sábado, 4 de mayo de 2019

Amarillo

A mi querida amiga Isabel García Estrada, supongo que donde quiera que estés, seguirás rellenando cuadernillos.

Tras asistir estupefacta a la lectura del testamento, le hicieron entrega de unas cajas repletas de carpetas y libretas, todas etiquetadas por temas y fechadas a partir de 1900. No entendía nada. Era huérfana desde los diez años y creía no tener familia.

En casa, enfrascada entre la documentación, pensó que en el más allá alguien sabía de sus inquietudes. Todos la envidiaban por ese extraño color de ojos, una rareza que en pleno siglo XXI le había abierto tantas puertas en el mundo de la imagen y que se mantenía en sus genes, ahora lo sabía, desde hacía al menos cien años, por eso leyó todo lo referente a aquella historia con avidez y más tarde, la escribió por el mero hecho de hacer justicia.

<<Las pocas veces que se animó a mezclarse con la gente tuvo malas experiencias. Cuando entraba en algún lugar concurrido, más temprano que tarde, en cuanto la gente sentía su amarillenta mirada se hacía el silencio a su alrededor y todos la observaban con desagrado. También en momentos que recordaba con amargura recibió golpes, escupitajos, insultos y murmuraciones dañinas pronunciadas lo suficientemente alto como para que llegaran a sus oídos con la intención de hacerle daño. Era el tributo a pagar por destacar entre los simples de espíritu.
Lo peor llegó cuando la arrinconaron en un callejón y aunque intentó oponerse con todas sus fuerzas, nada pudo hacer contra sus atacantes, de manera que aterrorizada, cerró los ojos con fuerza y no los volvió a abrir hasta que el ultraje terminó y sus cobardes agresores al amparo de las sombras se marcharon.

Al cabo de un tiempo sospechó que estaba embarazada, y un par de semanas después lo supo con certeza. Al principio pensó en desprenderse del feto, creía saber cómo hacerlo, pero nunca se atrevió. Amaba demasiado su propia vida como para perderla en el intento, de manera que mientras pasaban los meses, resignada, se preparó para el evento.

Llegado el momento, soportó aquellos dolores espantosos que se prolongaron durante un día y una noche, pensando en un intento por distraer la mente entre contracción y contracción, que nunca conoció a su padre, como le pasaría al ser que luchaba por salir de sus entrañas, y que su madre fue una buena mujer, sabia, lista y que le donó todo su conocimiento, junto a una casa con huerto y algo de dinero ahorrado que conseguía con remedios de hierbas que ella misma cultivaba.
Sintiendo la soledad hondamente y extenuada, por fin dió un último empujón deseando que la criatura que traía a este mundo no tuviera su mismo color de ojos.

Pero la pequeña, porque era de su mismo género, en cuanto pudo abrir los ojos mostró un iris donde predominaba el amarillo y ella entre sollozos, con la misma ternura que recibió de su progenitora, quedó rendida y hechizada para siempre de aquel ser indefenso y maravilloso.
En cuanto la niña creció lo suficiente la envió a estudiar fuera de aquel pueblo rudo y cargado de prejuicios. La visitó hasta que creció lo suficiente para entender que lo mejor era que viviera su vida alejada de su madre y su duro entorno.

El vivir aislada la llevó a escribir, primero contando su historia, y más tarde cuentos y poemas.
Murió sola a finales de los años cincuenta. La encontró el repartidor del supermercado que le llevaba la compra cada semana. Estaba acostada en su cama con su perro preferido velándola a sus pies. En el suelo, tongas de cuadernillos se amontonaban por doquier y sobre la mesa una carta con su última voluntad, en la que pedía que sus bienes fueran entregados al primer descendiente de su hija.
Y como suele ocurrir, tras la publicación póstuma de sus poemas, el pueblo que la había brutalmente rechazado, le erigió una estatua nombrándola hija predilecta.>>

Aún la gente corriente como tú o como yo no puede elegir los genes de sus descendientes, decidir si serán rubios o morenos, si tendrán un lunar en la mejilla, si tendrán una tez negra, aceitunada, amarilla , morena o blanca, si serán de estatura baja o alta, ni tantas otras cosas. Sin embargo, nos comportamos en más ocasiones de las debidas, como si nuestros congéneres fuesen cuando menos idiotas por no cumplir con el canon de belleza deseado, o simplemente, por nacer en la orilla equivocada del mar y por eso, merecer el castigo de carecer de derechos, de vivir entre continuas guerras y o morir de hambre.