Aunque parezca
mentira, tanto cuando disfrutamos de un subidón de los que nos regala la vida, como
cuando padecemos un bajón, el tiempo hará que nuestro mundo se estabilice.
Son las siete menos cuarto de la mañana, está aparcado junto al semáforo en un cruce visible para todos. Así y todo un todo-terreno pasa sin inmutarse mientras el semáforo cambia a rojo. Arranca, lo sigue y adelanta y le hace señas para que se arrime a la derecha todo lo posible. Estamos en una avenida sin lugar para aparcar, de forma que intentará notificar al conductor la infracción siendo rápido y preciso. Se acerca, es una mujer pálida y ojerosa que parece mirar al vacío. Tiene los ojos irritados. En una visual rápida al interior del vehículo descubre instaladas dos sillitas para bebés, pero los niños no van en ellas. Todo parece en orden.
-Buenos días. Acaba usted de
pasar el semáforo mientras se cambiaba a rojo, sabe que eso está penalizado.
–Ella lo mira sin verlo y empieza a llorar. –Señora tranquilícese, no es para
tanto, no se preocupe, sólo es una amonestación verbal. Pero ella cada vez
llora más. Él no sabe qué hacer, es ya un veterano pero estas circunstancias
siempre lo desarman. Le da unas torpes palmaditas sobre el hombro. Mientras, la
calle se va colapsando pues la afluencia de coches va en aumento ya que se
acerca la hora punta. La señora no se calma. Le pide el carne de conducir como
mero trámite y ella empieza a hablar atropelladamente mientras rebusca en el
bolso…-Le cuenta que acaba de salir de una guardia de veinticuatro horas, está agotada y
dentro de un día y medio tiene la siguiente. Intenta hacer las cosas bien,
pero… -llora de nuevo-, tiene un ataque de ansiedad en toda regla, sigue
hablando, -el jefe me echó la bronca antes de salir, los gemelos se han puesto
malos y –llora con respiración entrecortada- la cuidadora que los atiende de
noche se tiene que ir y de ésta manera no puede llevarlos a la guardería, su
pareja está en viaje de negocios y ella necesita dormir…
Mientras, el atasco cada vez es
mayor, los coches más alejados, que no ven al motorista, empiezan a
impacientarse. Levanta la vista, pero su compañero no lo ve porque está también
ocupado en el otro cruce. Se aparta un poco, para darle un poco de espacio, y
se pone resignado a dirigir con mano experta el tráfico, sabe que es cuestión
de tiempo. Parece que la señora, a la que mira de vez en cuando de reojo se va
calmando. Por fin le da el carné, lo comprueba y está en
regla. Le dice serio que tiene que vigilar los indicadores luminosos de los
semáforos, -arquea las cejas y con más delicadeza - le desea que le vaya mejor en el trabajo, los
niños se repongan, su pareja regrese pronto y por fin pueda descansar; ella lo
mira dando hipidos y un tanto avergonzada, jamás le había pasado nada parecido.
Él se encoge de hombros y le indica que siga su camino. El coche se aleja
despacio y por fin la avenida se va desahogando.
Para las ilustraciones empleé acrílicos, rotulador y un toque digital para finalizar.
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