miércoles, 4 de julio de 2018

Maldad

Ejercer la maldad de manera espontánea es por desgracia más común de lo que pensamos, sobretodo en la etapa entre la niñez y la adolescencia, cuando aún no sopesamos el alcance de nuestros actos. Además, entre nosotros también conviven seres completamente malvados, faltos de toda bondad y con una ausencia de moral tal que desencadenan acciones destructivas y terribles, reflejo de una estudiada maldad con mayúsculas.
Así y todo, hay más personas buenas que inclinan la balanza hacia el bien, que personas malas, aunque estas últimas a veces hagan mucho daño.

Suena el teléfono como cada día pasadas las cuatro de la tarde. Lo descuelga y lo apoya sobre la oreja sin mediar palabra. De fondo, se oye una voz rasposa e insegura:
-¿Eres tú? Si, claro, quién si no -comenta y continua hablando sin esperar respuesta-.


Hemos hablado de ello tantas veces, que ahora que todo terminó me parece irreal. Tras el almuerzo, y en cuanto todos se fueron a descansar me puse con el plan convenido -hace una pausa, pero como al otro lado del teléfono siguen sin hablar, continua con el monólogo-.

Todo fue muy fácil, lo atrapé sin dificultad ni jaleo, le dí un golpe certero y luego con paciencia lo limpié de piel y vísceras, a continuación lo aplasté sobre la tabla para que los huesos adoptaran la mejor posición. Golpeé un poco con el mazo y lo troceé con ayuda del machete. Eliminé la cabeza y el rabo, que afean al servir y preparé la salsa para macerarlo con un poco de aceite, perejil, ajos, sal, romero y un toque de pimienta. Estoy seguro de que mañana se chuparán los dedos. A continuación, lo guardé en un recipiente cerrado en la nevera, lejos de ojos cotillas y fisgones. Después salí a tirar los desperdicios al contenedor que está en la otra calle para dejar todo impoluto, como debe ser. Dentro de un rato pasará el camión y se llevará la pestilencia a otra parte.


Fue entonces cuando me senté a tomar un merecido té con menta, que refresca mi espíritu frente al calor espeso de la tarde, como hago siempre antes de llamarte, mientras el repetitivo canto de la cigarra mantiene a todos hipnotizados en la modorra de la siesta.

Al otro lado de la línea, una sonrisa maliciosa descubre unos dientes amarillos y torcidos. Suelta una carcajada y cuelga.


Nadie sospechará nada, y cuando se vengan a dar cuenta, si es que lo hacen, se habrán comido arropado de un buen adobo, al insoportable perrito del vecino.

3 comentarios:

  1. En esta ocasión, las ilustraciones las realicé digitalmente.

    Espero sorprenderles, y aprovecho para desearles un feliz verano.

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  2. ja ja ja que bueno (como se nota que no son de mi devoción los perros). Dicen que los chinos se los comen no? pues hala

    Por cierto, que a mí a veces me despiertan los gallos. Y una vez despierta ya me cuesta dormirme. Si me dejas al protagonista de tu cuento quizá lo podemos arreglar Qué me dices?
    Gracias Floren y BESOSSSS

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    1. Jajajajaja, Adela, me estás dando miedo. La verdad es que me iba a decantar por un gato, porque he oído alguna vez cosas parecidas con ellos en el plato.
      Ya sabes que a mi sí que me gustan mucho los perros, pero la maldad es la maldad, jejeje.
      Besosss

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