lunes, 4 de septiembre de 2017

Ciudadela



La luz suave y mortecina de una lámpara, donde revolotean mariposillas atraídas por el resplandor, produce reflejos casi dorados con el batir de sus alas. La brisa transporta el canto lejano de los grillos, la noche con su cálido ronroneo casi se adormece camino del alba, y el verano se nos apaga poco a poco, es un momento mágico, ideal para contar cuentos.

Él nació duende y ella hada, dijo sonriendo su madre que era soñadora y creadora de viajes, el día en que me relató ésta historia. –Aunque no es frecuente que esto pase –comentó enseguida su padre que interpretaba de maravilla la música de las estrellas. Cada uno es como es y cumple una misión a través de sus sueños y acto seguido, se puso a tocar uno de sus instrumentos.


Max junto al resto de los duendes se pasaba los días corriendo, saltando y haciendo piruetas entre los arcos y relieves que adornaban el castillo, así los mantenía a punto, limpios, entrelazados y firmes. Sonreía mientras miraba despreocupado y feliz a su hermana Bruna que tranquila, dibujaba hechizos que luego coloreaba, para que el equilibrio protector del castillo siguiera existiendo. Siempre había sido así, desde que fue capaz de sujetar un lápiz y dejó a todos boquiabiertos cuando al apoyarlo sobre el papel, miles de estrellas y haces de luz salieron disparados en todas direcciones.

Todo iba bien hasta que el jefe y señor de la fortaleza, que era caprichoso y egoísta, ordenó un día, por puro aburrimiento, que los duendes dejaran de corretear y aprendieran a lanzar hechizos, que las hadas se espabilaran, saltaran y trotaran por ahí en lugar de dedicarse a tanto encantamiento. Y que todos sus súbditos cambiaran su oficio por el del vecino. Al instante en la fortificación reinó el caos y aquel mismo atardecer la fortaleza de la loma se volvió gris oscuro y todos sus habitantes temerosos y desmemoriados. Una gran neblina se posó al día siguiente sobre el castillo cubriéndolo todo, de manera que la montaña donde estaba situado se convirtió en una gran nube, los viajeros ya no podían encontrarla y en aquel lugar nunca más se volvió a ver el sol, ni la luna, ni las estrellas. El jefe y señor enfermó de melancolía ante tanta oscuridad y desorden, y como no recordaba cómo solucionar el problema ya no levantó más la cabeza de la almohada. Los brujos de alma oscura, que existen en todos los reinos, se hicieron con el poder y la ciudadela vivió una época terrible, de miedo e ignorancia pues nadie sabía qué debía que hacer.


Permaneció durante mucho tiempo como un país olvidado, pero los malos tiempos no duran para siempre, y la casualidad hizo que un día Bruna agotada de tanto correr y saltar, se entretuviera mirando a Max que en ese preciso instante lanzaba el lápiz por los aires, aburrido de tanto dibujar. Bruna lo atrapó y enseguida sintió una descarga de felicidad y del lapicero surgieron astros, estrellas y una preciosa luna que subió hasta el cielo oscuro con ayuda de Max que recordó de pronto uno de los sortilegios que había aprendido de su hermana. Desde entonces, poco a poco todo volvió a la normalidad. A los brujos de alma oscura no les quedó más remedio que irse, incómodos de día con el sol, y el reflejo que ofrece la luna por la noche. El señor y jefe del castillo mejoró y avergonzado, cedió el puesto a otro más competente. Las hadas regresaron a sus quehaceres, pero ahora sin olvidar realizar ejercicio todos los días, y los duendes siguen correteando entre los arcos de la fortaleza y de vez en cuando junto a las hadas, hacen algún divertido encantamiento y aparece una nueva estrella en el firmamento.



1 comentario:

  1. Las ilustraciones están trabajadas con acuarela, lápices de colores, rotulador, y como siempre, un toque digital.

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