domingo, 4 de marzo de 2018

Cruce de caminos

Somos afortunados porque podemos leer estas líneas, porque vivimos y no sólo sobrevivimos. Por nacer en un país que no está en guerra, donde se ama la vida y se respeta. Somos afortunados porque nuestros niños no trabajan, sino juegan y aprenden, donde no se muere de hambre y tenemos derechos. Somos afortunados porque cuando las cosas no funcionan podemos protestar para que se arreglen y somos afortunados porque no nos resignamos, y sentimos la necesidad de caminar hacia el bienestar aunque a algunos les pese.


Como cada día se puso en el lugar habitual a la espera de vender la mercancía. Al poco rato se acercó un extraño y para su sorpresa le pidió todo lo que vendía, que no era otra cosa más que dátiles y toscas tortas de pan. Por esta vez, los vecinos se quedarían sin nada, -pensó- poco le importaba a ella, estaba cansada, cansada de caminar y cansada de esperar. Llevaba mucho tiempo agotada y lo que sacaba apenas les daba para subsistir. Así que no lo dudó y pensó que por una vez la suerte la bendecía y volvería pronto a casa con la tarea cumplida. Recogíó el tenducho, no sin trabajo porque era pequeña para esa labor y se lo colgó a la espalda emprendiendo el camino de regreso. Cuando llevaba un largo tramo caminado y el pueblo se distinguía a lo lejos, a la orilla del sendero descubrió pasmada una desordenada montaña de tortas de pan, era su pan, se dijo asombrada. No podía creer que esa fría mañana la fortuna le sonriera dos veces. Miró a ambos lados, no había rastro de los dátiles y como siempre el camino estaba desierto. Por segunda vez no se lo pensó, los limpió un poco mientras los guardaba en el hato y con paso lento e ilusionada, marchó de nuevo en dirección a la aldea para revenderlo.


Se quitó el uniforme, se vistió como los lugareños y con prisas se dirigió al cruce de caminos donde aquella niña montaba su tenderete. Le compró todo lo que tenía como estaba previsto y de vuelta a su puesto tiró a un lado del camino las tortas. Nadie le había comentado que tenía que cargar con todo hasta su puesto, además, aquello no se podía aprovechar, era incomible, otra cosa eran los dátiles -pensó -y se metió uno en la boca. El propósito estaba cumplido, evitar que la civil estuviera hoy en ese punto en concreto.


En el sendero, la niña levantó la cabeza y divisó a lo lejos un pequeño convoy de todo terrenos que como una serpiente se contorneaba por la pista de tierra, e intentó acelerar el paso para estar en el cruce a tiempo. Los conocía, al principio le daban miedo porque iban armados, pero nunca había tenido problemas, siempre le compraban algo y seguían su ruta. Suspiró profundamente y tomó aire, pero tras unos pasos rápidos desistió pues las piernas le temblaban por el esfuerzo. Estaba exhausta. Había recorrido casi dos veces el trayecto habitual con peso a su espalda. No coincidirían por muy poco, bueno -pensó- otros pasarán. El cruce era concurrido y por eso se ponía allí.


Las bombas hicieron retumbar el suelo, sonaron tres golpes huecos y luego otros muchos que provocaron que humo y arena quedaran flotando en el ambiente como en una tormenta del desierto. El efecto la lanzó unos metros atrás tirándola de espaldas y el pan volvió a rodar entre las piedras. Permaneció quieta y aturdida largo rato y cuando fue consciente de lo que había pasado siguió tumbada por si se repetían los disparos. Un silencio sordo se fue arrastrando por el suelo como un reptil ligero, acompañado del olor cálido y empalagoso de la carne quemada. Cuando tuvo ánimos, recogió como pudo todos sus enseres, incluído el pan. Se echó el pelo enmarañado y ralo hacia atrás, lo cubrió y se limpió un poco la cara. Los ojos le lloraban irritados y le salía algo pegajoso de las orejas. Lo probó, y supo que le sangraban los oídos, tenía además cortes, rasguños y hematomas en piernas y brazos, pero seguía viva. Llenó los pulmones de aire, le ardían y tosió. Temblorosa recogió los bártulos. Miró hacia el poblado, las manos le escocían, con cuidado las pasó sobre la ropa, y se encaminó cautelosa a la aldea dando un rodeo para evitar el cruce de caminos. Cuando dentro de un rato se les pasara el susto a los vecinos, la curiosidad les haría salir, y a lo mejor seguía sonriéndole el destino.

3 comentarios:

  1. Las ilustraciones las elaboré con retales de tela, lápices de colores, rotulador y un toque digital.

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