes a otros mundos; no lo podía evitar, por lo que no era una alumna brillante, sino más bien del montón tirando a mala. Fue en la adolescencia cuando comprendí que necesitaba de otros lenguajes para expresar mejor lo que llevaba dentro y entonces, las ansias por aprender me transformaron en una jovencita algo más aplicada, y sin darme cuenta, el significado y sentir de las palabras me cautivó, atesorando su mundo mágico. En este texto incluyo unas cuantas del dialecto canario porque siento que tienen una musicalidad diferente y porque creo que es importante mantenerlas vivas.
Un día me enamoré
de las palabras, las hay hermosas, como amor, que según la
pronuncias te llena la boca de corazones; o abrazo, que es regordeta
y se cierra sobre ti oliendo a brisa fresca, y es que las palabras
tienen escondida un alma dentro, un alma pequeñita que aletea como
un abejorro inquieto sobre una flor. Palabras como chuchanga
(caracol), folelé (libélula) o sarantontón (mariquita) bailan en
nuestros oídos la danza de la niñez, del corre que te pillo, del
bote lleno de renacuajos, de las tardes de verano en bicicleta, y de
las olas sobre diminutos pies descalzos que se aceleran sobre la
arena. Mamá, papá, tata o tío, arropan, dulcifican y sosiegan el
ánimo caminito hacia la esperanza y nos llenan de fortaleza.
Además
están las dulces, como hojaldre, crema, chocolate y pachanga
(bollo relleno de crema), ellas me
envuelven en el aroma casero de las galletas o de la tarta al horno;
cotufa
(palomita de Maíz) con su olor
inimitable a tardes frente al televisor, o cartucho
(bolsa de papel) que
te calienta y envuelve en castañas asadas.
Hay palabras con
matices como pincel y acuarela, que burbujean alrededor del papel; y
creyón (lápiz de color), canelo (marrón), encarnado o rebujato
(garabato), que aportan terciopelo e infinidad de sensaciones
multicolor añejas y nuevas.
También hay palabras inciertas, como enfermedad, que va de la mano de paciente; inyección, que te empuja a salir corriendo porque pincha; viaje, que va acompañada de maleta y aventura; y guagua (autobús), que nos lleva por la carretera entre playa y montaña haciendo mil paradas. Fule (chungo), rillar (dar grima), o arritranco (trasto), son palabras que saltan desde tu paladar a la lengua como las pastillas pica pica y las sueltas sin apenas tener conciencia porque están para eso.
Luego están las
palabras oscuras, que hacen daño y que a menudo se sienten como un
hematoma enorme e hinchado, como asesino, que es fría y calculadora;
violación, que arrastra impotencia y ultraje; puñal, que es afilada
y punzante. Tifor (ladrón), babieca (bobo), cuerada (azotaina),
farfullero (tramposo), nos arrojan hacia el abismo oscuro de los
malos ratos, las peleas, los tirones de bolso y los abusos.
Hay
algunas como muerte, dolor o pesadilla, que hieren hondamente, de
forma silenciosa, hurgando hasta que te quitan el sueño. Virus y
contagio, son como el fondo marino cuando está turbio y tenebroso,
te erizan el pelo y llenan de miedos porque se mueven en el
inframundo...
Pero también están las que nos llenan el espíritu como esperanza, fuerza, investigación, libro, canción o aplauso y con ellas termino esta reflexión.
Pero también están las que nos llenan el espíritu como esperanza, fuerza, investigación, libro, canción o aplauso y con ellas termino esta reflexión.
Nuestro lenguaje es riquísimo porque
son muchas las palabras que lo definen e infinidad los matices que le
dan color ¿Qué haríamos sin ellas? Es un placer paladearlas,
saborear lo que expresan y lo que te hacen sentir. Seguro que a ti te
pasa lo mismo. ¿A que sí?.