martes, 4 de octubre de 2016

Pepe el rápido



Observarnos en el espejo es importante, necesitamos reconocer esa imagen que nos devuelve la mirada pues nos muestra quiénes somos, ahondar en la profundidad de esos ojos, descubrirnos y guiarnos por lo que nos dicta el alma, pues de lo contrario, viviremos ignorantes y ajenos a la verdad. 

Esta es la historia de Pepe, un camaleón que como tantos otros sale sin ayuda de su huevo y se enfrenta sólo al mundo. 

Lleva una tarde muy aburrida observando a los animales de su entorno, no hay ninguno que se le parezca y sigue sin saber quién es. El día va cayendo y transcurre desgraciadamente sin cambios. Así que tras cavilar durante un rato y con sorpresa oír rugir a su estómago, decide cambiarse de zona a la espera de que su circunstancia mejore. Tiene hambre y su instinto le dice que debe cazar. En su peregrinaje, por primera vez es consciente de que es como un caracol, espeso y lento en el andar. 

El calor duro y árido cae como una losa sobre su espalda, aunque el escondite elegido es casi perfecto pues está sobre una gruesa rama de árbol medio en sombra. Así y todo el sofoco se va adentrando en su cuerpo y tiene la sensación de que se le va a freír el cerebro, le duele hasta respirar, pero allí sigue impertérrito esperando una presa. No sabe qué será, nadie le dijo qué es lo que come, pero por alguna razón es capaz de reconocer a los pocos animales que ha visto. Cuando lo tenga delante sabrá si es su captura, sólo es consciente de que la perseverancia es importante.


De pronto escucha un levísimo susurro entre la hojarasca seca y sus ojos giran sin mover apenas los párpados. –Una serpiente, mmm… Mientras no se acerque  no hay problema, –y sigue quieto como una estatua. La mira por el rabillo del ojo, no se fía, se acerca, no, parece que lo ha pensado mejor y se va. Mejor, yo quieto aquí que tarde o temprano tendré mi oportunidad.

Uf, ahora una humana con un artefacto pegado al ojo, como si no hubiera lugares más espectaculares que su rama para observar. Menos mal, también se retira muy despacio.


¡Qué pesadez!, ahora una  mosca enorme empieza a rondarme. Oooh, ¡zas!, ¡zap!, ¿qué he hecho? ¡Qué velocidad, qué lengua! Me la he tragado, que asco, ni que fuera un camaleón. Mejor me voy de aquí despacito, disimulando. Menos mal que atardece, creo que no me ha visto nadie. Pero mientras se aleja, su corazón le dice que todo está bien, ummm… Ya sabe qué es lo que tiene que comer.