El crepúsculo, ese espacio que
transcurre en la penumbra, cuando el sol apenas asoma o no llega a
esconderse en el horizonte, cuando las pupilas se agrandan buscando
la luz, los sonidos se acentúan, el tiempo parece aletargarse y
sientes que los depredadores acechan esperando su momento. Ese
instante en el que eres consciente de que como un micropunto en el
espacio infinito, formas parte del ciclo eterno de la vida y la
muerte.
Recogen los bártulos tras un día de
playa, de relax, risas y juegos, de chapotear en el agua y de
observar el entorno submarino con las gafas de bucear puestas. La
algarabía de chicos y grandes se va con ellos y la pequeña playa
queda sola, bajo el rumor del mar y el grito ausente de alguna
gaviota que se resiste a abandonar un día de pesca.
Como una melodía hiriente, la brisa
eriza la superficie marina formando minúsculas crestas. El aire
empuja esporas que viajan desde tierra adentro formando espirales
antes de arrastrarse por el suelo y envolverse en la negra arena
volcánica de la playa.
En la profundidad oscura de la charca
que formaron los brazos de lava hace siglos, el pulpo mimetizado con
su entorno, aguarda el movimiento impetuoso y turbio de la marea tras
la llegada de la noche para acechar y saborear con las ventosas los
infelices peces y crustáceos que caen bajo su enredado abrazo y
mortal pico.
El sol se acerca al horizonte y el
balanceo del mar se hace más intenso. La morena de mirada codiciosa
y paciente observa desde su guarida, a la bandada de pequeños peces
que busca en el lecho marino restos de seres muertos o pequeños
cangrejos. Los peces que en su búsqueda se adentran en la cueva
donde habita el pulpo no vuelven a salir. Los cangrejos que son
descubiertos, corren para salvar la vida y se camuflan entre las
algas, otros se quedan inmóviles, completamente aterrados y son
devorados al instante.
El ciclo vital se
paraliza un segundo, cuando de manera inexplicable llueven trozos de
cadáveres, que al momento, son recibidos por todos como maná del
cielo en un loco festín sin tregua. Mientras, en la superficie,
sobre la punzante roca negra, otro depredador prepara en silencio con
manos fuertes y ágiles sus enseres de pesca envuelto en la penumbra
nocturna. El crepúsculo ya está aquí, adentrándose léntamente en
la noche, y la rueda de la muerte y la lucha por la vida sigue su
curso con todo lo trágico y lo hermoso que conlleva, y mañana, sin
tregua alguna, otro crepúsculo dará paso al día.