domingo, 4 de febrero de 2018

A mamá

Mamá emprendió el 16 de este pasado enero el viaje sin retorno que todos tenemos pendiente. Se hace extraño ese vacío hiriente que ahonda en el corazón, mi cabeza aún se niega a reconocer que ya no la veré más, todavía no asimilo completamente la pérdida e inconscientemente la busco en la casa familiar, o pienso en llamarla por teléfono como cuando estaba bien.

Añoro a mamá, sus tiernas caricias sobre mi cabeza, cómo me miraba a los ojos y envolviéndome en su aroma me abrazaba sentada en su regazo, la recuerdo disponiendo en los jarrones las flores que tanto le gustaban y en la azotea tendiendo con su falda al viento...

Cuando era niña me gustaba observarla mientras elegía la ropa y se vestía, y como todos los niños la admiraba porque era mi madre, pero también porque era elegante, de esas féminas que te hacen volver la cabeza porque da gusto verlas. Me encantaba ponerme sus zapatos y chancletear imaginándome hermosa como ella, envuelta en pañuelos o chales, soñando despierta como sólo los niños saben hacerlo.



Fue una mujer incansable, una persona activa y preocupada por el bienestar ajeno: de su gran familia (hermanos/as, cuñadas/os, sobrinos/as, primos/as), sus hijos, sus nueras, su yerno, sus muchos nietos y bisnietos; siempre con el deseo de que vivieran felices, con un trabajo digno y sin penas, como decía ella que vivió la posguerra en una familia muy numerosa. Cuando fuimos estudiantes, en más de una ocasión nuestros amigos/as pasaron por casa para tomar café o el almuerzo en lo que llamaban con cariño la pensión del mosquito, sabedores de que los invitaba encantada. Y cuando nos emancipamos, le satisfacía preparar comida a diario para un regimiento con la idea de que pasáramos por su cocina tartera en mano, a recoger sus delicias culinarias. Nos llamaba cada día para comprobar que todo iba bien y escuchar nuestra voz porque eso de no tener la casa llena de gente nunca le gustó.

Ocupada en mil detalles de la casa, con cinco hijos, una hermana y su madre viviendo en ella, también tenía tiempo para salir a pasear junto a mi padre, ir al cine, viajar, hacer un poco de ganchillo, echar un ojo a una revista, ir a la peluquería y sobretodo, salir a comer con los amigos una vez a la semana para disfrutar de una buena sobremesa. Además gozaba de las tertulias con sus cuñadas en la tarde noche de casi todos los días, saboreando unas galletas y té con leche en la cocina que era donde mejor se estaba, según sus palabras. En aquellas tardes los primos que éramos muchos, a veces más de diez, jugábamos despreocupados corriendo por la casa con un bocadillo en las manos que nos preparaba mi padre, mientras oíamos de fondo a nuestros progenitores que jugaban a las cartas, contaban chistes o escuchaban las cintas de casete de Pepe Monaga, Gila o Casen, sus humoristas preferidos, mientras picaban algo y lloraban de risa.


También fue una mujer con temperamento, de las de ordeno y mando, para qué nos vamos a engañar, pero con mano izquierda para llevar a buen fin sus propósitos. Supongo que a lo largo de sus noventa y un años se le podrán reprochar muchas cosas como a todo el mundo porque no somos perfectos, pero sé que nunca hizo daño a nadie siendo consciente de ello porque era una buena persona.

Luchó hasta el final pues era de esa condición, tenaz y perseverante. Deseo, porque sé que se lo merece, que haya encontrado al otro lado su idea del paraíso, y junto a sus seres más queridos aguarde la llegada de su gran amor, mi padre.


¡Chapó mami por darnos una vida maravillosa y llenarnos de bondad!.
Te quiero y hasta siempre.