martes, 1 de septiembre de 2015

Cosas de dioses


Una preciosa e ingenua leyenda del pueblo Navajo, originario de Arizona y Nuevo México, que intenta junto a otras, explicar la evolución del universo, me inspiró este cuento. 

Hace mucho tiempo, cuando el mundo que conocemos era distinto y los seres poderosos a los que llamamos dioses deambulaban por él, cuentan que el dios sol y el dios agua en uno de sus paseos por el universo, quedaron prendados de la resplandeciente diosa tierra. Desde ese instante la desearon como se desea todo aquello que creemos inalcanzable. Pero la hermosa diosa vivía despreocupada y ajena a los sentimientos que provocaba y tan solo se ocupaba con pasión de su cosmos, de hacerlo florecer y crecer extendiendo su manto sobre él. 

Los dioses, haciendo demostraciones de fuerza intentaban llamar su atención: El dios sol aportó todo el calor y brillo del que fue capaz, evaporó lagos, derritió piedras y quemó campos, pero solo consiguió que la diosa le mirara con el ceño fruncido pues también secaba las flores y los árboles. El dios agua probó suerte llenando lagos y mares, provocando lluvia y haciendo que los ríos corrieran furiosos, pero al igual que el dios sol, sólo consiguió que la diosa le mirara con el ceño fruncido pues inundaba los campos y pudría los frutos. 

Como aquello no funcionaba decidieron aunar esfuerzos y cuando los ríos bajaban caudalosos, también los bañaba el sol; o cuando caía la lluvia, también aparecían entre las nubes rayos de calor, así consiguieron que la diosa les sonriera y se fuera enamorando de ellos y como con el roce se demuestra el cariño, en sus devaneos con uno y con otro, pues a los dos amaba, la diosa quedó en cinta de mellizos, cada uno de un dios.

El tiempo pasó y un amanecer la tierra comenzó a sufrir bruscos cambios. Los volcanes entraban en erupción aflorando toda la incandescencia de la que eran capaces ennegreciendo la atmósfera. Se abrían enormes grietas sobre su cuerpo provocadas por los temblores que subían desde su interior a la superficie. Se convulsionaba violentamente y con cada contracción su cuerpo se estremecía, se encogía de dolor, y luego se distendía y dilataba. Cuando casi había llegado a desvanecerse por el agotamiento surgieron entre aquellos espasmos, dos pequeños. Al momento, llegó la calma y el descanso. El sol y el agua, antes preocupados, miraban ahora atónitos a aquellos seres, que eran auténticos reflejos suyos, y se quedaron prendados de los pequeños. 

El nacimiento de los mellizos de la diosa, produjo un cambio definitivo en aquel universo primitivo y el mundo terrenal se separó del divino. Los dioses agua y sol acabaron en el cielo para siempre y la diosa tierra permaneció junto a sus hijos mitad dioses, mitad hombres. Para protegerlos mientras fuesen pequeños, se adentró con ellos en una caverna hasta las profundidades y allí pasó un tiempo hasta que la mujer araña, que fue como se la llamó desde entonces, junto a los mellizos, emprendieron el camino de regreso con el fin de que estos, conocieran a sus progenitores. Al llegar al exterior, el dios agua dándoles la bienvenida, los bañó con una suave lluvia y el dios sol los inundó de luz, los mellizos respondieron con diminutas gotas y brillos, y así fue como por primera vez surgió el arcoíris que sirvió de puente para que padres, madre e hijos se abrazaran, y desde entonces, cada vez que uno de ellos necesita del otro surge el arcoíris como vínculo entre los dos mundos.

1 comentario:

  1. Me sirvieron de inspiración los dibujos de arena del pueblo Navajo para realizar las ilustraciones, y como técnica empleé acuarelas, lápices de colores y bolígrafo.

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