miércoles, 4 de enero de 2017

La caja de los recibos




Cuando nací, mis abuelos ya no estaban entre nosotros. Sólo tuve la suerte de conocer a una de mis abuelas y tan sólo recuerdo vagamente que me gustaba abrazarla. Casi todo el mundo en la niñez ha disfrutado de la compañía de alguien bueno y cariñoso al que admirar y querer. Esos sentimientos quedan atesorados en lo más hondo de nuestro ser y de vez en cuando afloran y los revivimos.  


Entro como un torbellino en el salón, al fondo, junto a la ventana y bajo el tibio sol, el abuelo sentado frente a la caja de los recibos, me hace señas con la mano para que me acerque. En la mesita hay una copita de jerez, queso, jamón y pan. –Abuelo ¿no tienes frío?, está lloviendo. ¿Quieres una mantita sobre las rodillas?, –Me toca con cariño sobre la cabeza con su mano temblona y me dice serio –El día que necesite esa manta no anda lejos, pero aún no me hace falta, –no entiendo bien lo que me quiere decir, yo me abrigo cuando tengo frío, así que me encojo de hombros y le sonrío.


Siempre, después de Reyes, repetimos la misma tarea. Revisamos los gastos haciendo montoncitos mientras el abuelo picotea y da pequeños sorbitos al jerez. Aún no sé clasificarlos, así que hago los montoncitos donde me indica. Ordenamos los resguardos, los que están pagados pero hay que guardarlos porque según sus palabras, nunca se sabe si tendremos que rescatarlos y los que podemos tirar definitivamente al contenedor de papel. Luego están los pagos aplazados como la hipoteca, la nevera nueva… y seguimos enfrascados entre papeles hasta la hora de comer.


Me gusta entrar corriendo y saltando en casa del abuelo e ir derecho al almanaque para arrancar la portada y que aparezca enero. Han pasado un par de años y hoy me he encontrado al abuelo dormitando en el sillón. Corro a su encuentro, le abrazo y le beso, y él sonríe con los ojos aún cerrados y me abraza también.

–¿Ordenamos los recibos? –Le pregunto –Ah, sí, las papeletas –me dice sin mucho ánimo, y se incorpora un poco. –Alcánzame la caja. Me fijo en sus manos de dedos largos y huesudos. Están llenas de manchitas y se le marcan las venas. Empezamos con el papeleo pero está distraído. Mamá se acerca, le pone una mantita sobre las rodillas y en la mesita un té con leche y dos pastillas. El abuelo no protesta ni dice nada, así que pienso que el tiempo de la mantita ya llegó, aunque hoy no hace mucho frío, tampoco sabía que le gustara ahora más el té con leche que el jerez, imagino que será cosa de mayores. Me da unas palmaditas como siempre sobre la cabeza y su mirada se pierde tras la ventana durante un ratito, luego me sonríe, da un sorbito al té, se toma las pastillas y me dice frotándose las manos. –Princesa, vamos a por esos recibos–, y yo no puedo evitar una gran sonrisa.

3 comentarios:

  1. Las ilustraciones las realicé con acrílicos, rotulador y lápices grasos, más el toque digital que le hago siempre.

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  2. Sí, alguna vez conoces a alguien de buen corazón cariñoso y desinteresado, y te dan ganas de abrazarlo como si fuera tu abuela o abuelo. En esos casos atención, en guardia, cuídalo Y no lo dejes escapar, que escasean. Jajajaja

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    1. No siempre es fácil encontrar un alma que achuchar como bien dices, pero en ocasiones la tenemos delante y no nos atrevemos a hacerlo. Dar y recibir abrazos resulta una de las sensaciones más agradables que existen. Estoy segura de que este mundo funcionaría mejor si la gente se abrazara más. Besitosss

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