jueves, 4 de octubre de 2018

Hechicería

Hemos oído muchas veces que el exceso de información es contraproducente, pero también el no disponer de ella. Creo que es importante tener la información que nos interesa para poder consultar sobre lo que nos ocupa y en consecuencia  actuar o resolver. Lo que sí está claro en cualquier caso, es que otros no pueden, ni deben, decidir por tí.

Legna nunca había creído en maleficios, mal de ojo, embrujos, ni hechizos, pero cuando tuvo que hacerse cargo de la cristalería familiar torció la boca en un gesto de disgusto. En el pueblo eran dados a creer en brujería y sortilegios, así que en cuanto empezaron los encargos con espejos, indeciso, buscó a uno de los cinco sabios del lugar para preguntarle qué hacer si se le rompía uno.

Este le dijo que no tirara las piezas rotas, que tendría que reutilizarlas o bien, convertirlas en polvo y lanzarlas al viento. Al principio no le pareció una tarea difícil, pero pronto tuvo una montaña de trozos de espejo, y de artilugios colgantes y extraños que fabricaba con los trozos sobrantes. Siempre le sobraban trocitos, de manera que vivía nervioso y pendiente de triturarlos para convertirlos en polvo. Esto último además era una faena muy laboriosa y encima tenía que buscar el momento para lanzar el polvo al viento. Agotado con tanta labor, decidió preguntar qué hacer con los trozos sobrantes de los espejos, a otro de los sabios.
El segundo sabio le propuso que cada vez que cortara un espejo, cogiera la pieza más grande que sobrara para reflejarla en la luna, -pero tiene que ser la primera luna llena tras la rotura-, le advirtió. Tristemente salió de la entrevista mucho más angustiado de lo que entró.
Continuó sin remedio con el trabajo, pero además ahora pendiente de la luna tras el trajín diario, aprovechando los trozos que sobraban para fabricar otras cosas y moliendo con cuidado el resto de los trocitos para lanzarlos al viento. Aquello no podía seguir así, pues cada vez tenía menos tiempo libre, de forma que se decidió por preguntar a otro de los sabios.


El tercer sabio le comentó que tenía que arrojar sal por detrás del hombro izquierdo, -pero ten en cuenta que has de coger un puñado de sal con la mano derecha y tirarla detrás de tu hombro izquierdo, ni se te ocurra hacerlo sobre el hombro derecho, porque conseguirás justo el efecto contrario, o bien, puedes bañarte en agua con sal y de paso te relajas-. Salió de la entrevista un poco esperanzado, y al día siguiente, siguió con su trabajo, pero con el frasco de sal cerca de la mano derecha para no confundirse al lanzarla sobre el hombro izquierdo, además, siguió haciendo artilugios con el resto de los trocitos de espejo, moliendo en polvo el resto y guardando el trozo más grande para que la luna llena se asomara en él. Pasados unos días se encontraba al borde de la histeria, así que tras realizar todas las tareas de prevención contra los malos augurios, llevó el bote de sal al baño y optó por sumergirse en un baño relajante de agua y sal. La primera semana todo fue de maravilla, pues el baño le relajaba, pero no siempre tenía ganas de un baño, a veces le apetecía un ducha, y por otro lado, las soluciones para prevenir los maleficios se le hacían cada día más pesadas de realizar, así que pensó que podía acercarse a preguntar a otro de los sabios, por si le daba una solución mejor.


El cuarto sabio le aconsejó que consiguiera amuletos de protección: una herradura de caballo, un trebol de cuatro hojas, una pata de conejo, una piedra o gema con energía Feng Shui, una llave...
Salió de la entrevista completamente decepcionado. Aquello no parecía tener fin y cada vez, mantenerse alejado de embrujos se complicaba más. Así y todo, colgó una herradura dentro del establecimiento y se puso una piedra contra el mal de ojo en el bolsillo. La vida continuaba, y él a pesar de los baños de agua y sal se sentía agotadísimo, de manera que decidió dirigirse al último de los sabios por si de casualidad daba con la solución de su problema.

El quinto sabio tras escucharlo le sonrió y le sugirió simplemente, no pensar en maldiciones, pues -si no crees en ellas no te afectarán-. Por fin alguien con sentido común -pensó Legna-. Tenía que haberlo hecho así desde un principio.
Y desde entonces, trabaja relajado en su taller donde continua colgada de la pared una herradura de caballo. Sigue construyendo pequeños móviles con trozos de cristal y espejo pues la gente los compra, y de vez en cuando, para relajarse, se da un baño de agua y sal tras la jornada de trabajo, o se va a enseñarle a la luna llena un trozo de espejo, y no hace nada por miedo a los maleficios, sino porque se ha convertido en una costumbre.