martes, 4 de abril de 2017

Barrancos profundos



Apagó la linterna que empezaba a dar muestras de agotamiento en cuanto llegó al final del pasadizo. Por la gran abertura, como un balcón, podía ver el imponente paisaje de barrancos profundos, picos afilados y un manto verde de tupido bosque lleno de altibajos, como la natilla con grumos que preparaba su madre. Meneó la cabeza, esa vieja nunca supo cocinar. Empezaba a caer la tarde, una luna plateada colgaba ya del cielo como un botón metálico y la humedad se hacía notar. Miró hacia abajo, calculó que estaba a unos doce metros de la base y la pared tenía un ángulo muy pronunciado. Tendría que descolgarse por el terreno agarrándose como un pulpo si no quería deslomarse. 


No tardó más de ocho minutos en llegar al fondo. El descenso le resultó mucho más fácil de lo que pensaba, aunque estaba sudando y la camiseta se le pegaba a la piel. Le pareció oír un ruido y se puso tenso a escuchar por si le seguía alguien mientras observaba el agujero por donde había salido, aunque era absurdo, a nadie se le había ocurrido ir por allí. Se estaba poniendo paranoico pues no se oía nada salvo el canto de los pájaros y el susurro de los árboles. Aún jadeaba por el esfuerzo, no era ningún atleta, más bien estaba fondón y como todo iba bien, se daría un respiro. Abrió la mochila y comprobó que la copa Ática seguía allí, junto a las flores azules y las semillas de adormidera. Frotó las manos sudorosas contra los vaqueros y la tomó entre sus manos para observarla mejor. Un cortejo bullicioso, acompañado de músicos, componían la cenefa principal escoltada por otras de formas geométricas. Se encogió de hombros, ni siquiera le gustaba.


Según caía la luz el murmullo del bosque se iba apagando. Más relajado, guardó la copa en la mochila y se preparó para partir. Miró hacia los espesos matorrales y agradeció que en aquel lugar no habitaran serpientes. Al instante sintió un escalofrío que desde la nuca le bajó por la espalda. Se estremeció e instintivamente sacudió los brazos. Sentía verdadera animadversión por esos bichos. Buscó visualmente un lugar por donde penetrar aquel laberinto de ramas y hojas. Con sorpresa advirtió que podía escuchar vagamente música, sonaba una canción lenta. El campamento estaba cerca. Observó el esquema que guardaba en el bolsillo, parecía un mapa del tesoro dibujado por un niño. Los grandes jefes eran idiotas, una gincana para crear lazos. A quién se le ocurre. Él lo resolvió rápido y se saltó todos los pasos que pudo. Gilipollas, siguiendo todas las normas. Llegaría el primero, con la dichosa copa de plástico y las demás mierdas. No creía en ese afecto que predicaban y seguiría marcando distancias. 


Encaminó sus pasos hacia el origen de la música. Ya distinguía a intervalos las luces entre el follaje. Un ruido a su espalda le paralizó, escuchó atento, pero ya no lo oía. ¿Se estarían acercando los otros? Se había relajado mucho, tenía que aligerar el paso o perdería la oportunidad de restregarles a todos por la cara su victoria.  Avanzó un buen trecho muy rápido aunque se llevó unos cuantos arañazos, ya estaba muy cerca, distinguía los colores del campamento. La humedad iba en aumento y él estaba empapado en sudor. El terreno se inclinaba y con las prisas, no observó el enorme desnivel que se abría a su derecha, con una caída de más de cincuenta metros. Resbaló en el musgo y fue dando tumbos ladera abajo hasta que quedó enganchado a un árbol que lo sujetó ante el vacío, pero él ya no pudo verlo.

A veces uno se enemista con el personaje que acaba de crear y decide ponerle la zancadilla, sin que existan pautas preestablecidas en el argumento, y sólo por fastidiar. Es el caso del protagonista de este texto en el que tenía muy claro cómo empezar, pero no la conclusión, que descubrí para mi asombro a medida que avanzaba, como un deseo profundo de castigo hacia un personaje que no respetaba a su madre y siempre se cree más listo que nadie. Va dedicado a tod@s aquellos que por un motivo o por otro, no valoran al prójimo.

3 comentarios:

  1. Para las ilustraciones empleé acrílicos y lápices y rotuladores acuarelables, además de un pequeño toque digital.

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  2. Los malos que acaban mal nos gustan verdad? Pensamos que a los que se creen superiores su merecido les tiene que llegar antes o después por menospreciar al resto, como se ve en las películas, sin embargo, fuera del cine no sé yo….
    Como esta gente existe aparece en nuestra vida y en tu cuento. Y yo por si acaso no le llega ese merecido al que encuentro tampoco lo valoro, porque soy mmmmala mmmmalísima jajaja

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    1. Es cierto que nuestro sentimiento ante la gente que vive avasallando, es el de que tarde o temprano les llegue su merecido porque necesitamos justicia para sentirnos cómodos; por eso nos gustan las pelis o las historias en las que triunfa el bien sobre el mal. De todas formas, la mayoría de las personas que nos rodean, son buena gente y sólo unos pocos destacan por ir poniendo la zancadilla para salirse siempre con la suya, lo que pasa, es que suelen hacer mucho ruido, aunque a veces, sea un ruido silencioso. Besosss

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